Pasaron seis meses desde la invasión rusa a Ucrania y ya dejó de ser una novedad o una amenaza inminente. También pasó el miedo a que la ofensiva de Putin pudiera llegar hasta el Canal de la Mancha. Y lo único que queda es el frío que los europeos menos acomodados van a pasar a causa del recorte en el gas ruso. El cansancio acumulado y la angustia afectan a todos. Y ese es el tipo de situaciones de la que los seres humanos tratamos de escapar de cualquier manera. En tanto, en el campo bélico todo pareciera haber quedado en un empate, con las tropas del Kremlin sin la fuerza total para seguir ofensiva y con los ucranianos tratando de recuperar algún territorio en el sur, sin significativos avances de ninguna de las partes. ¿Puede ser olvidada esta guerra y dejar que Putin tome oxígeno antes de volver a atacar y amenazar al resto del este europeo?
Por lo pronto, los seis millones de refugiados ucranianos en el resto del continente ya sienten la fatiga de sus benefactores. En el puerto de Tallin, en Estonia, donde unas dos mil personas viven desde febrero en el ferry “Isabelle”, ya les avisaron que tendrán que dejar el barco a más tardar en octubre. El gobierno de esta república báltica lo había alquilado hasta julio como residencia temporaria de algunos de los 48.000 ucranianos que habían cruzado la frontera pidiendo refugio. Ahora extendió el contrato por otros tres meses, pero la empresa naviera anunció que necesita el ferry para cumplir con sus compromisos como transporte nocturno en el trayecto Estocolmo-Riga, en el Mar Báltico.
En Escocia, el gobierno anunció el mes pasado que interrumpía su programa de patrocinio de refugiados ucranianos debido a la falta de alojamiento. En los Países Bajos, decenas de refugiados están durmiendo en improvisadas carpas fuera de un centro de asilo superpoblado en el pueblo de Ter Apel. El Consejo Holandés para los Refugiados demandó al gobierno por las condiciones de alojamiento que, asegura, están por debajo de la norma legal mínima. De todos los problemas a los que se enfrentan los ucranianos que escapan de la guerra, el más acuciante es el acceso a la vivienda, según un nuevo informe de la Organización para el Desarrollo y la Cooperación Económicos (OCDE). “Se espera que la dificultad de encontrar alojamiento a largo plazo no haga más que empeorar debido al aumento de la inflación en Europa”, concluye el informe.
Regresar a casa tampoco es una opción para la gran mayoría de los ucranianos refugiados. Al menos 140.000 edificios residenciales fueron destruidos. Más de 3,5 millones de personas permanecen sin hogar en las zonas de guerra. Hay más de 12 millones de desplazados internos. En el este del país, foco de las recientes ofensivas rusas, se está produciendo otra ola de desplazamientos masivos. “Un tren de evacuación de emergencia que transportaba unas mil mujeres, niños, ancianos y muchas personas con movilidad reducida salió este viernes a un territorio más seguro en el oeste”, informó Iryna Vereshchuk, viceprimera ministra. Se espera que en este fin de semana puedan partir otros diez convoyes similares.
El presidente Volodymyr Zelensky pidió reiteradamente a unos 200.000 civiles del este que evacuen las zonas ya despobladas cercanas al frente, donde la artillería rusa está arrasando pueblos enteros. Los que se quedaron son en su gran mayoría ancianos, enfermos, simpatizantes de los rusos o simplemente obstinados. Todos ya carecen de infraestructuras esenciales, como electricidad, calefacción y agua potable. “Si esperan a que llegue el frío este otoño”, dijo Vereshchuk, “habrá poco que el gobierno de Kiev pueda hacer por ellos”.
Un mes después de hacerse con el control total de la región de Luhansk, la parte más oriental de Ucrania, las fuerzas rusas se están reagrupando para conquistar lo que aún no tienen de la vecina región de Donetsk. Mientras los combates nunca cesan, y cada día los rusos siguen golpeando objetivos en todo el país. El ejército ucraniano repelió múltiples intentos de los invasores de avanzar sobre la ciudad de Bakhmut. En el sur, siguen haciendo retroceder a los combatientes del Kremlin y se espera una ofensiva final para retomar la estratégica ciudad de Kherson y la cercana central nuclear de Zaporizhzhia.
Es precisamente allí, en esa planta de energía atómica, donde ahora están puestas las expectativas. Irónicamente, en Kyiv tienen la esperanza de que el peligro de una explosión que termine contaminando a otros países pueda volver a poner la atención sobre la guerra y llegue más ayuda para detener la invasión lanzada por Vladimir Putin. “Las fuerzas rusas están utilizando la central de Zaporizhzhia (NPP), en Enerhodar, para jugar con los temores occidentales de un desastre nuclear, probablemente en un esfuerzo por degradar la voluntad occidental de proporcionar apoyo militar a una contraofensiva ucraniana”, es el análisis del Institute for the Study of War (ISW). El director general del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), el argentino Rafael Grossi, había informado unas horas antes que la central nuclear ocupada por las fuerzas rusas, está “completamente fuera de control” y que “se han violado todos los principios de seguridad nuclear”. Advirtió que las fuerzas rusas no están respetando la integridad física de la planta y pidió a Moscú y Kyiv que faciliten rápidamente la visita de los observadores del OIEA al complejo. El jefe de la administración rusa de ocupación en esa zona, Evgeniy Balitskyi, respondió que los técnicos del OIEA eran bienvenido: “Estamos dispuestos a mostrar cómo los militares rusos la custodian hoy, y cómo Ucrania, que recibe armas de Occidente, utiliza estas armas, incluidos los drones, para atacar la planta nuclear, actuando como un mono con una granada”.
“Los funcionarios rusos están presentando a Ucrania como un país que utiliza irresponsablemente las armas proporcionadas por Occidente y que se arriesga a un desastre nuclear para disuadir a los Estados occidentales y a otros aliados de que presten más apoyo militar a la inminente contraofensiva del sur de Ucrania”, es la conclusión del ISW.
Por ahora, Estados Unidos es el país que continúa mostrando mayor voluntad de seguir apoyando a Ucrania. El presidente Joe Biden anunció a principios de esta semana el envío de otros 550 millones de dólares en armas, lo que eleva a más de 8.000 millones la inversión estadounidense en el esfuerzo bélico desde que Rusia invadió el país el 24 de febrero. La llegada de artillería avanzada de largo alcance de Estados Unidos y sus aliados está ayudando a los ucranianos a estabilizar sus posiciones defensivas en el este y a comenzar a montar la contraofensiva en el sur. “La última transferencia de armas de Estados Unidos incluirá munición para los lanzacohetes HIMARS que se han utilizado para destruir puestos de mando y depósitos de munición rusos, así como para los obuses estadounidenses de 155 milímetros que ya utilizan las tropas ucranianas”, informó John Kirby, el portavoz del Consejo de Seguridad Nacional.
Pero otros países europeos comienzan a preguntarse cuánto más habrá que aportar a la guerra y por cuánto tiempo. Alemania continúa en su juego de anunciar ayudas que nunca llegan y en Gran Bretaña dicen que se les están agotando las reservas de misiles que pueden proporcionar al gobierno de Kyiv. “Todo tiene un límite y los arsenales no son inagotables. Cuando lleguen las facturas por la reposición de los materiales de defensa que se entregaron, van a empezar las preguntas en los parlamentos de Berlín, Londres y París”, comentó Olaf Obertssenn, el analista de Defensa sueco en un debate de la BBC radio. “Ucrania corre contra el tiempo. Tiene que resolver la contraofensiva en el sur y mantener controlado el avance ruso en el este para antes de fin de año o comenzará a sentir como los amigos dejan de atenderle el teléfono”.
Las primeras facturas que llegarán a los europeos del norte serán las del gas y esto será a más tardar a comienzos de noviembre. Y es probable que mientras pagan todo más caro a causa de los aumentos de la energía causados por la guerra, aún tengan que pasar un invierno envueltos en frazadas y calentándose a leña como no se veía desde hace sesenta años. Es cuando el cansancio por la situación ponga a prueba sus voluntades.
SEGUIR LEYENDO: