El bloqueo de China a Taiwán y por qué Xi Jinping juega con fuego

El jefe del régimen ordenó un cerco militar en respuesta a la visita de Nancy Pelosi a la isla. El dilema que enfrenta el hombre fuerte de Beijing y su diferencia clave con Vladimir Putin

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Xi Jinping luego de hablar
Xi Jinping luego de hablar ante el público en Hong Kong, el pasado 30 de junio. El jefe del régimen chino enfrenta un dilema clave con Taiwán que podría comprometer su futuro ante el XX Congreso del Partido Comunista Chino (Reuters)

Dicen quienes lo siguen de cerca que de un tiempo a esta parte su rostro refleja enojo y preocupación. Que no es la misma persona que sonreía y transmitía tranquilidad a la población y a sus subordinados. “Está más feo”, ironiza alguien que nota este cambio de rictus. Son muchas las cosas que pesan en la cabeza de Xi Jinping, pero sobre todo una: las cuentas que deberá rendir frente al inminente Congreso del Partido Comunista Chino (PCC). Allí se definirá su ansiado futuro vitalicio.

La ruidosa visita de 19 horas de Nancy Pelosi a Taiwán en el marco de su gira por Asia sumó matices a esa futura asamblea. Xi sabe, entonces, que no puede permanecer inmóvil frente a lo que el régimen de Beijing había calificado previamente como una provocación y una “línea roja” que los Estados Unidos no deberían cruzar. El viaje suscitó una expectativa increíble: cientos de miles de personas siguieron en vivo en la aplicación Flightradar24 el trayecto del avión Boeing C-40 de la Fuerza Aérea norteamericana que transportaba a la experimentada congresista demócrata de 82 años de Kuala Lumpur a Taipei, donde fue recibida con los brazos abiertos.

El gobierno de Tsai Ing-wen sopesó previamente los pros y contras de la presencia de Pelosi y concluyó: “A Taiwán la visitan 50 millones de turistas cada año. Ella es una persona más que pisa nuestra tierra. Somos un faro de la democracia y sólo le negamos el ingreso a terroristas”. Incluso, aseguran, Taipei permitiría que el mismísimo Xi arribe a la isla para mostrarle lo bien que se vive allí en libertad, aunque su sueño sea quedársela junto a sus industrias.

El saludo de Pelosi generó un sismo y un largo debate sobre cómo reaccionar en Beijing. Xi es consciente que no tiene margen para mostrarse petrificado pero al mismo tiempo conoce que las consecuencias de ir más allá de los límites que la comunidad internacional aceptaría podrían ser devastadores para su propia economía que ya comienza a sentir los resultados del acoso permanente a Taiwán.

En los últimos seis meses -de enero a julio de 2022- los empresarios taiwaneses que permanecían desde hacía años en China decidieron retornar a su país por el enfriamiento de aquella economía y porque ven que las garantías con que se manejaban hasta hace poco tiempo ya no eran las mismas. Para algunos, además, a eso se agrega un factor no menor: su sentido de pertenencia. Junto a ellos y sus familias trasladaron no sólo sus negocios, sino también sus millones. Se calcula que invirtieron en Taiwán unos 35 mil millones de dólares. Una significativa sangría de dinero para el continente.

Esa experiencia no sólo ocurre con los taiwaneses sino sobre todo con los hongkoneses. En los últimos meses Hong Kong experimenta una migración similar ante el avance arrollador de Beijing sobre sus libertades y por los controles que padece uno de los polos financieros más importantes del planeta. El destino preferido de estos desencantados es Singapur... y Taiwán.

Pero la isla -cuyo nombre oficial es el de República de China- no sólo recibe los dólares que retornan de empresarios locales, sino que ve cómo otros países se fijan cada vez más en las oportunidades que genera. De enero a junio importantes conglomerados de Finlandia, Australia, Singapur y Holanda desembarcaron con inversiones cercanas a los 9 mil millones de dólares. Esos números representan un crecimiento interanual en inversión extranjera del 275,65 por ciento. En 2021 el crecimiento de Taiwán fue de 6,57 por ciento y para este año se estima un 3,85 por ciento. Al parecer, no es sólo Pelosi quien se muestra interesada en lo que ocurre en aquel pequeño país de 23 millones de habitantes.

Pero Xi debe mostrarse activo ante dos públicos: el del PCC y el internacional, aunque la primera de esas audiencias sea la que más le preocupa. Durante los últimos años su administración se mostró más agresiva en el plano global ante lo que se llamó “política del Wolf Warrior”. Consiste en impulsar una diplomacia más dura, extremar el nacionalismo y ordenar a cada embajada que responda una por una las críticas al régimen de manera hostil, como si el territorio ajeno fuera uno de los campos de concentración que construyó en Xinjiang para “reeducar” a las minorías.

Ese estándar tan exigente que impuso Beijing es ahora un búmeran. Xi debe hiperactuar ante la fugaz presencia de Pelosi y mover sus fichas para demostrarle al PCC que su política internacional no puede ser desafiada. Pero al mismo tiempo le resultaría muy riesgoso cruzar una “línea roja” -según los términos que planteó su régimen- y lanzar un operativo militar para invadir Taiwán. Tampoco alguno de los islotes que lo rodean: dicha acción tendría una respuesta inmediata de Taipei. Ambos escenarios podrían desencadenar acontecimientos de incalculable costo para Beijing.

Es así como el eco de las bombas rusas en Ucrania se oyen en el Estrecho: Estados Unidos y Europa -los principales mercados de China- impondrían sanciones inmediatas al régimen por haber atacado una isla que se ve a sí misma como “un faro de la democracia”. A diferencia de Rusia -donde las consecuencias recién ahora comienzan a sentirse-, las amonestaciones económicas contra el país asiático tendrían efecto inmediato en sus industrias y en el público. Lógicamente, se generaría una recesión mundial sin precedentes.

Sin embargo, contrario al escenario en el que está sumergido Vladimir Putin -quien sí controla casi todo el aparato político y represivo del Kremlin- Xi Jinping debe dar explicaciones en los próximos meses a un congreso partidario muy exigente y que muestra signos de descontento con el mandamás de 69 años que sueña con quedar en la historia local como Mao Zedong o Deng Xiaoping, tal como lo planteó el ex almirante taiwanés Lee Hsi-min en un artículo publicado en The Economist. China no puede permitir que su economía continúe mostrando síntomas de debilitamiento y una guerra podría ser devastadora internamente, aunque se erija finalmente vencedor. Beijing necesita que su producción bruta permanezca en números de otros tiempos, algo que parece cada vez más lejano a partir de las recientes políticas de COVID-cero que impuso el régimen y ahuyentó -ahuyenta- capitales.

Xi optó entonces por algo que venía realizando en silencio desde hace años con su armada de pesqueros ilegales: un bloqueo a Taiwán. Ese cerco militar” -como lo admitió un militar chino y fuera reproducido en la agencia de noticias oficial Xinhua- finalizaría este domingo 7 de agosto. Actuaría como una espada demasiado filosa sobre el cuello de Taipei si se prolongara en el tiempo. Y también, otra vez, podría tener consecuencias muy graves sobre la economía mundial. Taiwán posee reservas de petróleo por 146 días; de carbón por 39 días; pero por sobre todo posee reservas de gas por apenas 11 días. Actualmente, por el bloqueo chino, no entra ni sale ningún buque de la isla. Ni con esas fuentes de energía ni con alimentos. Tic-tac.

Este último punto de reservas es crucial. La isla necesita del gas para poder mantener en funcionamiento una de las industrias que más dolores de cabeza generaron durante la pandemia nacida en Wuhan: la de los microprocesadores. Allí funciona TSMC la mayor empresa mundial de chips que recibió la visita de Pelosi y que es una verdadera obsesión para Beijing. El pequeño país de 36 mil kilómetros cuadrados provee el 40 por ciento del total de ellos a todo el planeta. Si deja de producirlos y sus cargueros no pueden salir de los puertos una recesión mundial está garantizada. Otra vez, China lo sentiría antes que ningún otro.

En tanto, el gobierno de Taipei se muestra calmo. Su presidenta, Tsai Ing-wen pidió a Beijing que actúe con raciocinio y no se mostró amedrentada. Al contrario. “Taiwán no escalará el conflicto, pero defenderemos nuestra soberanía, democracia y seguridad con determinación”. Fueron varios los organismos estatales que se pusieron en guardia ante la amenaza china. Esta advertencia al régimen vecino responde a las versiones sobre la posibilidad de que Xi decidiera una acción anfibia contra algún islote cercano a la isla principal. “Responderíamos por esos 800 habitantes, también”, avisan desde la capital taiwanesa.

Esa acción militar ínfima carecería de sentido estratégico y desencadenaría una serie de acciones de difícil predicción. El bloqueo militar chino puso ya en alerta a Japón que levantó la voz porque una de las pruebas misilísticas de amedrentamiento invadió su Zona Económica Exclusiva. Tokio ya alertó que saldría en ayuda de Taiwán en caso de que hubiera una agresión a su soberanía. A la potencia asiática se sumarían Estados Unidos, Filipinas, Corea del Sur, India y Australia.

Demasiados frentes poderosos para enfrentar al mismo tiempo. Quizás eso explique el rostro adusto y la intranquilidad de Xi Jinping.

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