Dos concepciones antagónicas del mundo, el comunismo y el capitalismo, también pueden dirimir sus diferencias frente a un tablero, y entonces el ajedrez, el modesto juego-ciencia, adquiere dimensiones planetarias.
Tal fue lo que sucedió hace 50 años en Reikiavik, cuando el estadounidense Bobby Fischer arrebató el título al soviético Boris Spassky, poniendo fin a 24 años de reinado ininterrumpido de la URSS en el combate de ajedrez más mediático de todos los tiempos.
Este lunes, 11 de julio, se cumple el 50 aniversario de la primera partida de un encuentro que iba a escribir un capítulo señero en la historia del deporte en general con la victoria del excéntrico Bobby Fischer frente al “imperio del mal”, representado por Spassky, en plena Guerra Fría.
El término “globalización” no existía por entonces más que en los diccionarios, pero aquél “match” fue lo más parecido a lo que hoy significa esa palabra, porque el desarrollo de las partidas fue seguido en todos los confines del mundo a través de las agencias internacionales, que transmitían inmediatamente a sus clientes los movimientos de cada partida, de los periódicos y de los noticieros televisivos y radiofónicos.
Los aficionados al ajedrez se multiplicaron exponencialmente en todo el mundo y los gobiernos de las dos superpotencias esperaban con ansiedad el resultado de cada juego.
Fischer se presentó en Reikiavik después de recibir un cordial empujón del secretario de Estado, Henry Kissinger. El genio no estaba muy de acuerdo con las condiciones del duelo. Del otro lado, el presidente del Comité de Deportes de la URSS, Victor Baturinsky, declaró que su único interés consistía en evitar que Fischer se convirtiera en campeón del mundo.
La trayectoria del norteamericano para llegar al gran duelo con el campeón intimidaba. Empezó ganando el interzonal de Palma de Mallorca, que terminaría siendo el último torneo que jugó, pues se negó a defender su corona si la FIDE no aceptaba sus condiciones y no volvió a participar en torneo oficiales.
El 9 de noviembre de 1970 la capital balear congregó, en considerado interzonal más fuerte de la historia, a 24 Grandes Maestros que aspiraban a la corona de Spassky. Los seis mejores obtendrían el derecho a disputar el ciclo de candidatos.
La expectación en Palma era muy alta, y el genio de Chicago no defraudó. Fischer se había convertido en una seria amenaza para la hegemonía soviética en el ajedrez, que databa de 1948, desde que Mikhail Botvinnik se hizo con el título mundial. Pero le costó entrar en la competición.
Fischer parecía languidecer en la primera mitad del torneo de Palma, hasta entonces dominado por el soviético Effim Geller. Perdió, incluso, su partida contra el danés Bent Larsen, pero todo cambió a partir del juego contra el hasta entonces líder Geller. El soviético, con blancas, se propuso obtener sin lucha unas “tablas de Grandes Maestros”, ofreciendo en la misma apertura un empate que Fischer rechazó, prolongando la batalla hasta forzar el error fatal de su adversario en la jugada 71.
El combate contra el representante de su “odiada” Unión Soviética había despertado a la fiera. El genio se puso de líder y terminó ganando el torneo con 3,5 puntos de ventaja sobre Larsen, el alemán Robert Huebner y Geller. El soviético Mark Taimánov y el alemán Wolfgang Uhlmann fueron los otros clasificados para el ciclo de candidatos al título mundial.
Fischer arrolló en el Candidatos a cuantos rivales se cruzaron en su camino hacia el “Match del Siglo”. Batió por un rotundo 6-0 tanto a Taimánov, en cuartos de final, igual que a Larsen en semifinales. En la final derrotó por 6,5 a 2,5 a Petrosian, ganándose así el derecho a disputar el título a Boris Spassy.
Pero antes de empezar el gran combate el Gran Maestro de Brooklyn empezó a plantear exigencias: percibir un porcentaje de los derechos de televisión, elevar la dotación de premios, una iluminación y los cojines de la silla a su gusto.
Para satisfacer su apetito de dólares, que le acompañó durante toda su carrera, un promotor británico de ajedrez donó 125.000 para añadir a la bolsa del encuentro, pero aún fue necesaria una llamada telefónica de Kissinger, gran aficionado al ajedrez, para acabar de persuadirlo.
Solo unas horas antes de ser declarada su incomparecencia, llego a Reikiavik en medio de una expectación inusitada.
El encuentro tuvo un comienzo insospechado: Spassky ganó fácilmente la primera partida. En un final de tablas de una nimzo-india, Fischer se comió un peón envenenado y su alfil devorador quedó atrapado por los peones. La técnica del soviético hizo el resto.
Y, todavía más sorprendente, el marcador se puso 2-0 favorable al soviético porque Fischer no se presentó a la segunda partida, en protesta por la presencia de cámaras en la sala de juego. Spassky, siempre caballeroso, aceptó sus condiciones.
El curso del encuentro experimentó a partir de ahí un cambio radical. Spassky ya sólo ganaría una partida, la undécima, mientras el norteamericano se anotaba la tercera (su primera victoria sobre el soviético) y siete en total, de 21, para terminar venciendo por 12,5 puntos a 8,5.
En la última, aplazada en el movimiento 41 hasta el día siguiente, Spassky abandonó por teléfono sin presentarse a la reanudación. El 3 de septiembre de 1972, Fischer se proclamaba campeón del mundo.
El Mundial de Reikiavik puso definitivamente en órbita al que muchos consideran el mejor jugador de la historia, cuya excentricidad se fue agudizando hasta su muerte, precisamente en Reikiavik, a los 64 años (justo el número de casillas del tablero), perseguido por las autoridades judiciales de Estados Unidos, en el olvido y con síntomas de un fuerte desequilibrio mental.
Tras destronar a Spassky, Fischer desapareció de la vida pública y no volvió a jugar más partidas oficiales: en 1975, cuando tuvo que defender su corona frente al aspirante Anatoly Karpov, planteó exigencias inaceptables para la FIDE, que lo despojó del título por incomparecencia.
En medio de la guerra de los Balcanes, Fischer no hizo caso de la orden de bloqueo contra Serbia y viajó a Belgrado para jugar, veinte años después de aquel otro de Reikiavik, un encuentro de revancha frente a Spassky que le reportó un premio de 3,3 millones de dólares. Ganó diez partidas, perdió cinco y las otras quince terminaron en tablas.
(con información de EFE)
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