“Buena voluntad”. Así intentó matizar Rusia su huida de un lugar clave para controlar el Mar Negro. Es la retórica que eligió el Kremlin para evitar reconocer que le sería imposible mantenerse en la Isla de la Serpiente sin sufrir el permanente bombardeo de las tropas ucranianas. El ejército de Rusia anunció este jueves su retirada de una posición estratégica conquistada por Moscú en los primeros días de la invasión y que había sido uno de los principales objetivos de las fuerzas de Volodimir Zelensky en las últimas semanas.
“El 30 de junio, en señal de buena voluntad, las fuerzas armadas rusas cumplieron los objetivos fijados en la Isla de la Serpiente y retiraron su guarnición allí”, dijo el portavoz del ministerio de Defensa ruso, Igor Konashenkov. Rusia quiere instalar la idea de que esa “buena voluntad” se debe a los pedidos internacionales para permitir el paso de cargueros ucranianos con producción agrícola local y así facilitar el acceso a los alimentos de millones de personas en el mundo. Sin embargo, esa explicación es inexacta y carece de toda lógica.
Esa Isla, enclavada a 45 kilómetros de la costa en el Mar Negro, era una posición clave para el Kremlin en su afán por tomar el control del sur de Ucrania. Se hizo mucho más famosa y célebre cuando un militar ucraniano desafió a los atacantes en el amanecer de la invasión: “¡Buque de guerra ruso, váyanse al demonio!”. Pero específicamente, la isla resultaba fundamental para alimentar la esperanza de conseguir una invasión anfibia a Odessa, uno de los puertos más importantes del país agredido y de aquellas aguas y el resto de la zona sur del país vecino. Además, Moscú consideraba que si lograba hacer pie en aquel pedazo de tierra rocoso estaría peligrosamente cerca de las bases más próximas de la OTAN en Bulgaria y Rumania.
Suena demasiado sospechoso que Rusia haya renunciado a esa islote -del doble del tamaño de Alcatraz, frente a San Francisco- sólo para permitir el paso de barcos con trigo ucraniano. Sobre todo porque una cosa no impediría la otra: tener el control de la Isla de la Serpiente no significaba imposibilitar que los barcos pudieran transitar libremente si esa era la verdadera voluntad de Vladimir Putin.
Desde el 20 de junio, Ucrania había incrementado sus ataques de artillería desde tierra. Odessa y las ciudades más al sur del país poseen cañones lo suficientemente poderosos para generar daño constante a los invasores. Además, esa ciudad portuaria se había armado de manera frenética los últimos meses y mantenía una vigilancia constante sobre sus costas provocando que las probabilidades rusas de una invasión por mar fuera casi imposible. La infantería de marina rusa no conseguiría hacerse con sus playas y los costos en vidas y material bélico marítimo serían cuantiosos.
Hace diez días, un ataque de madrugada tuvo como objetivo la isla y las plataformas de gas cercanas que, al parecer, Rusia había estado utilizando como estación de radar y vigilancia. Las explosiones fueron tan fuertes que despertaron a los residentes de Vylkove, el asentamiento más cercano, a 35 km de distancia en tierra firme. Natalya Gumenyuk, portavoz del Mando Sur de Ucrania, confirmó entonces la existencia de una “operación en curso” en la isla. En los días posteriores, Ucrania intensificó los ataques, golpeando la roca con nueva artillería de largo alcance. La resistencia rusa dijo “suficiente”.
Ucrania cuenta en esa región sureña del país con los obuses CAESAR de Francia. El sistema francés fabricado por Nexter -una empresa de Versalles- es capaz de lanzar proyectiles a unos 40 kilómetros, suficientes para provocar una pesadilla en cada rincón de la isla. En cuanto a la precisión de la artillería no propulsada por cohetes, Nexter afirma que, a distancias de hasta unos 30 km, el CAESAR lanza proyectiles no guiados de 43 kilogramos a menos de 140 metros del objetivo. En la práctica, la precisión suele ser mayor. En una prueba con tiempo sin viento, un obús Caesar lanzó ocho de ocho proyectiles en una “caja” de 40 metros cuadrados, dice Olivier Fort, un antiguo coronel que dirigió estudios sobre la doctrina de la artillería para el ejército francés, y que ahora es el director del programa de Nexter para la futura artillería, según consignó The Economist.
Los ucranianos también se valieron de drones y misiles, durante la última semana, para acosar a los invasores. Esto hizo imposible que Rusia pudiera instalar allí un sistema de artillería que pudiera repeler estos ataques sin ser destruidos de inmediato. Tampoco los buques de guerra podían permanecer tranquilos en la Isla de la Serpiente. La experiencia del Moskva dejó traumatizados a los popes de la marina rusa.
El hundimiento del buque insignia de la flota de Putin significó un durísimo revés y una humillación para los agresores. La nave recibió el impacto de misiles cuando se encontraba a unas 65 millas náuticas de Odessa y fue capaz de avanzar por sí misma durante unas horas hasta que se hundió a mediados de abril. Con 186,5 metros de eslora, 20,8 metros de manga y un desplazamiento de 11.490 toneladas, el buque, que llegaba a una velocidad máxima de 30 nudos, fue botado en 1979 y cuatro años más tarde entró en servicio en la Armada soviética con el nombre de “Slava” (gloria). La pérdida del Moskva obligó a Moscú a cambiar la forma en la que operan sus fuerzas navales en el Mar Negro, y es por eso que la Isla de la Serpiente no resultaba un puerto seguro para estas naves.
En ese contexto, la excusa del gesto de ”buena voluntad” explicitada por Moscú no suena muy verosímil. “Usan la excusa de pasaje humanitario para dejar comida, lo cual es una gran mentira porque uno puede dejar pasar los barcos de comida con cereales y seguir controlando la isla... es una cuestión de dar la orden de no atacar los barcos”, señaló un analista internacional a Infobae.
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