Tras la muerte de al menos 30.000 ucranianos, el sufrimiento de millones y diez años de convulsión social y política, la Unión Europea vuelve a aceptar a Ucrania como candidata a integrar su sociedad. Ahora, la movida llega como un enorme espaldarazo en un momento de la guerra en la que las fuerzas rusas avanzan en la región industrial del Donbás. Es la señal que tanto se esperaba en Kiev y que los burócratas de Bruselas se negaron a dar a pesar de la amenaza rusa. Llega con un sabor amargo y también como una bocanada de esperanza. Habrá infinidad de negociaciones, idas y vueltas, para que se concrete el sueño europeísta de los ucranianos. Pero si todo va bien, en un año la guerra podría haber acabado y Ucrania no sólo estaría muy bien encaminada para convertirse en el estado 28 de la unión sino que sería el Rubicón de Occidente que Vladimir Putin no pudo cruzar.
El 30 de marzo de 2012 el entonces presidente ucraniano pro-ruso, Víktor Yanukóvich, acordó con la UE un estatuto de asociación. La presión de Putin fue insostenible. El ruso estaba convencido de que estaba comprometida la seguridad de su país y que Ucrania debía seguir siendo parte de su esfera de influencia. El 21 de noviembre de 2013, el gobierno ucraniano le anunció a la UE que ya no quería ser parte de ese conglomerado. Estalló la furia de los ucranianos que se concentraron de a miles en la histórica plaza del Maidán. Se produjo la revolución del Eurmaidan. Fueron tres meses de manifestaciones, acampadas y una brutal represión. El 22 de febrero, Yanukóvich, se escapó a Rusia. Cayó el gobierno y fueron a nuevas elecciones bajo un régimen parlamentario. Pero el país estaba profundamente dividido: un 40% apoyaba la integración europea, pero otro 40% creía que se debía firmar una asociación aduanera con Moscú. Y ambas opciones tenían una división geográfica. El este y el sur ruso parlante y el enorme oeste inclinado hacia la unidad continental.
Fue la oportunidad para Putin. Se respaldó en resoluciones de los pro-rusos e invadió la península de Crimea. Pronto la anexionó a la Federación Rusa y, al mismo tiempo, abrió otros dos frentes en enclaves separatistas de las provincias de Donetsk y Luhansk. Se desató una guerra que dejó 14.000 muertos hasta que, finalmente, Rusia decidió ir por el premio mayor. Concentró tropas en la frontera ucraniana durante un año hasta que el 24 de febrero de este 2022 invadió el país. El resto de lo sucedido, está frente al mundo como una quebradura expuesta.
A pesar de todo el sacrificio ucraniano para llegar a la Unión Europea, otros estados que se encuentran esperando la misma oportunidad creen que esta vía rápida por la que están entrando es injusta. Albania, Macedonia del Norte y Serbia expresaron su mal humor. Y en la cola también están Bosnia, Kosovo, Montenegro, y ahora también Moldovia que está pidiendo la entrada junto a Ucrania. Pero todo es un complejo tablero geopolítico. Bulgaria veta la candidatura de Macedonia por un conflicto histórico y lingüístico, y la decisión se encuentra directamente conectada con la turbulencia política que se vive en Sofia donde tambalea el gobierno de coalición del primer ministro, Kiril Petkov.
La situación más compleja es la de Serbia. Varios de los 27 socios de la UE ven a ese país balcánico como “un caballo de Troya de Rusia”. Creen que está jugando a dos bandos. Belgrado condenó la invasión rusa a Ucrania en la Asamblea General de Naciones Unidas, pero el primer ministro Aleksandar Vucic se negó a sumarse a las sanciones de la UE contra Moscú. Hasta la invasión rusa a Ucrania, Serbia había jugado a ser un país “amortiguador” entre la UE y Rusia. Pero ahora, en Bruselas le exigen que tome partido. Acaba de firmar un nuevo y muy beneficioso contrato por el gas ruso y la mayoría de la población, de acuerdo a las encuestas, sigue siendo pro-rusa.
La luz verde de la UE a Ucrania es sobre todo un mensaje claro para Putin y el respaldo que esperan los ucranianos ante su sacrificio. “Es una señal para Moscú de que Ucrania, y también otros países de la antigua Unión Soviética, no pueden pertenecer a las esferas de influencia rusas”, dijo el embajador ucraniano ante la UE, Vsevolod Chentsov. “Hay soldados ucranianos que llaman a casa desde el frente y preguntan: ¿qué pasa con nuestro estatus de candidato? Es increíble la importancia que tiene para el pueblo ucraniano”.
De todos modos, los que esperan desde hace años la entrada a la unión le advierten a Kyiv que se arme de paciencia. “Bienvenida Ucrania, es bueno dar el estatus de candidato, pero espero que el pueblo ucraniano no se haga muchas ilusiones al respecto”, dijo el primer ministro albanés Edi Rama. En la cumbre de Bruselas, donde se aprobó ayer el comienzo de las negociaciones con Ucrania, sobrevoló el pesimismo que viene de los Balcanes. Allí también hay naciones independientes que formaron parte del bloque soviético esperando su turno para integrarse a los 27 y que se encuentran en peligro de ser ganadas por la influencia rusa o china. “Cuanto más no dé la UE una señal unificada y clara a los Balcanes occidentales, más utilizarán ese espacio y ese vacío otros factores malignos”, dijo el presidente de Kosovo, Vjosa Osmani.
Ante esto, el canciller alemán, Olaf Scholz, advirtió esta semana que la UE debe “reformar sus procedimientos internos” para preparar la adhesión de nuevos miembros, destacando la necesidad de que las cuestiones clave se acuerden por mayoría cualificada en lugar de por unanimidad. El requisito del voto absoluto hace que cualquier queja de uno solo de los Estados miembros pueda bloquear las decisiones o “suavizarlas”. Sobre estas reformas van a seguir debatiendo los líderes europeos hasta bien entrado el fin de semana. La guerra no sólo es un rompecabezas regional sino que les está creando graves problemas en casa. El descontento de la opinión pública va en aumento por la inflación y la crisis energética provocadas por los recortes en el suministro del gas que proviene de Rusia.
En Ucrania festejan este pequeño triunfo. Pero saben que el camino para la integración plena a la UE es aún muy largo: podría tomar hasta 10 años. En el medio seguirá la guerra. Y muchos pensarán, incluso, si vale la pena tanto sacrificio.
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