En el hospital de Kaabong, las madres vigilan ansiosamente a sus hijos debilitados. Sus niños son los primeros afectados por el hambre que gana terreno en la pobre y remota región de Karamoja, en el noreste de Uganda.
Maria Logiel trajo a sus dos hijos. La piel de uno está marcada por lesiones causadas por una malnutrición extrema. El otro, aferrado a su espalda, fija sus ojos hundidos en el vacío.
“He venido con ellos porque estaban mal e iban a morir”, explica la mujer de una treintena de años. “He dejado otros dos en casa y temo que al volver, ya no estén vivos”.
Las catástrofes naturales, plagas de langostas y de cogolleros del maíz y recurrentes incursiones de ladrones de ganado son las causas principales.
“A lo largo de los tres últimos meses, hemos perdido más de 25 niños menores de cinco años debido a la malnutrición”, afirma el doctor Sharif Nalibe, responsable de salud en el distrito de Kaabong, uno de los más castigados de Karamoja.
“Y se trata de aquellos que nosotros curamos, (...) traídos en el último minuto al hospital. Hay muchos que mueren en las comunidades y no son notificados”, señala.
La región de Karamoja se hunde en una crisis alimentaria lejos de los focos mediáticos, centrados en la guerra de Ucrania o la hambruna a gran escala que asola el Cuerno de África.
Ni siquiera dentro de Uganda llama demasiado la atención la situación en esta región remota, a más de 500 kilómetros de la capital Kempala y considerada inestable.
Unos 91.600 niños y 9.500 mujeres embarazadas o en tiempo de lactancia sufren malnutrición aguda y requieren un tratamiento, según la última evaluación de las agencias humanitarias.
“En cuestión de malnutrición aguda (...), hemos conocido este año el peor desde hace diez años”, afirma Alex Mokori, especialista de nutrición en Unicef, que realiza con las autoridades locales de Karamoja operaciones de detección de malnutrición.
Maria Logiel intentó alimentar a sus hijos con plantas salvajes que ella recogía, pero esto los hizo enfermar a menudo. Desesperada, a veces compró restos de “malwa”, un tipo de cerveza local hecha con mijo.
Pero incluso este residuo harinoso y ligeramente alcoholizado resulta demasiado caro para ella. “A menudo, no conseguíamos suficiente dinero y los niños se dormían con hambre”, explica.
Las comunidades de la región, que viven de la ganadería y la agricultura, subsisten desde hace décadas en una vida precaria, a menudo golpeada por ataques contra el ganado de diferentes grupos nómades que van y vienen a través de la frontera porosa de Uganda, Sudán del Sur y Kenia.
El cambio climático ha debilitado todavía más su existencia. La región vive actualmente un episodio de sequía tras haberse visto impactada el año pasado por inundaciones y desprendimientos de tierras.
“Con la sequía prolongada, los ladrones del ganado y las comunidades sin medios de subsistencia, nos dirigimos hacia lo peor”, estima Sharif Nalibe.
Para algunos, como Nangole Lopwon, lo peor ya ha llegado. Esta madre de familia salió a vender leña a una aldea vecina, dejando a sus gemelos hambrientos con su hermano mayor. Al volver, uno de los dos había muerto.
“¿Qué podía hacer? No estaba enfermo, es el hambre que lo mató”, lamenta.
Pero la situación no hace más que empeorar desde entonces y el gemelo superviviente se encuentra ahora en un estado grave. “El también está al borde de la muerte”, augura.
(Con información de AFP)
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