En una parte recóndita de los Pirineos catalanes se esconde un lugar llamado Àrreu, un pueblo con cientos de años de historia que se rehúsa a morir aunque su subsistencia ahora dependa de su único habitante, Eloi Renau.
La historia de Àrreu y la de Eloi tiene mucho de parecidas, ambas mezclan la resiliencia, la tenacidad y el amor por las formas de vida tradicionales. El barcelonés de 40 años se encuentra en medio de su segundo intento de reconstruir y darle nueva vida a Àrreu, un pueblo que parece rehusarse a perecer.
Una de las tragedias históricas por las que atravesó el pueblo, ocurrió la noche del 25 de diciembre de 1803, cuando un alud de grandes dimensiones sepultó casi todo el pueblo. Diez casas de esta localidad aislada de los Pajares de Suso en la provincia de Lérida (Cataluña), quedaron enterradas bajo la nieve.
Ese alud cobró la vida de 17 habitantes del pueblo, que como a muchos tomó por sorpresa la avalancha mientras dormían. Fue un golpe tremendo, sobre todo porque para entonces, la población de Àrreu era apenas de 88 personas.
Pero los resilientes nativos de Àrreu decidieron reconstruir el pueblo unos 200 metros más abajo de la montaña donde originalmente fue fundado, una decisión acertada pues durante el siglo siguiente, en los años 30, 50 y 70, se repitieron otras avalanchas que afortunadamente no fueron tan mortíferas.
Unos 150 años después de la tragedia, cuando corrían los años de la posguerra, el pueblo volvió a prosperar y se encontró lleno de vida.
Una carretera hacia el olvido
Los años de mayor auge del pueblo se dieron entre 1946 y 1970, su época dorada. Entonces Àrreu tenía una población de unas 30 familias, con niños, jóvenes y mayores. La principal actividad económica era la agricultura y la ganadería, y contaban con una iglesia “Mare de Déu del Neus” (Virgen de las nieves) que era el centro de la actividad social del pueblo.
Durante esos años, la producción y venta de leche se convirtió en el motor económico del pueblo. Todos los días, los ganaderos bajaban a pie hasta un cruce de carretera donde un camión recogía la leche. Un trayecto de una hora, entre bajada y subida que hacían religiosamente a diario, sin importar si llovía, nevaba, o calentaba el sol de verano.
Ese trayecto es hasta hoy una de las pocas vías de acceso a Àrreu, un lugar que fue quedando aislado y olvidado pues ahí nunca llegó ‘el progreso’.
“El problema es que no había acceso por carretera, los vecinos tenían que subir y bajar a pie”, dice Ferran Rella, uno de los exhabitantes de Àrreu en un documental que se hizo sobre la historia del pueblo.
“Transportaban la leche, así como otras mercancías, en burros y yeguas. Les ponían unas cestas en los costados para cargarles el peso y tenían que ir caminando junto a ellas. Tampoco había escuelas ni médicos”, agrega.
En ese “Camí d´Àrreu” (Camino de Àrreu), dirigido por el cineasta Aleix Gallardet y producido por el Consell Cultural de les Valls d’Àneu, se recogen varios testimonios que explican por qué el lugar se fue quedando poco a poco sin gente.
“La gente de montaña es sufridora pero sin accesos era difícil vivir allí y, poco a poco, la gente se fue marchando”, sentencia Ferran.
Para suplir esta dificultad en el pueblo se propuso construir una carretera que facilitara el acceso y las comunicaciones con los lugares vecinos, pero mientras que en el resto de la región de los Pirineos esto fue una realidad, en Àrreu fue el centro de la discordia.
Varios de los vecinos, dicen los testimonios, terminaron enfrentados entre ellos por la carretera, pues para construirla debía pasar por el lugar donde estaban levantadas algunas casas.
Según se cuenta en el documental, a una de las familias le quemaron su casa durante la noche, para obligarlos a salir, haciendo que la situación escalara y con el tiempo se volviera insostenible.
“Sabía del conflicto. Al final fuimos tirando del hilo y la historia cada vez se hacía más interesante”, dijo Aleix Gallardet, director del documental, al medio Escapada Rural, en una entrevista del año pasado.
“Y es terrible, porque al final no gana nadie”, resaltó.
En 1980 el último habitante de Àrreu salió del pueblo, dejando el lugar desolado y a la merced de los saqueadores que entraron a muchas de las casas y trataron de llevarse las reliquias barrocas de su iglesia.
Una vez más, Àrreu enfrentaba la extinción y el olvido.
Eloi, el resucitador
A mediados de los 90 la historia de Àrreu atrajo a un pequeño grupo de “neorrulares”, personas que buscan llevar una vida de forma sostenible, aislados y cercanos a la naturaleza.
Eran tres, entre 20 y 25 años, entre ellos estaba Eloi Renau, un carpintero y artesano barcelonés que escuchó la historia del pueblo por primera vez de su padre, quien compró allí una casa hace más de 30 años.
Su primer proyecto en el pueblo fue construir una pista que permitiera subir en coche hasta Àrreu, solventando en alguna medida su problema de inaccesibilidad. Pero aunque el proyecto estaba apoyado por la Diputación y la Generalitat de Cataluña, hasta la fecha no ha sido terminado en su totalidad.
“Por entonces era mucho más complicado. No había ni siquiera una pista por donde subir en todoterreno. Teníamos que subir todo a cuestas. La comida, el pienso de los animales, las bombonas de butano, fue realmente duro. Por entonces sí que estábamos verdaderamente aislados del mundo”, dice Eloi en una entrevista con El Español.
Ese primer experimento de “neorruralismo” tuvo un punto de inflexión en 1998 cuando Devon, la última de estos nuevos colonos, decidió abandonar Àrreu debido a los planes de expansión que una cadena hotelera española tenía en la región y que estaban siendo apoyados por la mayoría de los vecinos del pueblo.
Sin el respaldo que los antiguos habitantes le habían dado a los nuevos colonos, Àrreu volvió a quedarse solo.
Pero hace menos de dos años, a finales de 2019, Eloi decidió regresar y emprender nuevamente un proceso de repoblación del pueblo. Lo hizo invirtiendo sus ahorros en una casa y varios terrenos y a partir de marzo del 2020 empezó la mudanza definitiva.
Su traslado coincidió con el primer confinamiento por el Covid-19, algo que ha retrazado su progreso de por sí complicado.
“Necesitaba un cambio de vida radical, poder implementar todo aquello en lo que creo de forma completa. Aquí lo tengo todo: bosques, montaña, animales y tiempo. ¿Qué más puedo pedir?”, afirma Eloi, quien no se rinde en su intento de preservar su estilo de vida.
En él reposan hoy las esperanzas de Àrreu, tras cientos de años de rehusarse a morir. El lugar, si bien está desolado a excepción de Eloi, se ha convertido en un sitio turístico para los aficionados a la naturaleza, aventureros que se adentran en la región y no temen escalar los 1.251 metros de altitud sobre los que se erige.
Arriba encuentran a Eloi, sus huertas de frutas y hortalizas, su corral de gallinas y patos, sus dos imponentes yeguas y sus dos perros de montaña.
“Aquí son lo más importante. Ellos son los verdaderos protagonistas de esta historia. Sin ellos sería imposible volver a las formas tradicionales de trabajo”, le dijo a El Español sobre sus animales.
El objetivo de Eloi es vivir de los objetos, utensilios y artesanías que fabrica con madera. Acabar de construir su vivienda, ampliar su taller y colocar una tienda de intercambio delante de su casa para que quien pase pueda comprar, de forma libre, sus creaciones depositando el dinero que considere en un pequeño recipiente sin necesidad de que él esté presente.
“Un pequeño gesto de intercambio de confianza mutua”, afirmó.
Parece que en el futuro cercano Àrreu tendrá una nueva oportunidad de recibir nuevos residentes, y Eloi de tener vecinos. En el próximo verano una pareja joven se instalará en la casa de al lado de él, y con el nuevo aire que está teniendo el pueblo, antiguos propietarios de las viviendas cercanas cada vez pasan más tiempo en él.
Paradójicamente, las esperanzas de un renacer de Àrreu están puestas nuevamente en una carretera, cuya construcción quedó paralizada por la pandemia, pero en la que Eloi trabaja, junto con varios propietarios del pueblo y de otros asentamientos cercanos para que finalmente se termine de construir.
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