Yehorka tiene ocho años y antes de que se lo llevaran los soldados rusos escribió un diario de los días de la guerra en la invadida Mariupol. En una de las primeras páginas dice que vive junto a su mamá y su hermana de 15 años. A pesar de los horrores que ocurren a su alrededor, sigue siendo optimista. Escribe que tiene un nuevo amigo y sueña con celebrar su cumpleaños. Incluso dibuja una mesa festiva con una torta e invitados reunidos con regalos. Pero pronto, todos los comentarios se vuelven cada vez más lúgubres.
Dibuja un edificio en llamas. Dice que las explosiones se escuchan cada vez más fuerte y en un momento aclara que “la casa tiembla, la lámpara de la cocina no deja de bailar”. Con los días van apareciendo escenas de un avión arrojando bombas y soldados disparando. “La guerra está en mi calle”, cuenta. También dibuja un soldado con un uniforme celeste y amarillo, los colores de la bandera ucraniana. “Héroe”, le pone de epígrafe.
“Mi abuela Galia murió, dos perros murieron y mi ciudad favorita Mariupol, también”, dice en la anteúltima hoja. La siguiente está en blanco y en la última dice: “Tengo una herida en la espalda, la piel está desgarrada. Mi hermana tiene una herida en la cabeza. Mi madre tiene la carne desgarrada en el brazo y un agujero en la cabeza”.
El artista y fotógrafo local, Yevhen Sosnovsky, tomó fotos de Yehorka y de su diario mientras vivió con la familia en un sótano durante varios días. Sosnovsky consiguió escapar de la sitiada Mariupol y publicó en Facebook las fotos. Desde entonces no sabe nada de Yehorka, aunque se sospecha que pudo haber sido trasladado, como tantos otros chicos de la ciudad, a territorio ruso. El asesor del alcalde de Mariupol, Petro Andriushchenko, dijo al Kyiv Independent que se habían enterado de la deportación de “decenas de chicos”. “Tenemos documentado un caso que ocurrió en Prospekt Meotidy donde se alojaban 15 niños huérfanos que habían sido recogidos por vecinos de la ciudad. Llegaron 18 militares rusos que se los llevaron con destino desconocido”, dijo Andriushchenko.
Andriy Yermak, jefe administrativo de la oficina del presidente Volodymyr Zelensky, dijo esta semana que Rusia deportó por la fuerza a 232.000 niños ucranianos a su territorio desde el comienzo de la invasión. De estos chicos, 2.161 son huérfanos o están separados de sus padres. En total, hasta la última semana, habían sido deportados 1.185.000 ucranianos que fueron repartidos por todo el enorme territorio ruso. Muchos a aldeas perdidas del Extremo Oriente y Siberia.
Si Yehorska o cualquier otro niño ucraniano llega a Rusia sin sus padres, de inmediato se desvanece dentro de un sistema que busca que los adopte alguna familia rusa y que se conviertan en ciudadanos rusos. Para hacer más expeditivo este “trámite”, Vladimir Putin firmó el lunes un decreto que ya había sido aprobado por la Duma, la cámara baja del poder legislativo ruso, que “simplifica la obtención de ciudadanía para los niños ucranianos sin cuidado parental”. Los “tutores” u “organizaciones” a los que se han entregado los niños ucranianos secuestrados podrán reclamar la ciudadanía rusa para ellos.
El tema del sufrimiento de los chicos ucranianos es incluso tomado en forma irónica por los “periodistas” del régimen en Moscú. El canal estatal Russia1 emitió una mesa redonda sobre la guerra y cuando se hablaba de la difícil situación de los civiles ucranianos, particularmente los menores, que “están recibiendo proyectiles y bombas”, el presentador del programa, Evgeny Popov, se rio y lanzó lo que se suponía que era una broma. “Bueno, todavía pueden ir a comer al McDonald’s”, dijo en referencia a que la cadena de comida rápida cerró sus locales en Rusia como parte de las sanciones económicas impuestas por Estados Unidos y la Unión Europea. Todos los panelistas acompañaron con una sonrisa.
Lyudmila Denisova, la secretaria de Derechos Humanos del gobierno ucraniano, presentó esta semana una serie de documentos que prueban que Rusia ya había preparado antes de la invasión una infraestructura de “puestos de control para los civiles que abandonan la zona de hostilidades activas”. Un eufemismo para nombrar a los “campos de filtración” por donde pasan primero los deportados y dónde se los interroga por días para determinar su “grado de peligrosidad”. A los civiles que no se les encuentra relación con personal militar o funcionarios del gobierno ucraniano y que no llevan tatuajes de símbolos nacionalistas, se lo deporta a otros campos en territorio ruso. Los otros van a la cárcel o desaparecen.
Un documento muestra que el plazo para que los centros de acogida temporal en toda Rusia estuvieran preparados al 100% era el 21 de febrero. Otro documento, fechado el 26 de febrero, dos días después de la entrada de las fuerzas rusas en Ucrania, muestra que 36 lugares en todo el territorio ruso estaban preparados para albergar al menos a 33.146 ucranianos en 377 refugios temporales. Los documentos detallan refugios situados en cinco de los ocho distritos federales de Rusia, incluyendo el Cáucaso Norte, Siberia y el Lejano Oriente. Algunos se encuentran a más de 6.000 kilómetros de Mariupol y otros por encima del Círculo Polar Ártico. De acuerdo a Denisova, Rusia está deportando entre 15.000 y 25.000 ucranianos por día.
El caso de los niños “robados” por las fuerzas rusas está siendo tratado al máximo nivel del poder en la Unión Europea. Incluso, pudieron ser recatados algunos niños. Se conoció el caso de Kira Obedinsky, una chica de 12 años que había sido llevada al enclave pro-ruso de Donetsk de donde logró sacarla su abuelo poco antes de que fuera enviada a un pueblo en las afueras de Moscú. Kira había perdido a su madre cuando era una bebé y vivía con su padre, Evgeny, y la novia de éste, Anya, y un hermanastro pequeño en un departamento de Mariupol.
El edificio donde estaban fue alcanzado en forma directa por un misil. Quedó completamente destruido. A Kira y a Anya las rescataron de entre los escombros. Evgeny y el otro niño murieron. Dos días después intentaron salir con un convoy de civiles que evacuaba refugiados de la ciudad. Fueron atacados con cohetes y granadas. Kira quedó herida con metralla incrustada en una pierna y en la cara. Esta vez, fue rescatada por soldados rusos que la llevaron a un hospital de Donetsk.
Cuando se recuperó fue presentada en la televisión estatal rusa como un ejemplo de lo bien que estaban tratando al enemigo. Gracias a eso, su abuelo Alexsandr Obedinsky, 67, supo que había sobrevivido y dónde estaba. El hombre movió todos sus contactos tanto en Ucrania como en Europa. Logró que alguien de la Cruz Roja se interesara en el caso. Unos días después recibió un llamado de la viceprimera ministra ucraniana, Iryna Vereshchuk, en el que le anunció que tenía un salvoconducto para ir a buscar a su nieta. Fue un muy largo viaje. De Kyiv a Polonia, de allí a Turquía. Un día más tarde tomó un avión a la ciudad rusa de Rostov y de allí, por tierra, llegó a Donetsk. Un viaje de unos 300 kilómetros terminó siendo de 10.000 km.
“Ese último tramo lo hice con una mujer que también iba a rescatar a su nieto de cuatro años. Y ahí me enteré que a muchos otros niños ya los habían entregado en Rusia sin importarles si tenían familiares cercanos que los podían cuidar”, contó Obedinsky. Finalmente encontró a Kira e hicieron todo el largo viaje de regreso a Kyiv donde la niña quedó internada en observación en el hospital infantil de Ohmatdyt. Hasta allí llegó el presidente Volodymyr Zelenesky con un ramo de flores y una Tablet para Kira.
“Todavía falta mucho, pero Kira está bien. No quiere hablar de la muerte de su papá ni nada de eso. Llevará tiempo. La están tratando dos sicoterapeutas”, contó Obedinsky a un corresponsal de The Guardian. “Lo importante es que la pude rescatar y ahora soy su guardián legal hasta que cumpla los 18 años. Unos días más y la perdía para siempre. Me la robaban en Rusia”.
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