Funcionarios, científicos, intelectuales y líderes políticos rusos están perdiendo el miedo y comienzan a pronunciarse contra la guerra. Boris Bondarev renunció a su puesto en la misión rusa de Naciones Unidas en Ginebra. Antes había sido Igor Volobuyev, vicepresidente de Gazprombank. Circula entre los académicos de las principales universidades rusas una lista de los que apoyan a Putin y la guerra para que no sean elegidos para entrar a la famosa Academia de Ciencias. El líder de la bancada del Partido Comunista dijo en una sesión del parlamento local en Vladivostok que “es imposible ganar la guerra en Ucrania, tenemos que terminar con esto que afecta a nuestros jóvenes”. Fue expulsado del recinto y tildado de traidor por el gobernador.
La información había circulado en los últimos días por los canales de Telegram donde abrevan los científicos rusos y fue confirmado por una investigación del New York Times: crece el movimiento contra la guerra entre estos intelectuales. El grupo de investigadores académicos está trabajando silenciosamente para evitar que los colegas que han apoyado la invasión de su país a Ucrania sean elegidos para la prestigiosa Academia Rusa de Ciencias.
Pertenecer a esta institución confiere prestigio y abre puertas en las universidades y las empresas estatales. La academia tiene en este momento cerca de 1.900 miembros rusos y otros 450 extranjeros. Cada tres años se eligen nuevos miembros. El próximo escrutinio, que comienza el lunes, es para 309 puestos, de los cuales 92 son de académicos superiores y 217 para “miembros correspondientes”. La competencia es dura: se presentaron más de 1.700 candidatos.
Entre los postulantes hay unos 300 que expresaron enfáticamente su apoyo a la invasión de Ucrania y firmando cartas y manifiestos en favor de la invasión ordenada por Vladimir Putin. En marzo, apareció una solicitada pro-Kremlin con los nombres de cientos de funcionarios de alto rango de las universidades rusas, la mayoría de los cuales son administradores y no científicos prominentes. Recibieron pronto un duro golpe de sus colegas que lanzaron una carta abierta de oposición a la invasión. Más de 8.000 científicos y periodistas científicos rusos la firmaron.
“La mayor parte de la comunidad científica está definitivamente en contra de la guerra”, dijo al New York Times, Alexander Nozik, un físico del Instituto de Física y Tecnología de Moscú. “Estar en una lista así podría reducir significativamente las posibilidades de ser elegido”. También podría demostrar que algunos actos de protesta siguen siendo posibles a pesar de la represión gubernamental de la disidencia. Y que hay muchos más intelectuales y funcionarios dentro del Kremlin que se oponen a la aventura bélica en la que embarcó Vladimir Putin al país.
Un buen ejemplo de lo que está ocurriendo se registró en la lejana Vladivostok, en la costa rusa del Pacífico. En el parlamento local, un grupo de políticos protagonizó una inusual protesta al interrumpir el discurso del gobernador para denunciar la invasión. “Tres meses desde el inicio de la operación militar han demostrado que es imposible tener éxito con medios militares”, dijo Leonid Vasyukevich, líder de la bancada del Partido Comunista que no forma parte de la coalición de Rusia Unida que sustenta a Putin pero que mantiene su apoyo crítico al régimen y la guerra.
“Más acciones significarán más soldados muertos y heridos. Exigimos la retirada inmediata de las tropas rusas”, prosiguió Vasyukevich apoyado por varios otros legisladores mientras el gobernador Oleg Kozhemyako le gritaba “¡Traidor!” y pedía que le cortaran el micrófono. “Ustedes están desprestigiando al ejército ruso y a nuestros defensores que luchan contra los nazis. Traidores”, insistió el gobernador. Vladivostok está a 7.000 kilómetros de Moscú y es allí donde fueron deportados miles de ucranianos durante las purgas estalinistas y donde están llegando muchos de los que ahora están siendo expulsando de las zonas ocupadas por las fuerzas rusas. También es de una de las regiones de donde son originarios los jóvenes soldados que luchan en Ucrania. En el último año hubo allí importantes manifestaciones contra el gobierno de Kozhemyako y otras protagonizadas por un movimiento de madres de hijos muertos en la guerra.
El descontento aumenta entre la elite política rusa cuando en el Este de Ucrania las fuerzas invasoras se encuentran en su mejor momento. Están avanzando en casi todos los frentes abiertos en las últimas horas y pronto podrían expulsar a las tropas ucranianas de toda la región de la provincia de Luhansk. Lograron avances constantes y crecientes en los intensos combates de los últimos días, aunque las defensas ucranianas siguen siendo eficaces en general.
La viceministra de Defensa ucraniana, Hanna Malyar, admitió que los combates se encuentran actualmente en su “máxima intensidad” en comparación con los anteriores asaltos rusos y que “probablemente seguirán intensificándose”. El portavoz del Ministerio de Defensa ucraniano, Oleksandr Motuzyanyk, calificó la ofensiva de “éxito temporal” y declaró que las fuerzas ucranianas están utilizando una defensa de maniobras para repeler los avances rusos en algunas zonas clave a lo largo del río Donets. De todos modos, los rusos ya tienen el control del 95% del óblast (región) de Luhansk y están muy cerca de concretar la captura de la ciudad clave de Severodonetsk.
Claro que pareciera ser una de esas clásicas victorias pírricas. “Las fuerzas rusas han logrado varios avances en la última semana, pero sus operaciones ofensivas siguen siendo lentas. Están muy degradadas y tendrán dificultades para reponer nuevas pérdidas”, dice el último informe del Instituto para el Estudio de la Guerra (ISW). Un buen ejemplo de esto es que se quedaron sin tanques modernos y tuvieron que sacar a relucir unos que les quedaron de la Guerra Fría.
Los misiles estadounidenses Javelin y los anglosuecos NLAW (Next-generation Light Anti-tank Weapon) en manos de la resistencia ucraniana lograron diezmar el arsenal de vehículos blindados de Moscú hasta tal punto que Rusia tuvo que recurrir a tanques diseñados hace más de 60 años. De acuerdo a la inteligencia británica, el ejército ruso perdió ya 633 tanques y 1.144 carros blindados.
Las imágenes publicadas en las redes sociales en los últimos días muestran tanques T-62 envejecidos en vagones de ferrocarril que se dirigen al frente. El hecho de que Putin haya tenido que recurrir a un equipo que en la mayoría de los parámetros -salvo la cantidad- se consideraría totalmente obsoleto, habla del impacto que la tenaz resistencia ucraniana ha tenido en las existencias de equipos de Moscú. “Los T-62 serán con toda seguridad especialmente vulnerables a las armas antitanque y su presencia en el campo de batalla pone de manifiesto la escasez de equipos modernos y listos para el combate de Rusia”, dijo un alto militar británico a The Telegraph.
El T-62, un tanque de 41 toneladas con un cañón principal de 115 mm, se fabricó en la Unión Soviética de 1961 a 1975. Fue sustituido en gran medida como principal carro de combate de Moscú cuando el T-72 entró en servicio en 1969. Miles de T-62 estuvieron prácticamente tirados en campos militares sin ningún resguardo y muchos fueron regalados al ejército sirio desde 2013.
Aunque a lo largo de los años se le fueron añadiendo y actualizado algunos equipos, como el blindaje adicional o las miras modernas, el vehículo básico está “muy cansado”, dicen los analistas militares. “Las fuerzas ucranianas no necesitarán gastar los sofisticados y escasos misiles Javelin o NLAW para destruirlos”, enfatizan. Es probable que los misiles antitanque más antiguos e incluso las simples granadas propulsadas por cohetes sean más que suficientes para sacar de juego a estos viejos mastodontes de otras guerras.
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