El impacto económico del último brote de coronavirus en China es más de 10 veces mayor que el de la ola inicial de Wuhan en 2020, advirtió un importante economista, subrayando la creciente preocupación por el coste de la política gubernamental de “COVID cero”.
Según Xu Jianguo, profesor asociado de economía de la Escuela Nacional de Desarrollo de la Universidad de Beijing, las interrupciones de la actividad económica provocadas por el coronavirus, que incluyen cierres en toda la ciudad y restricciones en el transporte, ya han afectado a 160 millones de personas este año y han supuesto un coste de 18 billones de yuanes (2.680 millones de dólares), de acuerdo a South China Morning Post.
En comparación, el brote inicial de Wuhan de hace dos años afectó a 13 millones de personas y causó daños económicos por aproximadamente 1,7 billones de yuanes, dijo.
Xu estimó que China ha registrado más de 80.000 infecciones desde principios de 2022 y que estaba en camino de superar los 92.514 casos de 2020.
“La gravedad de los brotes de este año es más de 10 veces mayor que la de 2020 (...) en términos del tamaño de la población afectada y del coste económico”, dijo en un seminario web el sábado, según South China Morning Post.
Precisó que es difícil que China pueda alcanzar su objetivo de crecimiento económico de “alrededor del 5,5%” para este año, o incluso igualar la cifra de crecimiento del 2,3% registrada en 2020.
La política gubernamental de “COVID cero”, que se basa en el cierre, las pruebas masivas y la cuarentena en las instalaciones gubernamentales, ha ejercido presión sobre el sector de los servicios, el comercio minorista, la producción y la logística.
A diferencia de lo ocurrido en 2020 durante el brote de Wuhan, este año se han cerrado algunas de las ciudades más grandes e importantes de China, como Shanghái, Suzhou, Shenzhen, Dongguan y Beijing, que son nodos importantes en la cadena industrial, dijo Xu.
Así es la rigurosa estrategia anti COVID de China
Frente a la irrupción del SARS-CoV-2 y su alta tasa de contagiosidad, especialmente en la última ola generada por la variante Ómicron, algunos países optaron por políticas muy estrictas para evitar la transmisión y circulación del virus. Desde el comienzo de la pandemia, esto implicó cierre de fronteras, restricciones para el ingreso y salida de viajeros, aislamientos estrictos de casos positivos y hasta cierre de barrios o ciudades enteras frente al aumento de contagios.
Esa estrategia, probablemente haya evitado miles de muertes y enfermos graves en Asia y Oceanía. Sin embargo, los expertos insisten en que es necesario que estén acompañadas de fuertes campañas de vacunación, para lograr altos niveles de inmunidad y que las restricciones no se perpetúen en el tiempo. Justamente, dos grandes exponentes de estas políticas llamadas de “COVID cero” son China y Hong Kong. En cambio, Europa y América, optaron por cierres estrictos en los primeros meses de 2020 y luego fueron flexibilizando las condiciones a medida que bajaban los contagios, en un intento por equilibrar salud y economía.
Según las medidas sanitarias chinas, las personas que den positivo de COVID-19, aunque sean asintomáticos, o tengan una enfermedad leve, deben aislarse.
Los habitantes de Shanghái tenían prohibido, incluso, bajar a los jardines de sus edificios y caminar por las plazas de los barrios. Ni siquiera podían sacar a sus perros a hacer sus necesidades, reportaron medios internacionales. A esto se sumó la separación de los niños de sus familias y la escasez de suministros. El secretario general del Gobierno municipal de Shanghái, Ma Chunlei debió pedir disculpas a la población por “las inadecuadas garantías para la vida de la gente en las zonas cerradas”. Además, personas con enfermedades crónicas no podían acceder a sus medicamentos y tratamientos en los hospitales, donde las salas de urgencias fueron cerradas, pero debieron reabrirse tras conocerse que dos personas habían muerto por accesos de asma y la falta de atención.
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