(Enviados especiales). Una tediosa lluvia de primavera caía en Kharkiv cuando Vladimir Putin apeló a la victoria de la Unión Soviética sobre la Alemania nazi para levantar la moral de las tropas rusas que no pudieron derrotar a las Fuerzas Armada de Ucrania y después marchar victoriosas hacia Kiev.
No hubo ampliación del toque de queda, ni se fortalecieron los controles militares a lo largo de la ruta que une esta ciudad con el Frente Este. Las alarmas sonaron al ritmo de siempre, y a lo lejos se escucharon los ruidos causados por los misiles y los obuses al caer.
Nada fuera de lo habitual.
La televisión de Ucrania no transmitió el discurso de Putin y menos todavía el desfile militar en la Plaza Roja. En las pantallas se podía ver a Volodimir Zelensky haciendo una arenga patriótica o a Roger Moore -James Bond 007- tratando de salvar al mundo contra los soviéticos y el malvado Max Zorin -Christopher Walken-, que era espía de la KGB.
“No nos interesa ver lo que dice Putin. Vamos a ganar”, aseguró una anciana que cruzaba con su amiga una calle casi desolada de Kharkiv.
“Acá no lo vimos (el discurso de Putin en la Plaza Roja). Mis amigos no lo vieron. Y en casa, mi familia, tampoco lo vio”, comentó una joven camarera que sirve el mejor Borsch (sopa a base de remolachas) en toda esta ciudad.
La ausencia de temor frente a las eventuales represalias de Putin al cumplirse un nuevo aniversario de la caída en Berlín en la Segunda Guerra Mundial, se pudo observar también entre los cientos de refugiados que habitan la estación de subte Heroiv Pratsi.
Hanna Kushnaryova tiene 30 años y es una de las encargadas de la estación Heroiv Pratsi. “En esta parada del metro llegaron a convivir cerca de 2.000 refugiados, pero ese número se redujo (hasta hoy) a 554 personas”.
-¿No se quieren ir?-, preguntó Infobae.
-No. Lo único que quieren es que venga la paz, contestó Hanna Kushnaryova.
Se trata de gente de mayor, de familias que perdieron sus hogares, o de mujeres viudas que no tienen trabajo. Reciben comida, productos sanitarios y medicinas que aportan los movimientos de voluntarios y el gobierno de Kharkiv.
En la profundidad del subte, el olor es acido y pesado. Conviven -literal- perros, gatos y canarios, y apenas hay dos baños con escasa circulación de agua corriente. Tienen luz e internet, pero la cercanía y la ausencia de intimidad es un hecho inevitable.
Ninguno de los refugiados dijo a Infobae que estaba preocupado por el discurso de Putin o una eventual contraofensiva de las tropas rusas. “Nosotros vamos a ganar. Y no importa que haya dicho Putin en la televisión”, comentó a este enviado especial un anciano que hace setenta días que habita la profundidad de la estación Heroiv Pratsi.
Los controles militares que revisan la documentación de los periodistas que -en auto- atraviesan la ciudad de Kharkiv, no se incrementaron durante las últimas horas. Hay checkpoints con soldados en espacios urbanos claves-los cruces del ferrocarril que llevan a Kiev o los dos puentes sobre el Río Oskol-, pero en el resto de los controles no hay tropas y se mantienen camuflados y sin uso los cañones de defensa antiaérea.
La situación se agrava cuando se avanza desde Kharkiv hacia el este, adonde las tropas rusas controlan los oblast´s (distritos o provincias) de Donetsk y Lugansk. En estos escenarios bélicos hay combate frontal -artillería, misiles y drones-, y los controles son extremos.
Aunque se acredite la condición de periodista, si no se sabe la contraseña de ese día, los oficiales ucranianos de cada checkpoint prohiben el paso hacia la línea de batalla que dirimen con las tropas rusas.
“Ellos no avanzan. Están muy cansados, y no tienen tantas provisiones como nosotros (agua y raciones de comida). Por eso hay que esperar la oportunidad y contraatacar a los rusos. Seremos letales”, aseguró un oficial ucraniano (con reserva de identidad) que controla un paso a cuarenta kilómetros del frente de combate.
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