El 24 de febrero, cuando comenzó la invasión rusa, Ihor Kozhan llevó a su mujer y su hija a un lugar seguro en Polonia y regresó a las pocas horas a su ciudad, Lviv, para salvar una de las herencias culturales más extraordinarias de Ucrania y el mayor ejemplo de arte religioso del Barroco en Europa Central: el Iconostasio de Bohorodchany.
Kozhan es el director del Museo Nacional Andrey Sheptytsky de Lviv que contiene la colección artística más destacada de la cultura ucraniana. A pesar de la guerra, esa mañana estaban ahí todos los empleados del museo para ayudarlo a descolgar y embalar los 1.800 objetos expuestos: arte moderno ucraniano, manuscritos iluminados, iconos sagrados de hace 800 años. Y el magnífico conjunto de íconos dorados creados hace 324 años, la joya de la corona. Lo fueron desmontando para llevarlo a un sótano bastante bien acondicionado en un lugar secreto.
Obviamente, no era la primera vez que el Iconostasio de Bohorodchany había tenido que ser salvado de la guerra. Los austro-húngaros se lo robaron y llevaron a Viena, los ucranianos lo recuperaron para tener que volver a protegerlo para salvarlo de la furia antireligiosa soviética, también de la invasión nazi y ahora, otra vez, de los rusos.
Fue creado entre 1698 y 1705 por el monje y pintor gallego (de la zona de Galitzia, entre Polonia y Ucrania), Yov Kondzelevych, y un equipo de al menos 20 artesanos. Es una pared de 12,80 metros de altura y 11 metros de ancho de iconos dorados y otras escenas religiosas colocadas en marcos de madera exquisitamente ornamentados y coronados por una enorme representación dorada de la Crucifixión. El escritor y editor Ivan Tyktor, lo calificó como “la cúspide del arte ucraniano”.
Originalmente, el iconostasio colgaba en el interior de una iglesia de madera del monasterio ortodoxo de Manyava, a los pies de los Cárpatos, en lo que entonces era la Galitzia polaca. En 1782, una década después de que Austria-Hungría se anexionara la región, el emperador José II de Habsburgo ordenó el cierre de los monasterios de todo el imperio, calificándolos de “fuentes de superstición”, y se apropió de sus tierras. Tres años después, la comunidad de Bohorodchany, ubicada a 25 kilómetros al norte, pagó el equivalente a unos 12 dólares por el retablo gigante. Lo trasladaron a la iglesia greco-católica ucraniana de la Santísima Trinidad, perteneciente a una rama bizantina del catolicismo, donde permaneció en la oscuridad durante más de un siglo.
El iconostasio seguía colgado en Bohorodchany cuando, en agosto de 1914, semanas después del comienzo de la Primera Guerra Mundial, el ejército del zar Nicolás II, que se acercaba por el este, lanzó un asalto masivo a Galitzia, el territorio más septentrional del Imperio Austrohúngaro, que comprendía la actual Ucrania occidental y partes de Polonia. Las tropas rusas irrumpieron en la frontera, provocando el pánico y un éxodo masivo. Como sucedió ahora, en este 2022, miles de personas se agolparon en la estación central de ferrocarril de Lviv, para viajar hacia el oeste. Un corresponsal del diario The Times describió así la escena: “había decenas de trenes de evacuación atascados desde Lwòw (nombre polaco de la ciudad). La gente estaba tan desesperada por salir que se subía a los techos de los vagones. Allí, en la capital de Galicia reinaba el caos”. El ejército de los Habsburgo lanzó tres contraofensivas inútiles contra los rusos en los Cárpatos. Las bajas en ambos bandos superaron el millón de hombres.
En medio del caos y la violencia, una compañía de tropas austrohúngaras arriesgó su vida para salvar el oscuro icono religioso. Entrando en Bohorodchany, peligrosamente cerca de las líneas del frente, “los soldados comenzaron a desmontar el iconostasio y a empaquetarlo, ante la alegre sorpresa de los residentes, [que despertados] del sueño comenzaron a agolparse en las calles”, escribió otro periodista local. Los soldados, ayudados por los lugareños, desmontaron el iconostasio en una noche, cargaron las docenas de piezas en camiones y las transportaron a un museo de Viena.
El imperio Austro-Húngaro entregó el iconostasio a Polonia después de su derrota en la Primera Guerra Mundial, y fue colgado en el Castillo Real de Varsovia. En 1924, Andrey Sheptytsky, líder de la Iglesia greco-católica local y nacionalista ucraniano residente en Lviv, compró el iconostasio por el equivalente a 4.000 dólares. Expuso partes de la enorme obra maestra en un museo dedicado a la iconografía ucraniana que había fundado en la calle Drahomanov de Lviv, conocido primero como Museo Eclesiástico de Lviv y posteriormente rebautizado como Museo Nacional Andrey Sheptytsky.
Pero la magnífica pieza no iba a descansar en paz. En 1939, la Unión Soviética ocupó la región y la mantuvo hasta que los nazis la invadieron dos años después. En 1944, hacia el final de la II Guerra Mundial, los soviéticos volvieron a tomar el control de la región, fusionando partes de Galitzia con el actual este de Ucrania, ampliando enormemente el tamaño de la República Socialista Soviética de Ucrania. Declararon la guerra a la religión y los comisarios de Stalin cerraron iglesias, destruyeron iconos y desmantelaron el Iconostasio de Bohorodchany. Colgaron uno de los 50 paneles de la obra en un museo folclórico y almacenaron el resto en la clausurada catedral armenia del siglo XIV de Lviv. Allí permaneció, acumulando polvo, hasta la disolución de la Unión Soviética.
Tras la independencia de Ucrania, en 1991, la obra maestra se volvió a montar, se restauró y finalmente se expuso en el Museo Sheptytsky en 2013. Un año más tarde, las fuerzas de Vladimir Putin se apoderaron de Crimea y desencadenaron un levantamiento en la región oriental ucraniana, sembrando las semillas para la invasión a gran escala de este año. Desde hace dos meses, el iconostasio está otra vez desarmado y embalado en un lugar seguro, esperando sobrevivir una vez más a la guerra.
Claro que mientras se salvó esta herencia cultural imprescindible muchas otras fueron destruidas o están en peligro. La UNESCO registró hasta esta semana al menos 120 casos de daños o destrucción total de sitios culturales, incluyendo museos, edificios históricos, bibliotecas e instituciones religiosas. Sólo en abril, se registraron más de 50 ataques rusos a sitios del patrimonio. Los daños se extendieron tanto que algunos funcionarios internacionales y expertos en patrimonio artístico global creen que están siendo atacados deliberadamente, poniendo en riesgo la arquitectura de la identidad de Ucrania.
“Además de un ataque militar puramente convencional, Rusia sabe que es más estratégico apuntar a la cultura ucraniana con el objetivo principal de que sea destruida”, dijo al sitio Politico, Yuri Shevchuk, profesor de lengua ucraniana en la Universidad de Columbia. “Saben que incluso si Ucrania gana, pero la cultura ucraniana pierde y la lengua ucraniana desaparece, no habrá Ucrania”.
Según la Convención de La Haya de 1954, es contrario al derecho internacional atentar intencionadamente contra el patrimonio y los bienes culturales en la guerra. Tanto Rusia como Ucrania están entre los 133 países que firmaron el pacto, por lo que los daños a las instituciones culturales ucranianas podrían ser considerados como crímenes de guerra.
“Ucrania es un país muy conocido por su rica historia, el lugar donde se unieron las culturas de Oriente y Occidente”, dijo a Politico, Lazare Eloundou Assomo, director del Centro del Patrimonio Mundial de la UNESCO. “Estamos muy preocupados porque Ucrania está perdiendo no sólo una parte importante de su patrimonio cultural, sino también su identidad. Un trozo de sí mismos y un trozo de historia van a desaparecer si la guerra no se detiene”.
La propia directora de la organización de las Naciones Unidas para la Cultura, Audrey Azoulay, escribió una carta personal a Vladimir Putin instando a que Rusia respete el tratado de 1954. “Cualquier violación de estas normas comprometerá la responsabilidad internacional de sus autores”, le dijo en la misiva. Respondió el canciller, Serguéi Lavrov, diciendo que Moscú era consciente de sus obligaciones en virtud del tratado y que seguía comprometido con ellas, pero no especificó qué medidas iban a tomar para proteger una serie de lugares y obras que se le habían señalado. En su carta, Azulay le envió las coordenadas de la ubicación de los sitios. En Ucrania hay siete sitios considerados como Patrimonio Mundial, entre ellos la catedral de Santa Sofía de Kiev, todo el casco histórico de Lviv y el Arco Geodésico de Struve. También una larga serie de estatuas en las principales ciudades que fueron protegidas por sacos de arena. Hasta ahora, esos lugares siguen en pie, muchos otros fueron alcanzados por las bombas.
El más emblemático de los destruidos hasta ahora es el Centro Dramático Regional Académico de Donetsk, en la plaza Teatralna de Mariupol, que fue completamente arrasado cuando permanecían en su interior refugiadas unas 600 personas. La mayoría de ellos fallecieron y sus cuerpos aún permanecen entre los escombros. Centros culturales como el Museo de Mariupol y la Biblioteca Pública de Makarivska, en Kiev, que contienen arte y literatura únicos, han sido destruidos. Edificios históricos y monumentos dedicados a la lucha de Ucrania contra el nazismo en la Segunda Guerra Mundial, como el monumento al Holocausto de Drobitsky Yar, sufrieron graves daños. El Teatro Académico Estatal de Ópera y Ballet de Kharkiv, una obra arquitectónica neoclásica extraordinaria, fue alcanzado por las bombas en un ataque que dejó diez muertos.
No es la primera vez que Rusia ataca antigüedades en la historia reciente. Una investigación financiada por un grupo de donantes de los museos de Nueva York descubrió que los ataques aéreos rusos y otros grupos en Siria desde 2011 dañaron ciudades medievales, centros culturales y monumentos. Esto no sólo llevó a la destrucción del patrimonio y a que los museos fueran saqueados de artefactos antiguos, sino que creó un camino para que las reliquias fueran dirigidas a los mercados negros de Europa y Estados Unidos. “Elaboramos listas de lo robado para que en el mercado se sepa que es un delito grave comprar esas obras. Desde ya, no las pueden adquirir ningún museo o institución oficial de ningún país. Y el mercado paralelo también está ahora muy vigilado. Cualquier antigüedad proveniente de Siria o Irak que no tenga un certificado de autenticidad, va a ser detectada”, explicó Elizabeth Repko, funcionaria de cultura estadounidense que trabajó en el proyecto. ”Queremos que lo mismo suceda ahora con lo que puedan sacar de Ucrania”.
En Ucrania ya están trabajando en una lista similar de objetos desaparecidos. Por ejemplo, se sabe que soldados rusos entraron al museo de la ciudad de Melitopol y se llevaron artefactos de oro del imperio escita y decenas de cuadros y piezas de arte de gran valor. La expoliación del patrimonio cultural ucraniano por parte de Rusia comenzó incluso mucho antes de la invasión. “Cuando las tropas de Putin invadieron y se anexionaron la península de Crimea, extrajeron de allí piezas únicas griegas y romanas que ahora están en una galería de Moscú”, denunció el director del Centro del Patrimonio Cultural, Eric Catalfamo. “Y realizo excavaciones arqueológicas no autorizadas en los que demolió enterramientos musulmanes y dañó sitios que se estaban trabajando desde hace años”.
En tanto, Ihor Kozhan, el director del museo que salvó el Iconostasio de Bohorodchany, ahora trabaja para realizar tareas similares en centros culturales de las ciudades cercadas del Donbás, en el este del país. Ya puso a recaudo obras del siglo XV y XVI en Kharkiv y hasta logró preservar una importante colección privada de publicaciones y memorabilia de la Unión Soviética. Pero no pudo hacer nada con una exhibición de artistas contemporáneos que estaba montada en un centro de Mariupol. Allí, todo quedó reducido a cenizas y escombro.
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