(Enviado especial) Anatoly Loboda tiene 66 años y los ojos sin brillo. Andaba en bicicleta por un complejo de edificios modernos que había sido dañado por un misil ruso y con buenos modales preguntó al traductor de Infobae si podía revelar su historia sobre el genocidio cometido por las tropas de Vladimir Putin en Bucha.
Al instante, con el sí aún flotando en el aire, Loboda iluminó sus ojos con el color de la angustia y dio testimonio de una masacre que todavía conmueve a ese barrio de Bucha.
El sobreviviente Anatoly contó: “Una tarde, entraron los rusos a una de las calles de aquí. La calle se llama Novo Yablunska. Venían en una carros blindados, exhibiendo sus armas. La gente los vio, pero no hicieron nada. Ellos siguieron avanzando y quisieron agarrar a una chica, y ella empezó a correr. Yo lo veía desde la vereda de enfrente. La chica empezó a correr, y todos empezamos a correr. Todos corrían. De repente, empezaron a disparar. A todos. Le dispararon a todos. A los pocos minutos todo se terminó. Había sangre sobre la calle y la vereda. Ese día mataron a 28. Ví a dos parejas de jovencitos agarrarse de las manos y suplicar. Pidiendo por su vida. Y ahí los mataron. Fueron 28. Los arrastraron para ponerlos en fila, uno al lado de otro. Para que todos en el barrio los pudieron ver. En cien metros de calle pusieron en fila a 28 personas, a 28 cadáveres. No me olvido más”.
Cuando Anatoly Loboda terminó su testimonio, el dueño del complejo de edificios también hizo su aporte testimonial sobre la ocupación rusa de Bucha. Se llama Admy Stravovsky y pidió que no le sacaran fotos.
Stravovsky contó: “Hace seis años que estoy construyendo acá. Un día me enteré que los rusos habían invadido Ucrania, me subí a lo más alto de la pluma y puse la bandera de mi país. Cuando los rusos llegaron acá, nosotros andábamos con cuidado. Y ellos querían sacar la bandera de encima de todo. Yo les decía que no podía, que no había forma de llegar hasta encima de todo. Entonces, un día empezaron a disparar contra la pluma para voltear la bandera, para romperla. Y así estuvieron casi una semana. Después huyeron, y yo deje la bandera allí”.
A diez minutos del complejo de edificios que habitan Anatoly Loboda y Admy Stravovsky, las autoridades de Bucha instalaron un mercadito. Ayer fue la primera vez que funcionó, y los comerciantes trabajaron de siete de la mañana a una de la tarde. Todo es muy sencillo y se puede comprar desde un kilo de queso hasta una lonja de chancho fileteado.
Viktor Gumenuk tiene 49 años y se define como carnicero y hombre de negocios. Atiende en un puestito del mercado de Bucha y describió la situación de la ciudad atravesada por el genocidio ejecutado por las tropas que responden a Putin.
Gumenuk contó: “Viene poca gente a comprar, menos que antes. Los precios no subieron. Siguen igual que antes de la ocupación. Los chanchos los compró en Kiev, o por acá. Tienen la calidad de siempre. Y yo vendo. La gente está triste, yo estoy triste. Pero ellos compran y yo vendo”.
A pocas cuadras de la ciudad de Irpin, sobre la avenida principal de Bucha, se levanta una iglesia. En la puerta está apostado un pelotón de elite de las Fuerzas Armadas de Ucrania. Custodian una fosa común que usaron las tropas rusas para enterrar sin identidad a las víctimas del genocidio que cometieron cuando ocupaban Bucha.
No hay indicios de violencia, ni olor a muerte. Los fuerzas ocupantes enviados desde Moscú borraron las huellas, incendiaron la humanidad. Se sabe que la fosa está ahí por el testimonio de los sobrevivientes. Pero a la distancia es sólo una huella de un camión que la lluvia de los últimos días no pudo borrar para siempre.
Cuando cae la noche en Bucha, las calles quedan vacías por el toque de queda. Y cuando ya es hora de dormir, los recuerdos se transforman en pesadillas.
Hasta el día siguiente, cuando el sol inunda la ciudad. Y la vida parece lo que alguna vez fue.
SEGUIR LEYENDO: