“El trabajo de las fuerzas armadas para liberar Mariupol ha sido un éxito”, dijo Vladimir Putin al ministro de Defensa ruso, Sergei Shoigu, en una reunión televisada el jueves pasado. “Enhorabuena”. Pero en realidad, el presidnete ruso tiene en mente una última crueldad.
El ruso habló en pasado de Mariupol, donde las fuerzas rusas han reducido el estratégico puerto ucraniano casi a escombros, matando o hiriendo a miles de residentes civiles. De los 400.000 habitantes originales de Mariupol, quedan tal vez 120.000; la mayoría de los sobrevivientes lograron huir a otras partes de Ucrania, pero muchos también han sido llevados por la fuerza a Rusia. Sin embargo, advierte en un alarmante editorial The Washington Post, el trabajo de las fuerzas armadas rusas allí no ha terminado del todo.
Un remanente de los defensores de la ciudad, que Rusia estima en unos 2.000 combatientes, está refugiado en los sótanos de una laberíntica planta siderúrgica a lo largo de la costa local. Las autoridades ucranianas afirman que hay “unos cuantos miles” de personas instaladas en el complejo de la fortaleza, pero que la cifra incluye 500 soldados heridos y 1.000 civiles no combatientes. Esta última categoría incluye a numerosos niños. Reconociendo que sería demasiado arriesgado para las tropas rusas asaltar el lugar, incluso contra un oponente superado en número y en armamento, Putin ordenó a sus fuerzas que no siguieran asaltando la planta, sino que la sitiaran, de modo que “ni siquiera una mosca pudiera pasar”.
En resumen, denuncia The Post en el editorial, la preocupación de Putin por la vida de sus propios hombres no se extiende a las vidas de los que están en la fábrica, que morirán de enfermedades, hambre o sed si su asedio -como parece demasiado probable- tiene éxito. Aparentemente empeñado en hacerse con el control físico, vivo o muerto, tanto de los combatientes como de los civiles atrapados en el complejo, Putin ha exigido su rendición y se ha resistido a los llamamientos ucranianos para su evacuación a territorio ucraniano bajo la supervisión de un tercero. Hasta el último jueves, hacía semanas que no se producía ninguna evacuación a Ucrania desde Mariupol; ese día, los civiles -unos 90- consiguieron ponerse a salvo en Zaporizhzhia.
“Estados Unidos, Europa y, de hecho, todos los gobiernos decentes del mundo deberían exigir a Rusia que afronte esta catástrofe con humanidad. Eso significa negociar algo parecido a la evacuación garantizada propuesta por los ucranianos; si Rusia no permite que esa operación sea supervisada por un tercer país, como han pedido los ucranianos, se podría recurrir a una agencia neutral, posiblemente el Comité Internacional de la Cruz Roja”, exige el editorial.
Sin embargo, las municiones y los alimentos de los defensores se están agotando, y nada en el historial de Putin, por desgracia, sugiere que haría caso a un llamamiento basado en preocupaciones humanitarias o en el derecho internacional.
Las fotos de satélite muestran que su historial incluye la construcción de fosas comunes, posiblemente lo suficientemente grandes como para albergar hasta 9.000 civiles, según denunció el alcalde de la ciudad en una publicación de Telegram.
Por lo tanto, afirma The Post, el presidente Biden tenía razón al anunciar nuevos envíos de artillería pesada y aviones no tripulados a Ucrania, para ayudar a repeler la nueva ofensiva rusa en la región oriental del Donbás. Puede que sea demasiado tarde para convencer a Putin de que evite más muertes innecesarias en Mariupol; las armas suministradas por Estados Unidos permitirán a Ucrania dirigirse a él en un idioma que sí entiende.
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