Sabe que su cabeza tiene precio. Cada vez que habla, dicta una especie de testamento. Sabe también que Vladimir Putin lo quiere preso o muerto. O primero preso y luego muerto. De todos los millones de personas a las que está dispuesto a asesinar el mandamás de la Rusia que quiere volver a ser soviética, el cadáver que más exige Putin es el del presidente de Ucrania, Volodímir Zelensky.
Lo ronda la muerte porque sabe que ese es el lenguaje de su enemigo. Y el mundo, que debería hacer algo más que horrorizarse, se horroriza, sí, cómo no, faltaría más, y se pregunta también si Zelensky, actor cómico, tipo de la tele y del ja ja, se convirtió de la noche a la mañana en el héroe que desborda coraje, o si ya había algo de eso en su época de gracioso. Es una pregunta banal. Y la respuesta también lo es. Una especie de banalidad del mal que haría las delicias de Hanna Arendt.
¿Qué importa cuándo te convertiste en héroe, si las bombas destruyen tu país y la gente muere fusilada, con las manos atadas a la espalda, o sucumbe en gigantescas fosas comunes, entre el barro y la nieve? En el siglo XXI, Rusia mata como sabe, como en los años 40 del siglo pasado. Y la gente muere igual que entonces. Y los deudos de la guerra lloran y gritan de la misma forma, arrodillados en el fango, como en los años 40. Todo es igual, salvo que te filman celulares y drones: eso es el progreso tecnológico.
¿Qué puede esperar Zelensky? Nada. Hace unos días, lanzó otro mensaje breve, testamentario, terrible: “Ya no le creo al mundo”. Una frase epitafio que será recordada si Putin obtiene su cabeza. O que quedará en la historia, junto con otras tan efectivas y eficaces como la anterior. Si algo sabe Zelensky, es manejar la comunicación. Cuando Estados Unidos le ofreció ayudarlo a evacuar Kiev, bajo asedio ruso, Zelensky contestó: “Nosotros necesitamos armas, no un paseo en coche”. Y el breve video que lo mostró en las calles de Kiev, en la alta noche, flanqueado por algunos miembros de su gobierno, con una pose desafiante, no sólo desmintió la campaña rusa que hablaba de su huida, sino que daba testimonio, decía sin decirlo: “Aquí estamos”.
¿Quién es Zelensky? Nació el 25 de enero de 1978 en Krivói Rog, una ciudad industrial del sudeste de lo que entonces era la República Socialista Soviética de Ucrania y hoy es Ucrania a secas. Su padre, de origen judío, dirigía el departamento académico de cibernética y hardware informático en el Instituto de Economía de Krivói Rog, un pionero de la informática; su madre era ingeniera. Semyon, el abuelo de Zelensky, fue coronel del Ejército Rojo en la 57 División de Fusileros Motorizados de la Guardia durante la Segunda Guerra. El bisabuelo de Zelensky y tres de sus tíos abuelos, fueron asesinados en los campos nazis. De modo que Putin sabía muy bien qué decía y qué quería provocar cuando acusó a Zelensky de nazi.
El presidente ucraniano habló siempre poco de su infancia. Creció en una “familia judía soviética común, no muy religiosa porque la religión fue suprimida en la URSS” y en la que se habló siempre ruso. Cuando tenía 16 años aprobó el examen de inglés como Lengua Extranjera y fue becado para estudiar en Israel, pero su padre no lo dejó viajar. Después estudió en el Instituto Económico Krivói Rog, y en la Universidad Económica Nacional de Kiev, en la que se licenció en Derecho en 2000. Nunca ejerció. Un día, a sus diecisiete años, subió a un escenario y ya no volvió abajar de él.
Se casó en 2003 con una compañera de escuela, Olena Kiyashko. Tienen dos hijos: Oleksandra, que nació en julio de 2004 y Kirilo, que nació en 2013. Olena dijo que los dos crecieron en un ambiente abierto, de habla rusa, sin parientes que hablaran ucraniano, con excepción de quienes hablaban súrzhyk, un dialecto que combina los dos idiomas. En abril de 2019, cuando la tormenta se cernía sobre Ucrania, Olena confió a la BBC que la pareja podía hablar ucraniano con fluidez, “siempre y cuando Volodómir no esté influido por el estrés y la presión psicológica”. O sea, nunca.
El escenario de Zelensky a sus diecisiete años era el KVN, que forjó sus raíces como actor. KVN era un fenómeno televisivo ruso bien complejo. La sigla significa “Kloub Veselykh i Nakhodtchivykh”, algo así como “El club de los Alegres Ingeniosos”, un concurso nacional de comedias, comediantes y monologuistas, con característica de deporte: una liga y un campeón anual. Zelensky se unió al equipo local y luego al ucraniano, que peleó y ganó el torneo nacional en 1997. Después creó y dirigió el equipo Kvartal 95 con el que compitió en el KVN nacional entre 1998 y 2003. Fue desde el escenario donde Zelensky visitó varios de los países post-soviéticos, la URSS había desaparecido como tal en 1991. También en 2003 Kvartal 95 produjo programas de televisión para el canal ucraniano 1+1 y luego para el canal Inter.
Kvartal 95 creó una serie de televisión en la que Zelensky representó el papel de presidente de Ucrania: se llamó Servidor del Pueblo y se emitió entre 2015 y 2019. Tuvo un éxito enorme, tanto que nació un partido político con el nombre de la serie, que integraban gran parte de los empleados de Kvartal 95.
Por si alguien lo olvidó, Ucrania fue uno de los tres países decisivos para que se derrumbara la URSS, gracias al Tratado de Belavezha que el 8 de diciembre de 1991 firmaron el presidente de las repúblicas socialistas soviéticas de Rusia, Boris Yeltsin, de Ucrania, Leonid Kravchuk y de Bielorusia, Stanislav Shushkévich.
El 31 de diciembre de ese año, la bandera roja de la hoz y el martillo fue arriada por última vez del Kremlin. Para Putin, jefe entonces de la poderosa KGB, aquello representó una tragedia. Dijo luego: “La caída de la URSS fue la catástrofe geopolítica más grande del siglo. Para el pueblo ruso, esto representó un verdadero drama. Decenas de millones de nuestros ciudadanos y compatriotas se encontraron fuera de su territorio ruso. La epidemia de destrucción se expandió incluso en Rusia. El ahorro de los ciudadanos fue aniquilado y los viejos ideales destruidos”. Acaso parte de esa deuda tácita pague hoy, con su sangre, Ucrania.
Como estrella del programa Servidor del Pueblo, Zelensky jugó por elevación. En la ficción, era un profesor de Historia de un colegio secundario que, de pronto, ganas las elecciones presidenciales luego de que un video lo mostrara en pleno despotrique contra la corrupción del gobierno ucraniano. En marzo de 2019 decidió que la vida copiara al arte y confesó a la revista alemana Der Spiegel que iba a dedicarse a la política para reemplazar en el gobierno al entonces presidente Petró Poroshenki. Ganó las elecciones en primera vuelta y en segunda, el 21 de abril de 2019, hace exactos tres años, con el setenta y tres por ciento de los votos.
Su ideario fue simple y sentó escuela: denunció a las élites políticas y prometió luchar contra la corrupción, abolir la inmunidad parlamentaria, crear un procedimiento para destituir al Jefe del Estado en caso de falta grave y la consulta periódica a los ucranianos mediante referéndums. Ya en la campaña, fue criticado por aceptar gran parte de la financiación por el millonario Igor Kolomioisky, que anunció que estaba dispuesto a asesorar al Presidente ni bien Zelensky ganó la segunda vuelta electoral.
Contó siempre con el apoyo de Occidente: Emmanuel Macrón, presidente de Francia, lo recibió el 12 de abril, antes de su triunfo electoral, Donald Trump, entonces al frente de la Casa Blanca lo felicitó por su victoria y el presidente polaco Andrzej Duda fue el primero de los líderes europeos, u pro europeos, en saludarlo después de su victoria.
¿Sabía o no Zelensky a lo que se exponía? Es difícil pensar que no. Presidir Ucrania con Putin enfrente y en conflicto por los territorios de Donetsk y Lugansk no auguraba ni paz, ni sosiego. Tampoco concedían paz y sosiego cumplir, una vez en el poder, con las promesas de campaña. Siempre pasa. Una propuesta de Zelensky para castigar con mayores sanciones penales el enriquecimiento ilícito, fue rechazada por el Parlamento, la Rada. El flamante presidente intentó hacer las paces con Rusia, pero Rusia no quería la paz con Ucrania.
A partir de 2014 y después de la anexión rusa de Crimea, Ucrania, asiento de la poderosa base naval de Sebastopol, las dos regiones pro rusas del este de Ucrania, Donetsk y Lugansk, se habían declarado Repúblicas Populares e independientes de Ucrania. Lo que siguió fue una guerra civil que ya provocó la muerte de catorce mil combatientes de uno y otro bando.
En esa guerra metió la trompa Donald Trump. Ucrania perdió como aliado a Estados Unidos, que cortó la ayuda de 400 millones de dólares destinados a reforzar el ejército de Zelensky. Trump, que además parece sentir una extraña debilidad por Putin, pidió al presidente ucraniano, a cambio de su asistencia, que lo ayudara a legitimar sus acusaciones contra Joe Biden, su rival en las elecciones de 2020. Fue acaso la primera vez en la que Zelensky empezó a no creer en el mundo.
Todo empezó cuando el gobierno de Zelensky empezaba a escuchar fuertes, y merecidas críticas a su gestión. No había podido acabar con la corrupción, pese a sus promesas de democratización había prohibido a tres canales de televisión que le eran hostiles, o que él consideraba que le eran hostiles y había armado una estructura de gobierno verticalista y alejada del elemental principio de ley. Nada que no sepas.
La guerra convirtió al gobernante común en un héroe. Devolvió al tipo de la tele, del monólogo y de los pasos de comedia para que manejara los hilos de la narrativa épica de esa guerra, facilitada por la barbarie rusa y por la mediocridad del propio Putin. Zelensky se hizo leyenda. Al inicio de la invasión rusa, cuando los servicios informativos de Putin anunciaron la intención de Zelensky de bombardear la región del Donbás, el presidente declaró: “¿Bombardear el Donbás? ¿El estadio donde mis amigos y yo animamos a nuestro equipo en la Copa de Europa de 2012? ¿El bar donde después ahogamos las penas de la derrota? ¿Bombardear Lugansk, donde vive la madre de mi mejor amigo?”.
Fue suficiente. Ese simple gesto humanizó a los ucranianos y dejó como asesinos a Putin y sus tropas. Aquella isla defendida por tropas escasas y amenazadas por fuerzas navales rusas que recibieron como respuesta: “Andá que te den por el c…, barco ruso”. El muestrario de canalladas rusas exhibidas por la televisión ucraniana y que recorrieron el mundo; el mensaje al Congreso de Estados Unidos en el que pidió que recordaran Peral Harbor y los atentados del 9/11; su discurso al Parlamento británico, en el que recordó (y tal vez arrimó a parecerse) a Winston Churchill y su lucha solitaria en 1940 contra la barbarie nazi muestran a un hombre en lucha desigual contra una gran potencia nuclear mundial.
Sabe, e hizo saber al mundo, que van por su cabeza. Y siempre que aparece en pantalla parece decir yo sigo aquí.
Quizás no es un héroe. Ni mucho menos. Es un tipo que hace lo que debe hacer, espera que la muerte lo respete y ya no cree en el mundo. Sólo eso lo convierte en un héroe de este tiempo.
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