“Haz llegar esta información a la gente”, le pidió a su amigo, sin saber que ya lo estaban escuchando. Su teléfono había sido intervenido por las autoridades rusas y segundos antes lo escucharon decir palabras prohibidas sobre la invasión a Ucrania: “Creemos que estamos luchando contra el fascismo, pero no hay fascismo. No lo hay”.
Sergei Klokov, quien trabajó casi dos décadas para la policía de Moscú, ahora enfrenta a hasta 10 años de cárcel en vista de una nueva ley que castiga la difusión de información que contradiga la línea oficial del Kremlin.
Unos días después de esa conversación que sostuvo con un ex colega, Klokov fue detenido y encerrado en el mismo edificio en el que trabajaba. Incluso estaría siendo custodiado por su esposa, guardia de seguridad, sino fuese porque está de licencia por maternidad.
The Wall Street Journal revisó los archivos del caso, que tienen registros de llamadas y transcripciones de los interrogatorios a Klokov y sus contactos. Según reconstruyó el periódico, se trata de una persona que se consideraba “orgullosamente ruso y que sirvió al Estado durante casi dos décadas hasta que la guerra le hizo cuestionar su identidad”.
En sus llamadas, el agente denunció que Rusia estaba evacuando a las tropas heridas a Bielorrusia y ocultando el verdadero número de muertos entre los soldados; que Ucrania no está dirigida por nazis; y que los soldados rusos estaban matando a civiles ucranianos.
La historia de Klokov está muy relacionada a Ucrania y muestra los estrechos vínculos de ambas naciones. Su padre, Valentin Klokov, nació allí, en el seno de una familia rusa, y sirvió como oficial del ejército soviético.
Cuando estalló el conflicto, Valentin estaba en una ciudad al este de Kiev, pasando las noches en el sótano. “Los combates que vi fueron peores que los de Afganistán”, describió, comparando con los cuatro años que pasó en ese país décadas atrás.
Envío las fotos a su hijo de los blindados rusos y los tanques destruidos.
Preocupado, Klokov se puso en contacto con policías de Kiev para ver cómo podría ayudar a su padre y a otros conocidos que estaban en zonas controladas por los rusos. En esos contactos, se enteraba cada vez más de lo que sucedía en el terreno y de lo que los medios rusos nunca informaban.
También, comenzó a frecuentar canales de Telegram y YouTube que escapaban de la censura del Kremlin. Devastado por las noticias e imágenes, contó a sus amigos: “Han destruido mi ciudad. Mataron a niños. Salas de maternidad”.
Intentó convencer a su entorno para que usen Telegram, pero prácticamente nadie le hizo caso. Según los archivos a los que accedió el Journal, la preocupación pasaba por la inflación de los alimentos. Klokov no se salía de tema y respondía: “No deberíamos haber bombardeado Kiev”.
Uno de los colegas de Klokov detalló en los interrogatorios: “Dijo que no teníamos derecho a atacar e ir a la guerra con ellos, y aunque intenté explicarle que no hay guerra, no me escuchó. No puedo explicar por qué se volvió tan radical”. Otra fuente agregó: “Me dijo que nuestro país es agresor y fascista. Intenté hacerle entrar en razón.... Pero no me escuchó”.
Ante esos testimonios (o acusaciones, a los ojos de la nueva ley rusa), un tribunal de Moscú aprobó una solicitud de los investigadores para poner en prisión preventiva a Klokov, señalando que supone un “alto grado de peligro para el público”.
Tras los interrogatorios, el policía dijo que se había equivocado al hablar de la operación militar y que podría haber sido engañado por la información que recibió. “Cometí un error mientras estaba en un estado emocional y de ansiedad”, confesó.
No obstante, renunció al abogado de oficio que se le había designado, Vladimir Makarov, quien dijo que su ex cliente “había perdido la cabeza” debido a “toda la información que se le había suministrado desde Ucrania”.
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