En la tierra del gran maestro del teatro, Konstantin Stanislaski, su discípulo Boleslawaski que introdujo el método teatral en Estados Unidos, o autores como Anton Chéjov, la representación de Vladimir Putin y su reaparecido ministro de Defensa para anunciar la toma de la primera ciudad importante en Ucrania tras casi dos meses de guerra, mostró un contraste marcado. Fue de una pobreza escénica extraordinaria. El ministro Sergei Shoigu –que había sido despedido del elenco inmediatamente después de los primeros fracasos en la invasión- reapareció para informar torpemente a su jefe que después de 50 días de bombardeos intensos y de destruir en un 80% la infraestructura de la ciudad, las fuerzas rusas habían tomado el control de Mariupol. Pero tuvo que admitir, inmediatamente después, que eso no era tan así porque aún existía un foco de resistencia en la enorme fábrica de Azovstal.
- “Estimado Vladimir Vladimirovich, las Fuerzas Armadas de la Federación Rusa y la Milicia Popular de la República Popular de Donetsk han liberado Mariupol. Los restos de las formaciones nacionalistas se han refugiado en la zona industrial de la planta de Azovstal”, dijo el ministro Shoigu leyendo muy nervioso unos papeles que tenía en la mano.
Fue cuando apareció la frase central de la obra, en la que el líder supremo mostró ser un hombre de firmes convicciones, aunque magnánimo.
- “Considero que el asalto propuesto de la zona industrial no es apropiado. Ordeno anularlo…Se tiene que pensar en la vida de nuestros soldados y oficiales, no se tiene que penetrar en esas catacumbas y arrastrarse bajo tierra. Bloqueen toda la zona de tal forma que no pase ni una mosca”.
Las luces se van apagando y cae el telón. La conclusión teatral es clara: el líder no quiere sacrificar a su ejército y por lo tanto ordena hacer lo propio con los que resisten en las catacumbas de la acería. Son unos 2.000, entre civiles y milicianos, que se encuentran refugiados en los túneles. Los van a dejar morir. No vale la pena arriesgar a ningún ruso para sacarlos de allí. “Es impráctico”, dijo en un momento Putin.
El comandante de las tropas ucranianas que resiste en el predio de esta fábrica que tiene 11 kilómetros cuadrados y una enorme red de túneles bajo tierra, dijo en un mensaje que envió a través de un video en Facebook que sus fuerzas están totalmente superadas. El mayor Serhiy Volyna aseguró que hay unos 500 combatientes heridos y muchos civiles con ellos en el subsuelo de planta de Azovstal. “Probablemente nos enfrentamos a nuestros últimos días, sino horas”, dijo. Volyna está a cargo de lo que queda de la 36ª Brigada de Marines y los combatientes del Regimiento Azov, una fuerza de voluntarios de extrema derecha que fueron incorporados a las filas del Ejército y que son reconocidos por su disciplina y valor en el combate.
Los civiles que se encuentran en los refugios son vecinos de la planta y familiares de los trabajadores que conocen los intrincados pasillos en varios subsuelos. Llegaron allí huyendo de los intensos bombardeos rusos que se suceden desde hace más de un mes y después de que se les impidiera la salida desde Mariupol hacia el oeste del país. Llevan semanas sin alimentos, calefacción ni medicinas. Imágenes subidas a la red Telegram muestran salones repletos de chicos, mujeres y ancianos con rostros deprimidos después de tantos días de encierro.
En su video, Volyna describió la desesperada situación a la que se enfrentan los combatientes y pidió ayuda a los líderes extranjeros para ponerlos a salvo. El mayor Volyna también etiquetó en el post al presidente Joe Biden, al primer ministro británico Boris Johnson, al presidente turco Recep Tayyip Erdoğan y al presidente ucraniano Volodymyr Zelenskyy. “Apelamos y suplicamos a todos los líderes mundiales que nos ayuden. Les pedimos que utilicen el procedimiento de extracción y nos lleven al territorio de un tercer Estado”, dijo.
En este entramado histórico de edificios, altos hornos, tolvas, tuberías, vías de tren y muelles, se amuralló la resistencia ucraniana ante el asalto a sangre y fuego de los rusos que tuvieron que destruir la ciudad de Mariupol para quedarse con ella pero que no lograron doblegar a lo que es desde hace casi cien años su símbolo del trabajo y el progreso. Allí es donde se replegaron los defensores después de casi un mes y medio de bombardeos a mansalva. Resistieron mucho más de lo razonable. Hasta que plantearon una guerra de guerrillas escondidos entre unas estructuras impenetrables de acero.
Un comandante de los separatistas prorusos describió el lugar como “una fortaleza en una ciudad, una muralla medieval”. Por encima una capa de planchas de hierro y acero, que da una protección única. Por debajo, una enorme red de túneles por donde los ucranianos se pueden desplazar sin ser vistos. Los “azovitas”, como llaman a los de Mariupol por estar a orillas del Mar de Azov, hablan de las catacumbas del centro de la ciudad que supuestamente están conectadas con las de la fábrica. Dicen que hay varias entradas: “justo en la calle Nielsen, en la vecina calle Kuindzhi y en la Ciudad Jardín”. No hay planos de estas estructuras subterráneas. La mayoría fueron cavadas durante la resistencia a la ocupación nazi en 1941. Los subsuelos en la planta de acero fueron construidos posteriormente por los soviéticos para que sirva como refugio de los 40.000 trabajadores en caso de un ataque nuclear.
Azovstal tiene una larga historia relacionada con la industrialización de la Unión Soviética. Fue creada en 1930 por decisión del Presidium del Soviet Supremo de la Economía Nacional de la URSS y entró en la línea de producción en 1933 cuando su alto horno sacó la primera plancha de hierro. En enero de 1935 se puso en marcha la producción de acero cuando comenzó a funcionar el primer horno basculante de 250 toneladas, un adelanto tecnológico significativo para la época. Seis años después, con la ocupación nazi, la planta fue desactivada y a pesar de los esfuerzos de los alemanes para volver a prender los hornos, no pudieron hacerlo. Recién en septiembre de 1943, cuando el Ejército Rojo retomó el control de Mariupol, comenzó la reconstrucción. Con la caída de la Unión Soviética, la planta volvió a niveles muy bajos de producción y sus hornos provocaban una terrible contaminación en toda la región.
Hasta que fue privatizada y la planta comenzó a producir casi 6.000 millones de toneladas de acero al año, un récord absoluto y un éxito enorme para la Ucrania independiente del poder de Moscú. Azovstal Iron and Steel Works es una empresa integrada, filial de la italiana Metinvest. Hasta la invasión rusa producía perfiles laminados y productos semiacabados de chapa que se utilizan en construcción naval, ingeniería eléctrica, construcción de puentes y la producción de tubos de gran diámetro para gasoductos y oleoductos. También es la mayor fabricante de rieles de ferrocarril del Este europeo. Vende a todo el mundo. El dueño de esta planta y todo el holding es Rinat Akhmetov, el hombre más rico de Ucrania.
La semana pasada, el Ministerio de Defensa ruso aseguró que más de 1.000 soldados de la 36ª Brigada de Marines de Ucrania, incluidos 162 oficiales, se habían rendido allí. Pero no era cierto. El asesor presidencial ucraniano, Oleksiy Arestovych, aclaró que esos marines habían conseguido abrirse paso en una “maniobra muy arriesgada” para unirse al Regimiento Azov, y juntos seguían resistiendo en Azovstal. Y aquí aparece el fantasma de esta fuerza que se originó como un batallón de ultranacionalistas que combatieron contra los separatistas pro-rusos desde 2014 en Donetsk y Luhansk. Es de este elemento del que se toma Vladimir Putin cuando asegura que su “operación especial” en Ucrania tiene el objetivo de “desnazificar” al país.
El Batallón Azov tiene sus orígenes en el conflicto de 2014, fundado por un “grupo de jóvenes racistas” miembros de otros grupos de ideología de extrema derecha y hooligans de fútbol cuyos inicios están en los paramilitares voluntarios creados durante la Revolución del Maidán, el levantamiento popular para que Ucrania se incorpore a la Unión Europea. El líder más conocido de los Azov es Andriy Biletsky quien dice este tipo de cosas: “Tenemos que liderar a las razas blancas del resto del mundo en una cruzada final…contra las razas inferiores (Untermenschen) encabezada por los semitas”. Biletsky abandonó el Batallón Azov, se presentó a las elecciones con un partido ultraderechista y perdió su escaño en las últimas elecciones. Hace años que dejó de liderar a los milicianos.
“Pero el Batallón Azov ya no existe. Ahora es un regimiento más en el Ejército de Ucrania”, explicó al sitio a Newtral.es, Anton Shekhovtsov, director del Centro para la Integridad Democrática en Austria y experto en estudios de la extrema derecha europea. Se le unieron otros combatientes nacionalistas pero alejados del nazismo y el gobierno los integró a la Guardia Nacional bajo el nombre de Regimiento Azov. Según Andreas Umland, analista del Instituto Sueco de Asuntos Internacionales, “si bien no se puede negar que Azov tiene una historia complicada, sus orígenes son neo-nazis, Rusia está exagerando el problema para usarlo a su favor. Le da a Putin la excusa que necesitaba para justificar lo injustificable”.
Hay otro elemento que condimenta aún más esta historia de la planta de acero y la resistencia. Del asalto a Miriupol y, particularmente a Azovstal participa el regimiento de chechenos liderados Ramzan Kadyrov, el líder de esa república rusa de población mayoritariamente musulmana. Los “kadýrovtsy”, son conocidos por su brutalidad en la batalla. Cortan la cabeza y los genitales de sus enemigos y practican técnicas sumamente efectivas de torturas. Kadyrov es un protegido de Putin y se mostró varias veces en los últimos días en las redes sociales dando órdenes a sus hombres en las afueras de Mariupol.
Ahí, debajo de ese laberinto de vigas de hierro y chapas de acero, entre neo-nazis y milicianos musulmanes, es donde se encuentran unos mil civiles atrapados y sin ninguna posibilidad de que les llegue ayuda humanitaria si se cumple a rajatabla la orden que dio Putin de que “no pase ni una mosca”. Una tragedia nada teatral.
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