Una mujer de 92 años se vio sorprendida a las 2 de la madrugada del martes en China cuando unos hombres forzaron la puerta e irrumpieron en su apartamento para llevarse a ella y a su hijo de 74 años porque, al parecer, ambos habían dado positivo en un test de COVID-19 cinco días antes.
Cuando la señora se negó a abandonar su hogar, los hombres la empujaron de su cama y la arrastraron al suelo. Por miedo a lo que pudiera suceder, su hijo la ayudó a vestirse y accedieron a irse con los visitantes a un centro de cuarentena.
El relato de sucedido, narrado en una serie de publicaciones por la nieta de la mujer, Zhi Ye, una antigua periodista nacida y criada en Shanghái, conmocionó a China y desató la furia en las redes sociales.
En medio de la protestas, el gobierno local confirmó el traslado de los dos ancianos a un centro de cuarentena. El comunicado publicado decía que la policía y los trabajadores del comité vecinal habían pedido a un cerrajero que abriera la puerta exterior del apartamento porque temían que “un accidente” al interior. El texto también aseguraba que los dos ancianos habían aceptado el traslado tras comunicarse con los agentes de policía y “bajaron voluntariamente” para subir al coche.
La abuela de Zhi es uno de los tantos ciudadanos mayores de Shanghai que han sido trasladados a la cuarentena del gobierno en los últimos días, ya que las autoridades intensifican sus esfuerzos para eliminar todos los casos positivos de las comunidades en un intento de acabar con la propagación del COVID fuera de los lugares designados.
En las redes sociales circulan videos de personas que se resisten a ser trasladados a la fuerza. Mientras tanto, el viceprimer ministro chino, Sun Chunlan, el funcionario de mayor rango a cargo de la respuesta COVID en el país, se comprometió el lunes a enviar a cualquier persona que dé positivo y a sus contactos cercanos a los lugares de cuarentena, “sin excepción, deducción y retraso”.
Muchos temen que los ancianos no reciban una atención adecuada en los centros de aislamiento improvisados, algunos de los cuales se encuentran en malas condiciones y escasean equipos, médicos y enfermeras.
“Para los ancianos de entre 80 y 90 años, el riesgo de que se infecten y mueran en estos centros de cuarentena es mucho mayor que si se quedan en casa y se autoaíslan”, dijo Yanzhong Huang, investigador principal de salud global en el Consejo de Relaciones Exteriores, según la CNN.
“Muchos de esos ancianos padecen enfermedades crónicas que requieren cuidados especiales, que probablemente no se proporcionarán en los centros de cuarentena”, añadió.
El régimen chino lleva mucho tiempo presumiendo de que la política de “cero COVID” está salvando vidas, especialmente de grupos vulnerables como los ancianos. Sin embargo, los expertos aseguran que obligar a los ancianos a una cuarentena centralizada supone una amenaza para la salud y el bienestar de las mismas personas a las que se debe proteger.
El encierro multiplica el hambre y el enojo en Shanghai
Las duras restricciones en Shanghai para intentar -sin éxito- mantener bajos los contagios de COVID han llevado a una situación inimaginable para muchos de los habitantes de la ciudad más importante de una de las potencias mundiales: pasar hambre y no conseguir comida en el siglo XX.
Las propias autoridades han reconocido que la escasez de alimentos ha sido un desastre provocado en gran medida por la falta de planificación y coordinación de las draconianas medidas implementadas desde fines de marzo.
Las promesas no demoraron, pero los repartos de productos básicos no han llegado a todas las partes de la ciudad. Si bien el encierro ha ido levantándose paulatinamente, permitiendo algunas salidas en algunos sectores, todavía millones de ciudadanos tienen prohibida la circulación.
Steven Jiang, jefe de la Oficina de Beijing de la cadena CNN, relató lo difícil que ha sido la situación para su padre, que vive en un complejo de apartamentos lleno de jubilados como él en el noreste de Shanghai. “La mayoría de los ancianos no han podido conseguir suministros a través de compras a granel por Internet, prácticamente la única forma de comprar algo en Shanghai en este momento”, explicó.
Cuando quiso ayudarlo a distancia, confesó que nunca imaginó que sería tan complicado. Finalmente, consiguió una entrega para el día siguiente a precios exorbitantes: casi 400 yuanes (62 dólares) por apenas cinco kilos de verduras y cinco docenas de huevos.
Incluso con el alivio de llenar la despensa de su padre, Jiang confesó tener “culpa del sobreviviente”, al imaginar la situación de innumerables ciudadanos que no acceden a una aplicación de compras digitales y/o no tiene el dinero para pagar esos elevadísimos precios.
“La supervivencia literal no era una preocupación para la mayoría de los 25 millones de habitantes de Shanghai antes de abril”, reclamó Jiang. Durante la mayor parte de la pandemia, la ciudad había permanecido casi ajena a los grandes brotes de contagios.
Pero además, señaló que la propaganda china, que señala a Ómicron como una amenaza potencialmente letal e insiste en defender su política de COVID-Cero, pone más energía en criticar a la oposición que en convencer a los adultos mayores de que se vacunen, ya que actualmente la tasa de inmunización es de 62%, mucho más bajo que en los países desarrollados.
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