Las duras restricciones en Shanghai para intentar -sin éxito- mantener bajos los contagios de COVID han llevado a una situación inimaginable para muchos de los habitantes de la ciudad más importante de una de las potencias mundiales: pasar hambre y no conseguir comida en el siglo XX.
Las propias autoridades han reconocido que la escasez de alimentos ha sido un desastre provocado en gran medida por la falta de planificación y coordinación de las draconianas medidas implementadas desde fines de marzo.
Las promesas no demoraron, pero los repartos de productos básicos no han llegado a todas las partes de la ciudad. Si bien el encierro ha ido levantándose paulatinamente, permitiendo algunas salidas en algunos sectores, todavía millones de ciudadanos tienen prohibida la circulación.
Steven Jiang, jefe de la Oficina de Beijing de la cadena CNN, relató lo difícil que ha sido la situación para su padre, que vive en un complejo de apartamentos lleno de jubilados como él en el noreste de Shanghai. “La mayoría de los ancianos no han podido conseguir suministros a través de compras a granel por Internet, prácticamente la única forma de comprar algo en Shanghai en este momento”, explicó.
Cuando quiso ayudarlo a distancia, confesó que nunca imaginó que sería tan complicado. Finalmente, consiguió una entrega para el día siguiente a precios exorbitantes: casi 400 yuanes (62 dólares) por apenas cinco kilos de verduras y cinco docenas de huevos.
Incluso con el alivio de llenar la despensa de su padre, Jiang confesó tener “culpa del sobreviviente”, al imaginar la situación de innumerables ciudadanos que no acceden a una aplicación de compras digitales y/o no tiene el dinero para pagar esos elevadísimos precios.
Bajo este marco, las cifras no son alentadoras. Este miércoles, la Comisión de Salud municipal reportó que durante las últimas 24 horas murieron otras siete personas por COVID y se han detectado 18.901 contagios, incluidos 16.407 asintomáticos y 2.494 de transmisión local, según ha recogido la agencia china de noticias Xinhua.
“La supervivencia literal no era una preocupación para la mayoría de los 25 millones de habitantes de Shanghai antes de abril”, reclamó Jiang. Durante la mayor parte de la pandemia, la ciudad había permanecido casi ajena a los grandes brotes de contagios.
Pero además, señaló que la propaganda china, que señala a Ómicron como una amenaza potencialmente letal e insiste en defender su política de COVID-Cero, pone más energía en criticar a la oposición que en convencer a los adultos mayores de que se vacunen, ya que actualmente la tasa de inmunización es de 62%, mucho más bajo que en los países desarrollados.
Mientras tanto, el malestar sigue calando entre muchos habitantes de la capital económica de China, exasperados por las dificultades y por el aislamiento forzado de los positivos en centros de cuarentena de comodidad e higiene azarosas.
La estrategia cero COVID, consistente en confinamientos precoces, test masivos y fuertes restricciones fronterizas, ha permitido a China mantener niveles bajos de infección comparado con la mayoría de países, que ahora apuestan por convivir con el virus.
Sin embargo, estas medidas están impactando en los transportes y las fábricas, llevando a las autoridades a elaborar una “lista blanca” de industrias y compañías clave en las que la actividad debe continuar.
Más de 600 de estas firmas está en Shanghai, el principal motor económico del país. Allí también se encuentra una fábrica del gigante estadounidense Tesla, que reanudó el martes su producción tras 20 días de suspensión, según medios locales.
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