Brooooooommmmm. El golpe certero y el ruido estremecedor. Traaaaaammmmm. Esta vez, lo que debía haber sido el escenario de una devastación profunda queda sólo en eso, en el estallido y el miedo que hace bajar la cabeza en forma instintiva como si lo único que está en peligro es eso, la cabeza. Las planchas de acero impidieron el desastre. Ni siquiera se produjo un incendio devastador. El misil cayó y en vez de penetrar, resbaló. Explotó sin poder hacer el daño que hubiera hecho en cualquier otra estructura, en uno de los tantos edificios como los que quedan con un agujero donde antes estaban el quinto C y el A o el B y D, el vestíbulo, la escalera, el ascensor y la salida a la terraza. Todo desaparece de un golpe con uno de esos misiles lanzados por la batería S300 de los rusos. Esta vez, en Azovstal, la acería más grande de Europa del Este, fue solo amenaza. No hay misil que penetre tantas capas de acero.
En este entramado histórico de edificios, altos hornos, tolvas, tuberías, vías de tren y muelles, se amuralló la resistencia ucraniana ante el asalto a sangre y fuego de los rusos que tuvieron que destruir la ciudad de Mariupol para quedarse con ella pero que no pudieron doblegar a lo que es desde hace casi cien años su símbolo del trabajo y el progreso. En ese predio de 11 kilómetros cuadrados es donde se replegaron los defensores después de casi un mes y medio de bombardeos a mansalva. Resistieron mucho más de lo razonable. Hasta que se refugiaron en la planta metalúrgica y plantearon una guerra de guerrillas escondidos entre unas estructuras impenetrables.
Un comandante de los separatistas prorusos describió el lugar como “una fortaleza en una ciudad, una muralla medieval”. El lo sabe muy bien. Con sus tropas y el apoyo militar de Moscú, intentó varias veces asaltar la acería desde 2014. Dicen que por debajo de la planta hay unos túneles por donde los ucranianos se pueden desplazar sin ser vistos. Los “azovitas”, como llaman a los de Mariupol por estar a orillas del Mar de Azov, hablan de las catacumbas del centro de la ciudad que supuestamente están conectadas con las de la fábrica. Dicen que hay varias entradas: “justo en la calle Nielsen, en la vecina calle Kuindzhi y en la Ciudad Jardín”. “Los “azovitas”, que habían estado preparando la ciudad para la defensa durante ocho años, simplemente no podían ignorar las catacumbas”, explicó uno de los vecinos a un corresponsal ruso que acompaña a las fuerzas de ocupación.
Azovstal tiene una larga historia relacionada con la industrialización de la Unión Soviética. Fue creada en 1930 por decisión del Presidium del Soviet Supremo de la Economía Nacional de la URSS y entró en la línea de producción en 1933 cuando su alto horno sacó la primera plancha de hierro. En enero de 1935 salieron las primeras barras de acero cuando comenzó a funcionar el horno basculante de 250 toneladas, un adelanto tecnológico significativo para la época. Seis años después, con la ocupación nazi, la planta fue desactivada y a pesar de los esfuerzos de los alemanes para volver a prender los hornos, no pudieron hacerlo. Recién en septiembre de 1943, cuando el Ejército Rojo retomó el control de Mariupol, comenzó la reconstrucción. Con la caída de la Unión Soviética, la planta volvió a niveles muy bajos de producción y las emisiones de sus hornos provocaron una terrible contaminación en toda la región.
Cuando fue privatizada, en 2005, la planta llegó a producir 5.906 millones de toneladas de acero al año, un récord absoluto y un éxito enorme para la Ucrania independiente del poder de Moscú. Azovstal Iron and Steel Works es una empresa integrada, filial de la italiana Metinvest. Hasta la invasión rusa producía perfiles laminados y productos semiacabados de chapa que se utilizan en construcción naval, ingeniería eléctrica, construcción de puentes y la producción de tubos de gran diámetro para gasoductos y oleoductos. También es la mayor fabricante de rieles de ferrocarril del Este europeo. Vende a todo el mundo. El dueño de esta planta y todo el holding es Rinat Akhmetov, el hombre más rico de Ucrania.
Los 11 kilómetros cuadrados de la planta de acero siguen disputados entre las fuerzas de ocupación y la defensa a pesar de que el miércoles el Ministerio de Defensa ruso aseguró que más de 1.000 soldados de la 36ª Brigada de Marines de Ucrania, incluidos 162 oficiales, se habían rendido allí.
El asesor presidencial ucraniano, Oleksiy Arestovych, aseguró que esos marines habían conseguido abrirse paso en una “maniobra muy arriesgada” para unirse al Regimiento Azov, que seguía resistiendo en otro sector de la acería. Y aquí aparece el fantasma de esta fuerza que se originó como un batallón de ultranacionalistas que combatieron contra los separatistas pro-rusos desde 2014 en Donetsk y Luhansk. Es de este elemento del que se toma Vladimir Putin cuando asegura que su “operación especial” en Ucrania tiene el objetivo de “desnazificar” al país.
El Batallón Azov tiene sus orígenes en el conflicto de 2014, fundado por un “grupo de jóvenes racistas” miembros de otros conglomerados de ideología de extrema derecha y hooligans de fútbol (barras bravas) cuyos inicios se engloban dentro de los grupos paramilitares voluntarios creados durante la Revolución del Maidán, el levantamiento popular para que Ucrania se incorporara a la Unión Europea. El líder más conocido de los Azov es Andriy Biletsky quien lanzó conceptos como este: “Tenemos que liderar a las razas blancas del resto del mundo en una cruzada final…contra las razas inferiores (Untermenschen) encabezada por los semitas”. Biletsky abandonó el Batallón Azov, se presentó a las elecciones con un partido ultraderechista y consiguió menos del 1% de los votos en las últimas elecciones.
“Pero el Batallón Azov ya no existe. Ahora es un regimiento más en el Ejército de Ucrania”, explicó al sitio a Newtral.es, Anton Shekhovtsov, director del Centro para la Integridad Democrática en Austria y experto en estudios de la extrema derecha europea. “El proceso de despolitización no fue de la noche a la mañana, llevó años. Y se logró en gran medida”. Los Azov ya se habían hecho populares defendiendo Mariupol en 2014 con una enorme disciplina y organización. Se le unieron otros combatientes nacionalistas pero alejados del nazismo y el gobierno los integró a la Guardia Nacional bajo el nombre de Regimiento Azov.
Según Andreas Umland, analista del Instituto Sueco de Asuntos Internacionales, sería un error centrar el debate en si hay o no una ideología ultraderechista entre algunos miembros del regimiento Azov, que es justo lo que Putin argumenta. “Si bien no se puede negar que Azov tiene una historia complicada, sus orígenes son neo-nazis, Rusia está exagerando el problema para usarlo a su favor. Le da a Putin la excusa que necesitaba para justificar lo injustificable”, dice.
Aunque hay otro elemento que condimenta aún más esta historia de la planta de acero y la resistencia. Del asalto a Miriupol, y particularmente a Azovstal, participa el regimiento de chechenos liderados Ramzan Kadyrov, el líder de esa república rusa de población mayoritariamente musulmana. Los “kadýrovtsy”, son conocidos por su brutalidad en la batalla. Cortan la cabeza y los genitales de sus enemigos y practican técnicas sumamente efectivas de torturas. Kadyrov es un protegido de Putin y se mostró varias veces en los últimos días en las redes sociales dando las órdenes a sus hombres en las afueras de Mariupol.
Hay una rabia contenida entre estos dos grupos que sobrepasa el conflicto y hasta las gruesas chapas de acero de Azovstal. En un vídeo compartido a finales de febrero de 2022 por la cuenta oficial de la Guardia Nacional de Ucrania, muestra a soldados del regimiento Azov frotando sus balas en grasa de cerdo antes de enfrentarse a grupos del ejército ruso de origen musulmán, a los que llamaban “los orcos de Kadyrov”. Los “kadýrovtsy” respondieron con imágenes golpeando a ucranianos tomados prisioneros con sus torsos desnudos mostrando tatuajes de esvásticas y otros símbolos nazis. En el video a algunos de los rehenes le sobreimprimieron la imagen la cara de Hitler.
Estos milicianos son los que aún se acechan entre los hornos de la planta de acero y los túneles que algunos dicen cubren hasta 20 kilómetros por debajo de una enorme capa de rieles, chapas laminadas y tubos de oleoducto. Frustrados, los rusos siguen lanzando misiles. Brooooommmmm, pegan contra las chapas. Graaaaaammmtttoooommm, sienten los ucranianos que resisten a 30 metros bajo tierra y de vez en cuando salen para disparar con sus balas embadurnadas de grasa porcina.
SEGUIR LEYENDO: