Pasaron alrededor de 40 días de abusos, violaciones, ejecuciones, torturas y bombardeos indiscriminados en el área que rodeaba a Kiev para que gran parte del mundo supiera de qué se trataba la invasión ordenada por Vladimir Putin el 24 de febrero pasado. Dos días después de reconocer a las regiones de Lugansk y Donetsk como repúblicas independientes, el dictador de Moscú lanzó una brutal ofensiva que no distinguió entre civiles y objetivos militares.
Su “Plan A” era conquistar la capital ucraniana de inmediato, asesinar a Volodimir Zelensky y parte de su gabinete, cambiar el gobierno por uno que le respondiera marcialmente y pasar a controlarlo desde el Kremlin, tal como hace con la vecina Bielorrusia. Sin embargo, la fiereza e inteligencia de las tropas ucranianas y la determinación de su pueblo, repelieron el ataque en gran parte de la nación y provocaron el repliegue de fuerzas rusas en el norte y centro del territorio.
Putin debía entonces pensar un “Plan B”... que no estaba en sus planes.
Este consistió en concentrar sus fuerzas en el este del país, donde fuerzas prorrusas atacan a los gobiernos del Donbás. Putin lograría extender sus propias fronteras y quedarse con el tesoro que se esconde debajo de la tierra en esa región rica: sus recursos naturales. Pero no es lo único que quiere.
De acuerdo a un análisis escrito por Fareed Zakaria, columnista de The Washington Post, el verdadero “Plan B” de Moscú está en el sur. De lograr su objetivo, “Rusia habrá convertido a Ucrania en un estado económicamente paralizado, sin salida al mar y amenazado por tres lados por el poder militar ruso, siempre vulnerable a otra incursión de Moscú”.
Para Zakaria la clave está en Odessa y en el sur del país. De acuerdo al autor, hay dos guerras libradas en Ucrania: una en el norte y este y la otra en el sur, frente al mar. En esta, Moscú está consiguiendo mejores resultados y es donde más eficiencia ha demostrado. “Mariupol está ahora rodeada e invadida por las tropas rusas, y las fuerzas ucranianas atrapadas allí no pueden ser reabastecidas”, señala el columnista. Y sigue: “El acceso de Ucrania al Mar de Azov ha sido bloqueado y las fuerzas rusas tienen un corredor terrestre contiguo desde Crimea hasta el interior de Donbás. También están tratando de avanzar hacia el oeste, desde Kherson hasta Odessa”.
“Odessa es el premio. Como principal puerto desde el que Ucrania comercia con el mundo, es la ciudad más importante para Ucrania desde el punto de vista económico. Si Odessa cayera, Ucrania quedaría prácticamente sin salida al mar, y el Mar Negro se convertiría en un lago ruso, lo que con toda seguridad tentaría a Moscú a extender su poder militar a Moldavia, que tiene su propia región escindida con muchos rusoparlantes (Transnistria)”, plantea Zakaria con absoluta lógica. “No tiene que suceder”, advierte.
Para que la armada rusa no tenga éxito, propone que la OTAN realice un embargo sobre el Mar Negro, tal como hiciera en la crisis de los Balcanes en la década de los 90. “El almirante retirado James Stavridis, ex comandante supremo aliado de la OTAN, apoya las medidas que ha tomado la administración Biden, pero insta a una respuesta más agresiva de Occidente en todos los frentes. Darle a Ucrania aviones de combate y sistemas de defensa aérea, tuiteó, y ayudarla con ciberataques y darle misiles antibuque para ‘hundir los barcos rusos en [el] Mar Negro’”.
Por último aconsejó incrementar la ayuda de manera dramática e impedir que Rusia siga cobrando miles de millones de dólares por el gas que suministra a Europa. “Estados Unidos ha dedicado unos 16.000 millones de dólares en ayuda a Ucrania desde la invasión. Mientras tanto, se espera que el mundo pague 320.000 millones de dólares a Rusia este año por su energía. Las sanciones económicas no obligarán a Putin a poner fin a la guerra mientras exista esta laguna legal. La única presión que obligará a Rusia a sentarse a la mesa de negociaciones es la derrota militar, en el sur. El Plan A de Putin fracasó, pero no podemos dejar que su Plan B tenga éxito”.
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