Las sanciones occidentales por la invasión a Ucrania comienzan a golpear a los rusos de las grandes ciudades. La mayoría de las tiendas donde compraban, sobre todo los más jóvenes, están cerradas. Sus celulares no funcionan como antes. No tienen acceso a las redes sociales globales. Escasean productos en los supermercados. Por otro lado, Europa está temblando. De frío. Si no pagan en rublos no tendrán gas ruso. Ya hay racionamiento en Alemania y Austria. Los gobiernos temen que el descontento no sólo se dirija a Putin sino hacia ellos. La guerra por los medios económicos ya está aquí.
Una taza de café mediana en Moscú ya se convirtió en un lujo irreal. Cuesta tanto como un menú del mediodía en un restaurante concurrido por empleados estatales. Un Nespresso que antes estaba a la mano en cualquier calle céntrica de Moscú o San Petersburgo, desapareció. En las tiendas todavía hay algunas Coca-Colas y chocolates centroeuropeos. El resto, todo nacional o no existe.
Los escaparates de las tiendas están a oscuras o tapados con cartones y maderas. Uniqlo, H&M, Sony, Zara, Pull&Bear, Sephora, Jo Malone, Starbucks, Samsung, Mcdonalds, Ikea, Dolce & Gabanna, Apple y Gucci cerraron todas sus sucursales. Más de 500 compañías internacionales suspendieron sus operaciones. Una nueva cortina de hierro cayó sobre Rusia y los que más lo sienten son los jóvenes que nacieron después de la caída de la Unión Soviética. Están acostumbrados a vivir a la europea, teniendo a mano lo mismo que cualquiera de su misma edad de Londres o Atenas. Ahora buscan aplicaciones para aprender a cuidar mejor sus celulares y computadoras que no podrán cambiar por modelos nuevos por mucho tiempo.
Las familias rusas están sufriendo una drástica caída del nivel de vida. Ya venían golpeadas por una recesión de dos años y una alta inflación alimentada ahora por el colapso del rublo. El Centro de Investigaciones Económicas y Empresariales (CEBR) de Londres advirtió en un estudio esta semana que “la combinación de sanciones, el aumento de los costes de importación y la subida de los precios de las materias primas y los alimentos hacen que la guerra de Putin suponga un duro golpe para el nivel de vida que será difícil de compensar para el Kremlin”. Y prevé que los salarios se reduzcan en una cuarta parte en términos reales durante los próximos dos años. Se calcula para este año una caída del PBI de entre el 10% y el 20%.
Aunque nadie puede saber exactamente cuáles serán las reales consecuencias. Las sanciones están afectando a toda la cadena productiva. La industria tecnológica rusa depende en gran medida de los productos occidentales que dejaron de comercializarse, lo que eleva el precio de los productos subsidiarios. “Lo que queda en las tiendas cuesta el doble, no puedo comprarlo. Si se me rompe el teléfono no sé qué voy a hacer: en Rusia no hay empresas que fabriquen tecnología”, decía Katia, una chica de 21 años en una entrevista con The Telegraph.
Lo que más preocupa al resto de los rusos es la posible falta de medicamentos. Si bien los laboratorios como Pfizer-BioNTech and GlaxoSmithKline siguen proveyendo de los insumos esenciales, ya hay faltante de retrovirales para los enfermos de HIV y drogas para tratar el cáncer. También se registra una histeria colectiva que está provocando los faltantes en las farmacias y supermercados. Se corrió la voz de que pronto se acabarían los tampones y las toallas higiénicas y las colas de las mujeres eran ayer interminables frente a los comercios que los venden. La venta de papel higiénico está restringida a cinco rollos por persona.
El Consejo de los Centros de Venta del gobierno de Vladimir Putin ya está buscando empresas chinas y de otros países asiáticos que quieran seguir comerciando con Moscú y que puedan reemplazar a las que se fueron. Y las que se quedaron ya aumentaron considerablemente sus ventas como los fabricantes de teléfonos Huawei and Xiaomi.
En Europa, también repercuten las sanciones. Las que impone el lado ruso. El norte del continente depende del gas y el petróleo ruso para calentar los hogares en lo que queda de este frío invernal. Las páginas web de los proveedores de energía británicos colapsaron el jueves mientras los clientes se apresuraban a presentar las lecturas de los contadores de gas y electricidad un día antes de que los precios se disparen. A partir de abril, el límite de las tarifas más utilizadas, en una complicada escala impuesta por el regulador energético británico, aumentará un 54%, lo que significa que las facturas de energía de unos 22 millones de clientes se incrementarán en cientos de libras.
Los grupos de asesoramiento al consumidor han aconsejado a los ciudadanos que presenten las lecturas de su consumo de electricidad y gas -sí, las empresas creen lo que dicen los clientes que gastaron- antes de que la subida entre en vigor el viernes, para evitar que se les cobre una tarifa más alta por la energía que hayan consumido antes. Pero muchos se quejan en las redes sociales porque los sitios de empresas como British Gas, Shell Energy o la española Iberdrola, no les permiten hacer la operación. El gobierno de Boris Johnson está sintiendo la presión popular y en el Parlamento se suceden los discursos pidiendo su renuncia.
Alemania y Austria pusieron en marcha planes de racionamiento ante la posibilidad de que se interrumpa el suministro de gas en medio del conflicto de pagos con Rusia. Moscú exige a los países “no amigos” que paguen su gas en rublos a partir del 1 de abril, pero la Unión Europea, que paga principalmente en euros, rechazó la idea. El miércoles, en una conversación telefónica entre Vladimir Putin y el canciller alemán Olaf Scholz, el ruso pareció relativizar la medida. “Los pagos seguirían haciéndose exclusivamente en euros y se transferirían como de costumbre al Banco Gazprom, que no se ve afectado por las sanciones”, habría dicho según un comunicado oficial del gobierno alemán. Al día siguiente, Putin se desdijo. Anunció que va a cortar el suministro de gas a Europa occidental a menos que los compradores “abran cuentas en rublos en los bancos rusos”. “Nadie nos vende nada gratis, y nosotros tampoco vamos a hacer caridad, es decir, se suspenderán los contratos existentes”, agregó.
El presidente estadounidense Joe Biden respondió a la amenaza liberando la mayor cuota de combustible de sus reservas estratégicas desde que ésta fue creada en 1975. Serán 180 millones de barriles de petróleo en los próximos seis meses. “Nuestros precios están subiendo por la acción de Putin. No hay suficiente suministro. Y la conclusión es que, si queremos que los precios del gas sean más bajos, necesitamos tener más suministro de petróleo ahora mismo.” Ya hay escasez de gasoil en todo el mundo y el precio de los combustibles, que traccionan a todas las otras tarifas, se prevé que alcance un récord en los próximos días. Un problema que va a afectar en forma global. Muchos economistas están advirtiendo que esta guerra nos podría llevar a una recesión más profunda que la del 2008.
De todos modos, hay todavía una puerta trasera entreabierta para los europeos. Las sanciones occidentales tienen como objetivo paralizar la economía rusa, amenazando la moneda, el rublo. Pero el Banco Gazprom que gestiona los contratos energéticos, no fue sometido a sanciones y podría convertir las divisas occidentales en rublos. Una concesión a la fuerte dependencia europea del carbón, el petróleo y el gas natural rusos. Más del 40% del gas que importa Europa procede de Rusia. Los pagos energéticos de Europa a Rusia, que fueron aumentando debido a la escalada de precios, podrían alcanzar una media de 850 millones de dólares diarios en la primera mitad de 2022, según Bruegel, el instituto económico de Bruselas.
Lo irónico es que el gasoducto ruso que llega a Europa pasa por territorio de Ucrania. Hasta ahora el gobierno de Kiev cobraba un impuesto por permitirlo. Y el nuevo gasoducto que se construyó por debajo del Mar Báltico y que va directo desde San Petersburgo hasta Berlín cayó dentro de la controversia económica de la invasión rusa y nunca fue inaugurado. Es un elefante blanco que quedó como un monumento maldito de esta guerra.