“Mi vida se ha derrumbado”, confiesa a la agencia EFE Mijaíl, un moscovita que define así el sentir que embarga a muchos rusos desde el inicio de la intervención militar de Rusia en Ucrania hace 35 días.
Mientras mira a su hijo de 5 meses, que dormita en brazos de su esposa, este escritor, al que EFE ha cambiado el nombre por motivos de seguridad, afirma que “ya no existe el día de mañana”.
La incertidumbre que siente Mijaíl germina en la avalancha de propaganda e información contradictoria que llega desde el frente de batalla en Ucrania, y en las sanciones impuestas por Occidente, la brusca caída del rublo y la fuerte inflación que afecta a los bolsillos de todas las familias rusas.
A ello se suma el miedo de muchos rusos a expresar públicamente lo que piensan de la campaña militar rusa.
No en vano, se han adoptado al principio de la ofensiva leyes que restringen la libertad de expresión y la libertad de prensa, que castigan con importantes multas y penas de prisión de hasta 15 años “informaciones falsas” sobre la intervención y el Ejército ruso.
Ya ha habido varias detenciones de ciudadanos y periodistas por protestar contra la llamada “operación militar especial” de Rusia.
UNA DERIVA AL PASADO OSCURO
”Hemos ido cayendo planificadamente en el totalitarismo”, lamenta Alexandr, un escultor de 62 años que califica de “genio oscuro” al presidente ruso, Vladímir Putin.
Mijaíl recuerda que el giro autoritario de Rusia se fraguó en 2002, cuando cerraron los primeros medios alternativos bajo la tapadera de la lucha contra la oligarquía rusa, acusada de corrupción.
En aquella época intentó luchar, pero ahora ya es tarde, lamenta.
Estos días se plantea la disyuntiva entre una vida sin lujos en Rusia, pero con el riesgo que entraña vivir en una sociedad totalitaria, o un exilio donde a su edad y con su oficio viviría en la pobreza y sin grandes ilusiones de libertad.
”Hay quienes dicen que se puede ser muy pobre con tal de ser libres. Eso es mentira, la pobreza priva de libertad de elección, de libertad”, suspira.
LO ABSURDO COMO NORMA
Y es que ahora “cualquier cosa puede pasar”, ahonda Alexandr, según el cual Rusia se sumergió de lleno “en una turbulencia en la que resulta imposible entrever el futuro” del país desde el 24 de febrero, día del inicio de la campaña militar rusa en Ucrania.
Desde el principio la condenó, pero pensó que la operación se limitaría a las regiones prorrusas del Donbás, donde desde 2014 se enfrentan al Ejército ucraniano los separatistas de Donetsk y Lugansk con el apoyo político y logístico del Kremlin.
Sin embargo, Alexandr casi inmediatamente asistió asombrado a una ofensiva que se ha extendido a gran parte de Ucrania.
”En esta situación, en medio de esta indeterminación y de este absurdo, es imposible tener ideas constructivas” cuando “no se sabe nada, no se sabe qué va a pasar con el país al que yo quiero”, asegura.
Y sobre todo, no comprende cómo cerca de un 80 % de la población rusa, según las encuestas, apoya “esta barbaridad”, desde las redes sociales hasta las pegatinas de “Z” blancas -alegóricas de la intervención de Rusia- en los vehículos que recorren las calles rusas.
CON LA “Z” EN EL PECHO
Vladimir, un militar retirado natural de Crimea, península ucraniana anexionada por Rusia en 2014, es uno de aquellos que ve con buenos ojos la decisión del presidente ruso, Vladímir Putin, de enviar tropas a Ucrania.
”Para el resto del mundo es difícil imaginar cómo vivíamos en Crimea cuando era ucraniana. Era un verdadero régimen fascista. Te podían meter preso no porque sobornaste a alguien, sino porque no lo sobornaste. Una corrupción generalizada, por todos lados”, declara categórico a EFE.
Cuenta que las autoridades ucranianas le prohibían hablar en ruso, su lengua natal, mayoritaria en Crimea, antes de 2014, e incluso les “ucranizaban” los nombres en los documentos y convertían a las Nadias en Nadiya y a los Vladímir, como él mismo, en Volodímir.
”¿Acaso esto es normal?”, dice indignado, mientras recuerda que, tras el derrocamiento del presidente prorruso Víktor Yanukóvich, a Crimea llegaron cientos de jóvenes nacionalistas fornidos que trataron de controlar la situación a la fuerza.
UNA BARRICADA CONTRA LA INCERTIDUMBRE
Elena, una psicóloga de 48 años, ve la realidad desde otra perspectiva. Explica que, en medio de la incertidumbre, muchos ceden a la desesperación.
Relata a EFE que tras vencer el estupor inicial por la “operación militar especial”, se sumó al proyecto humanitario EMDR Rossiya, una comunidad de psicólogos que organiza sesiones grupales diarias para afrontar la ansiedad en estos momentos tan duros.
”La gente cae en el pánico, sufre por su futuro, se pregunta cómo puede vivir en un mundo que está cambiando por todos los lados y para todos”, afirma.
Asegura que intenta ayudar a esas personas a superar la ansiedad y el miedo, sin distinguir si se trata de rusos o ucranianos, que también acuden a las consultas.
A diferencia de la inmensa mayoría de los rusos, que se aferra a uno de los bandos y opta por ondear banderas ucranianas o dibujar “Z” blancas en las paredes, Elena prefiere no tomar partido. ”Lo que realmente puedo hacer es conservar un equilibrio interior y no caer en la histeria”, explica.
(Con información de EFE)
SEGUIR LEYENDO: