El coronel general Mikhail Mizintsev está furioso. No se sabe si por el hecho de que un soldado que vestía un uniforme no reglamentario había provocado la muerte de un compañero en extrañas circunstancias o si se trata de una expresión de su enorme frustración porque sus tropas aún no tomaron la resistente ciudad de Mariupol.
- ¡Mira a esa escoria que está ahí, frunciendo el ceño con sus ojos bovinos, mostrándome su cara infeliz, su jeta apestosa!, grita Mizintsev hablando por teléfono con un teniente a cargo de una unidad de asalto del ejército ruso.
- (…)
- ¿Por qué sigue sirviendo en mi ejército? ¿Y por qué tengo que perder mi tiempo con tu escoria? Si eres el jefe de una unidad, entonces da un paso al frente.
- (…)
- ¿Por qué su cara no ha sido mutilada todavía? ¿Por qué nadie le ha cortado las orejas? ¿Por qué este imbécil aún no cojea?
El brutal audio que muestra la clase de general que es Mizintsev, fue grabado esta semana por los servicios de inteligencia ucranianos y difundido por por Olexander Scherba, ex embajador de Ucrania en Austria. Un monólogo que saca a la luz al que había sido bautizado como “el carnicero de Aleppo”, la ciudad siria que redujo a escombros en 2016, y que ahora se convirtió en “el carnicero de Mariupol”, la ciudad portuaria sobre el Mar de Azov que resiste el embate de las fuerzas rusas y los bombardeos indiscriminados desde hace un mes.
Las fuerzas rusas, que se unieron a Bashar al-Assad en sus esfuerzos por recuperar Siria de manos de varios grupos rebeldes -algunos de ellos respaldados por Occidente- que se habían repartido el país durante la guerra civil, ayudaron al dictador a asediar y, finalmente, a reconquistar la ciudad noroccidental de Aleppo de manos de las tropas del Ejército Sirio Libre. En total, la batalla para retomar la ciudad duró más de cuatro años, pero el periodo más intenso se produjo a finales de 2016, cuando las fuerzas rusas y sirias rodearon la mitad oriental mientras 270.000 civiles seguían dentro y la bombardearon durante meses antes de desplegar tropas y tanques para capturarla.
La Red Siria para los Derechos Humanos estima que al menos 23.000 civiles murieron durante este periodo, aunque el número exacto es difícil de obtener y podría ser mayor. Los analistas militares del Instituto para el Estudio de la Guerra dijeron que el asedio estuvo “marcado por un grado de salvajismo y sufrimiento sin precedentes”.
Las fuerzas rusas utilizaron bombas de racimo, armas químicas y bombas incendiarias -todas ellas prohibidas por las cartas internacionales- durante el asedio. Se demostró que los hospitales habían sido sistemáticamente atacados, y finalmente fueron completamente destruidos en los bombardeos. Se declararon frecuentes ceses del fuego, pero a menudo las pausas en los combates fueron aprovechadas por las fuerzas rusas y sirias para rearmarse y reposicionarse antes de reanudar el asalto. Otras no se respetaron en absoluto, o se utilizaron con fines propagandísticos, acusando a los rebeldes de violarlas como pretexto para redoblar los ataques.
Al final se ofrecieron corredores humanitarios a los civiles que deseaban escapar de los combates, y aunque miles de ellos consiguieron huir, otros dijeron que fueron detenidos intentando salir, mientras que algunos fueron ejecutados o murieron a lo largo de las rutas supuestamente “seguras”. Los observadores documentaron más de 100 ejecuciones sumarias durante el asedio, mientras que la Red Siria de Derechos Humanos afirmó que casi 2.500 personas fueron detenidas arbitrariamente y torturadas, decenas de ellas niños.
La población de Mariupol está sufriendo un destino similar, aunque a mayor escala. Antes de la invasión rusa, este puerto estratégico tenía 400.000 los habitantes. Se calcula, que lograron huir unos 150.000. Los muertos por los bombardeos podrían ser más de 20.000, incluidos los bebés y las parturientas de la Maternidad principal de la ciudad y los cientos que se refugiaban en el teatro de arte dramático que fueron destrozados por las bombas.
Al general Mizintsev no le tiembla la mano cuando tiene que ordenar un bombardeo a pesar de que sabe que el objetivo sea sólo de civiles. Pareciera disfrutar con provocar el terror entre los que quedan en las ciudades sitiadas. Cree que de esa manera se desmoraliza a las tropas defensoras. No le importó usar bombas racimo o de fósforo, prohibidas por todas las convenciones internacionales de la guerra.
Incluso, lanzó el 21 de marzo una operación de “espejo revertido” para acusar a Ucrania de utilizar armas químicas. Ordenó atacar la planta química de Sumykhimprom, en Sumy. “Como resultado del bombardeo, un tanque con amoníaco resultó dañado y hubo una pérdida de la que todavía no sabemos las consecuencias”, dijo el alcalde del pueblo más cercano.
Dos días antes, Mizintsev habló con un grupo de periodistas rusos y se refirió específicamente a la planta química de Sumykhimprom, afirmando que los “nazis ucranianos” participarían en una operación de “falsa bandera”. Según Mizintsev, “minaron las instalaciones de almacenamiento que contienen amoníaco y cloro para envenenar masivamente a los habitantes de la región de Sumy si las unidades de las Fuerzas Armadas rusas entran en la ciudad”. Mizintsev también afirmó que “estos nazis estaban preparando provocaciones con venenos” en Kotlyarovo, cerca de Mykolaiv. “Para ello, ya se han entregado contenedores con productos químicos tóxicos en el edificio de la escuela primaria local, que se planea hacer estallar cuando se acerquen las tropas rusas”, añadió el general. Nada de esto sucedió.
Mizintsev ocupa uno de los más altos puestos militares en Rusia. Es director del Centro de Control de la Defensa Nacional (NDCC), que supervisa las operaciones conjuntas del ministerio de Defensa y las Fuerzas Armadas. También controla buena parte de los hackers del ejército que trabajan en los sistemas Astra Linux y Rusbitech. Asumió ese puesto en 2014. Tiene su oficina sobre la calle Znamenka de Moscú. Reporta directamente a Vladimir Putin. Es “la oreja” de Putin en los pasillos de los cuarteles.
Natural del ‘oblast’ de Vologda, al norte de Moscú, Mizintsev -como tantos otros militares soviéticos de su generación- se formó paradójicamente en la academia militar de Kiev, antes de ser destinado a Alemania Oriental. Después se especializó en el reconocimiento táctico y estuvo al mando de las tropas rusas en el Transcáucaso. Fue Valery Gerasimov, jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas de Rusia, quien se fijó en las capacidades de Mizintsev. Su ascenso, que comenzó en 2011, fue meteórico. Dirigió las operaciones en el Cáucaso Norte en 2013, convirtiéndose en teniente general de dos estrellas, hasta llegar a su actual cargo en el NDCC. Desde allí es que dirigió la operación rusa en la guerra siria entre 2015 y 2016. Dejó 23.400 civiles muertos y otros 41.000 heridos. También miles de casos de torturados y de niños usados por las tropas rusas para ir delante de ellos en las zonas minadas.
El coronel general salió a la luz en la última semana cuando lanzó el ultimátum ruso a las autoridades de Mariupol: “Dejen las armas. Todos los que lo hagan tendrán garantizado el paso seguro fuera de la ciudad. Las autoridades municipales tienen la oportunidad de tomar una decisión y ponerse del lado del pueblo. De lo contrario, el tribunal militar que les espera será sólo una pequeña parte de lo que merecen por los terribles crímenes cometidos que la parte rusa está documentando cuidadosamente.”
La respuesta ucraniana no se hizo esperar. Kiev rechazó esencialmente el ultimátum de Rusia que exigía la rendición de la ciudad sitiada. “Ucrania nunca puede aceptar un ultimátum de Rusia. Tendremos que estar todos muertos, sólo entonces podremos cumplir el ultimátum para Kharkiv, Mariupol o Kiev”, tronó el presidente Volodymyr Zelensky.
Fue cuando Mizintsev redobló la apuesta y lanzó el brutal ataque sobre Mariupol. Convirtió el 80 % de la ciudad en piedras y hierros retorcidos. Cien mil civiles, la mayoría de avanzada edad, están bajo las bombas.
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