(Desde Varsovia, enviada especial)
“Bloodymir”, reza un cartel debajo de un puente de Varsovia con la foto de Putin y sangre que le cae de la boca. Al vampiresco líder ruso un transeúnte polaco se tomó la libertad de dibujarle un pene en la mejilla.
Varsovia es una ciudad enojada.
Auschwitz fue sólo uno de los campos de exterminio donde fueron recluidos y asesinados unos tres millones de judíos polacos durante el Holocausto. Otros miles murieron luchando, como en el histórico levantamiento del gueto de Varsovia en 1943.
Pero Varsovia es una ciudad resiliente.
Orgullosa y lastimada, reabre sus heridas y hoy le da refugio a las olas masivas de ucranianos que arriban a territorio polaco escapando de las tropas rusas.
Infobae camina entre ucranianos que se agolpan en terminales de micros y trenes, y otros miles que encontraron techo y un lugar dónde dormir en centros de refugiados a cargo del gobierno polaco, que decidió encargarse de lleno del asunto.
Las imágenes son impactantes pero muestran la solidaridad entre pueblos que no siempre supieron poner sus diferencias de lado.
El número de personas llegadas a Polonia desde Ucrania superó los dos millones este viernes, según datos de los guardias fronterizos polacos. Son en su mayoría mujeres con niños. Hoy, dos de cada tres refugiados ucranianos entran a Polonia, de acuerdo a información publicada por la ONU.
Más de una décima parte de todos los que huyen de Ucrania llegan a la capital polaca. Algunos se instalan allí, mientras que otros siguen viaje hacia otros destinos, por lo que las principales estaciones de tren se convierten en centros abarrotados donde la gente acampa en los pisos, fatigada y aterrada. Los locales tratan de acompañarlos como puede, con asistencia, alimentos y un brazo de apoyo.
Los que se quedan en Varsovia enfrentan un problema creciente, el de la vivienda.
Cuando comenzó la guerra, el 95% de los ucranianos que llegaban a Varsovia eran personas que ya tenían amigos o familiares allí y fueron acogidos por ellos. Hoy ese grupo es el 70% de los recién llegados, lo que significa que el 30% de ellos “necesita un techo sobre sus cabezas” y otro apoyo.
Los más de 530 kilómetros que comparten de frontera con Ucrania convirtieron a Polonia en una de las naciones heróicas de esta guerra. Aliada clave de la OTAN, estuvo meses preparándose precisamente para este escenario.
Ya la primera invasión rusa de Ucrania en 2014 llevó a más de un millón de ucranianos a Polonia para trabajar y estudiar, acercando a los dos países de Europa del Este mucho más de lo que habían estado durante mucho tiempo. Esta crisis humanitaria establece otro precedente de hermandad entre ucranianos y polacos.
“Estamos lidiando con la mayor crisis migratoria en la historia de Europa desde la Segunda Guerra Mundial. ... La situación se vuelve cada día más difícil”, dijo la semana pasada el alcalde Rafal Trzaskowski. Y lo cierto es que el mayor desafío está por delante.
Y las personas que han llegado últimas son las que han presenciado situaciones más terribles; han sufrido un trauma mayor que las que llegaron hace semanas.
Las imágenes que observa Infobae en los centros de refugiados son desoladoras. Mujeres en shock en busca de un abrazo o que alguien cargue un segundo a sus bebés que no paran de llorar, seguramente conscientes de la extraña situación y de las emociones que atraviesan la piel. Estas madres están solas a cargo de sus hijos, y llevan el terror constante en el cuerpo de no volver a ver nunca más a sus esposos, padres o hermanos que quedaron atrás. Algunos niños que las observan, abrazando al pecho un juguete preferido, y otros que prefieren encontrar consuelo correteando por los pasillos rebosantes de camas, pateando una pelota o haciendo una medialuna por los aires.
Los varsovianos hacen lo que pueden. No siempre con la mejor actitud ni con la mayor simpatía, pero lo cierto es que muchos se han tomado tiempo del trabajo o de su ratos libres para ofrecerse de voluntarios en los centros de recepción, tratan de brindar asistencia y apoyo. Pero no dan abasto y el cansancio y la exasperación se nota en sus marcadas ojeras y sus gestos malhumorados. Razonable y entendible.
Un polaco fuma un cigarro en la calle, su postura encogida. En su pecho, una cinta amarilla y azul. “¿Le podemos sacar una foto?”. Se encoge de hombros y sigue fumando, pero ahora erguido y sonriente. La pequeña bandera brilla al sol.
Fotos: Franco Fafasuli
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