Sube el humo desde el noroeste de la ciudad. El humo es -a esta altura lo sabemos con certeza- un nuevo lugar bombardeado. Es Irpin lo que arde a estas horas de la mañana. Las noticias son vertiginosas: las fuerzas ucranianas recuperaron Moschun, pegado a Irpin, pero perdieron Bucha, atrás de Irpin. Las alertas rojas por ataques aéreos en la capital fueron al menos cuatro la última noche. El barrio de Podilsky, dentro ya de la ciudad, continúa siendo bombardeado y 200 personas ya tuvieron que ser evacuadas de sus casas.
Con los días uno va aprendiendo las lógicas de la guerra. Mientras al principio todos los sucesos parecían producto del caos, hoy vamos distinguiendo distancias, corredores, vías de posibles entradas y posibles salidas, el timing de los bombardeos, los sonidos, las distancias. Ya casi resigandos a no poder cercar Kiev, los rusos parecen concentrarse en el codo noroeste para conseguir una vía de entrada. Si finalmente capturan Irpin (ya la tienen, pero aún con resistencia), irán por el ingreso que será, justamente, por el barrio de Podilsky. Mientras, abren frentes en otras partes país: al sur y al este, ese territorio prohibido.
Ucrania juega, claro, sus propios movimientos. Y viene acertando. Ya no solo se trata de una resistencia heroica sino también de una estrategia calculada y eficaz. Zelenski -a quien se hace cada vez más habitual aquí dentro comparar con un Dios- tampoco parece jugar a los dados. Eso explica que estas líneas se escriban bajo techo, producto de un nuevo encierro.
Es que en la tarde del lunes se anunció en Kiev un nuevo toque de queda total de 35 horas. Nadie, ni los periodistas acreditados, pueden salir de sus casas u hoteles desde el martes a las 20 horas hasta mañana miércoles a las 7 de la mañana. ¿Los motivos? Muchos. Por un lado, se esperan más ataques rusos a la ciudad, y siempre es más seguro estar dentro que fuera. Por otro lado, la restricción de movimiento responde a los propios protocolos de control internos de la ciudad, que cada semana corta toda la circulación para limpiar las calles y cazar espías rusos. Por aquí se los llama “saboteadores”. Por supuesto que ninguno de ellos estará en las calles durante la prohibición, pero las fuerzas ucranianas precisan una ciudad vacía de civiles para encarar ciertas misiones armadas de las cuales obviamente no se puede decir nada.+
Mucho de todo esto tiene que ver también con la integridad del propio presidente Zelenski. Es que su decisión de mantenerse en su oficina de trabajo en Kiev y no huir no solo llena de orgullo al país y a la ciudad, sino también de peligros. Se sabe que hay distintos mercenarios con la misión asignada de asesinarlo, y el toque de queda -que se repite cada cierto tiempo- responde también a tareas de patrullaje y protección del presidente.
“Es un héroe nacional. Ya a esta altura es un héroe nacional”, dice un vecino de Kiev al ser consultado. “Es un fabuloso ejemplo para todos nosotros como humano porque pelea con nosotros y no huye. Y no solo pelea contra la invasión rusa, sino también contra la desinformación que hay alrededor del mundo sobre Ucrania. Creo que es un ejemplo para otros líderes del mundo. Y para mí en lo personal es muy importante que nos hable a todos de corazón a corazón, no en el lenguaje político. Por eso estoy muy orgullosa de él”, dice Alona, kievita también de 32 años que está apostada en un checkpoint de la ciudad, dispuesta a defenderla.
Ese respeto por el líder es en gran parte lo que hace que todos estén comprometidos con las reglas y medidas adoptadas. Nadie piensa que son extremas o innecesarias. Al contrario, los propios vecinos intiman a los otros a cumplirlas. En el hotel de este cronista por caso no se puede salir siquiera al estacionamiento privado del establecimiento y no dejan salir a otros a fumar a la terraza. Hacerlo además es exponerse: la ley marcial combinada con el toque de queda implica que cualquiera que sea encontrado en las calles va ser considerado “parte del enemigo”. Lo dicen los propios comunicados oficiales, advirtiendo que pueden disparar a cualquiera que esté transitando.
La vida entonces debe suceder bajo encierro por las próximas horas, ya llevamos la mitad cumplida. Algunas de esas horas deben ser en el refugio. El de mi hotel está preparado con colchones en lo que antes era el gimnasio. Quién sabe qué estará pasando en las calles que no vemos, las calles que ya recorro como propias, los retenes que veo crecer súbitamente o desaparecer, trasladarse a otra esquina, aumentar en altura. Para llegar al barrio de Podilski, por ejemplo, hay que cruzar una vía de tren urbano que tiene detenido sobre la calle diez vagones de carga para evitar el paso. Hay solo un pequeño hueco por el que pasar, un auto a la vez. Las milicias también se vuelven familiares, aunque cambiaron de color. Al llegar todas llevaban la cinta amarilla en el brazo, hoy cambiaron a la azul, es una especie de pequeño código de identificación, un santo y seña para descubrir a los saboteadores.
Acaba de sonar una nueva explosión. Los primeros segundos hay que alejarse de la ventana y ponerse a resguardo, los siguientes segundos acercarse y mirar si hay alguna columna de humo cerca. Abrir la ventana, buscar el olor. Si no hay nada de ambos, es probable que sea lejos, o que sea un misil saliendo. En el teléfono mientras se acumulan las alarmas y las sirenas en una aplicación local que anuncia todas las amenazas. Una enumeración de las últimas notificaciones recibidas: 11:08 de la mañana, alerta roja por amenaza aérea en Kiev; 12:05, el ejército ruso bombardeó fuertemente el puerto de Mykolaiv, sin víctimas pero con fuerte destrucción; 12:50, alerta roja en Vinnytsia por amenza aérea, 12:52, alerta roja en Zhitomir por amenaza aérea, 12:55, tropas rusas usaron gas lacrimógeno para dispersar protestas en Jerson; 12:58, alerta roja en Kryvyi por amenaza aérea; 12:59, fuertes explosiones se escuchan en diferentes distritos de Kharkiv.
Mientras termino el párrafo, otras dos explosiones se sintieron bien cerca en Kiev, con la última llegó la vibración, lo que indica que esta vez sí hay que ir al refugio. Nada en la Ucrania de hoy te priva de sentir la acción. Los bombardeos del 20 de marzo en el centro comercial Retroville sucedieron a 11 kilómetros de este hotel y se escucharon clarito en medio de la noche. Los ataques y contraataques en Irpin, apenas unos kilómetros más allá, también se oyen. Cada tanto, también, la salida de un misil antiaéreo. Acción es una palabra antipática para describir el horror de la guerra, pero habituados a ella es lo que diferencia un día de otro.
En el hotel hay un grupo de personas de una importante ONG que pidieron mantener la reserva. En su mayoría son kievitas que la organización relocalizó en el hotel, pidiéndoles que dejen sus departamentos por una cuestión de seguridad. Están armando la misión de urgencia en el país, o profundizándola más bien, habida cuenta de que debieron armarla de urgencia. Están todo el día en grupo trabajando en las computadoras. A veces suena una explosión y levantan la mirada de las pantallas. Son, por estas horas, el único espejo de la guerra de ahí afuera. No saben qué será de sus departamentos. Ayer una de ellas volvió por unas horas, después de dos semanas sin entrar. Salió del hotel, tomó el metro, caminó, buscó algunas cosas y volvió al hotel para pasar el toque de queda. Salió caminando con un tapado gris y cierta amargura en la cara. No quiso que la acompañáramos. Cuando volvió, lo hizo menos simpática que antes.
Quedan 17 horas de encierro todavía. Una nueva alerta roja me llega a través del celular, pero no tengo idea dónde es, no conozco a la gente que va a sufrir el impacto. “Uno aprende a convivir con todo”, me dice el mozo del hotel, que también está viviendo acá. Ya no se acerca a la ventana cuando oye una explosión. Qué pedazo de fortaleza, pienso, la que construyó Rusia para este pueblo.
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