“Toda campaña o batalla debe tener un plan que señale los objetivos militares, la asignación de recursos y la intensidad requerida. Deben conocerse también los efectivos y la disposición del enemigo. Tener un plan no asegura la victoria, pero no tenerlo conlleva la derrota”. Lo escribió el gran teórico de la guerra, Carl Von Clausewitz, y lo publicó su esposa Marie bajo el título “De la guerra” cuando éste murió de cólera en 1832. Desde entonces, es la Biblia de cualquier militar o estratega político. Seguramente lo leyó Vladimir Putin cuando estuvo en la academia de espías de la KGB soviética.
Putin se lanzó a la guerra con un plan preciso: tomar Kiev en cuestión de días, derrocar al gobierno de Zelensky y ocupar el Este ucraniano. Desde esa posición de fuerza pensaba negociar con Estados Unidos el desarme total de la OTAN en ese territorio y otras ex repúblicas soviéticas.
Falló. El factor sorpresa de tener tropas de elite escondidas detrás de las líneas de defensa ucranianas no produjeron los efectos deseados. No hubo pánico ni huida del gobierno, como había calculado. Zelensky resultó ser mucho más duro y decidido de lo que había mostrado hasta el momento. Y desestimó la capacidad de defensa del ejército y el pueblo ucraniano. La cabecera de playa que había imaginado para acumular tropas rápidamente en el norte de Kiev fue desarticulada por los misiles de la defensa. La columna que provenía de Bielorrusia quedó empantanada en el barro.
Tuvo que ir a una segunda opción: bombardear sin respiro a las grandes ciudades para provocar una enorme crisis humanitaria. Ya hay 3,5 millones de refugiados ucranianos en los países vecinos y se están acomodando por toda Europa. Otros 6,5 millones son desplazados internos. Lviv, la capital de facto ucraniana del Oeste, ya está sintiendo la presión de los que huyen del Este, pero no quieren abandonar el país. El propósito que busca Putin es que los líderes europeos presionen a Zelensky a rendirse para no continuar con el éxodo ucraniano que les podría desestabilizar sus propios países.
Si esto no sale como Putin espera, como escribió Thomas Friedman en el New York Times, “me temo que sería un animal acorralado y podría optar por lanzar armas químicas o la primera bomba nuclear desde Nagasaki. Es una frase difícil de escribir, y aún peor de contemplar. Pero ignorarla como posibilidad sería extremadamente ingenuo”.
Putin ya se siente amenazado por su frente interno. Hay informaciones de que las sanciones provocaron reacciones en su contra por parte de la elite económica de Moscú. Dicen que podría haber algún tipo de golpe palaciego y Putin sería reemplazado por el jefe del Servicio Federal de Seguridad ruso (FSB), Oleksandr Bortnikov. Es probable que sea sólo un deseo emanado de Kiev más que una realidad de Moscú, pero tampoco se puede ignorar.
Por ahora, como se preveía, Putin no está dispuesto a negociar nada más que la rendición incondicional. Las rondas de consultas de los últimos días que tuvieron al presidente Recep Tayyip Erdogan de Turquía como mediador, no llegaron a nada. “Zelensky está dispuesto a reunirse, pero Putin cree que las posiciones para celebrar esta reunión a nivel de líderes no son lo suficientemente cercanas todavía”, dijo Ibrahim Kalin, asesor principal y portavoz del Erdogan que ya había dado detalles de las conversaciones.
Turquía es miembro de la OTAN y Erdogan mantiene buenas relaciones con Putin, a pesar de la ojeriza del líder ruso hacia la alianza militar occidental de 30 países. El jueves pasado, el líder turco habló con Putin y Zelensky y después hubo varias otras intervenciones de diplomáticos turcos durante el fin de semana, pero no se llegó a nada concreto.
Kalin ahora dice que todavía no están las condiciones para una cumbre Putin-Zelensky para negociar los términos de un acuerdo de paz. “Putin quiere estar en una posición de fuerza cuando lo haga, y no parecer débil, debilitado por las pérdidas militares o por las sanciones económicas”, explicó Kalin en una entrevista con medios estadounidenses. “Ese momento aún no ha llegado, y puede que no sea pronto. Pero las sanciones económicas son probablemente las que más influyen en el pensamiento de Putin”.
Lo que están en el fondo de esta guerra y en cualquier negociación de paz es la integridad territorial y la soberanía de Ucrania, que Zelensky y sus aliados occidentales no están dispuestos a sacrificar. Y eso incluye la península de Crimea, que Rusia se anexionó hace ocho años. “Crimea es `de facto rusa´, nadie concederá la anexión `de jure´”, aseguran desde Washington y Bruselas.
Kalin cree que “en el mejor de los casos, la solución se encontrará en alguna nueva versión de los acuerdos de Minsk”, que daban una autonomía significativa dentro de Ucrania a los enclaves separatistas de Donetsk y Luhansk, apoyados por Rusia. Aunque la situación se complicó con el reconocimiento por parte de la Duma (parlamento) rusa de que esos enclaves son “estados independientes” que abarcan tierras que no están bajo su control, como hizo Rusia con Osetia del Sur y Abjasia en Georgia tras una guerra similar en 2008.
El negociador turco advirtió que de cualquier forma habrá que tener en cuenta la posición de Putin para un escenario de post-guerra. “El caso ruso debe ser escuchado, porque después de esta guerra, tendrá que haber una nueva arquitectura de seguridad establecida entre Rusia y el bloque occidental”, comentó Kalin. “No podemos permitirnos otra Guerra Fría: será mala para todos y costosa para todo el sistema político y financiero internacional”.
Este sería un plan posterior y sólo viable si funcionan algunos de los niveles de confrontación anteriores planteados por Putin. Siempre hay que tener en cuenta la gran definición de Von Clausewitz: “La victoria en la batalla no debe obnubilar. Todo mando ha de saber cuál es el límite de sus fuerzas y no ir más allá, a riesgo de perder lo ganado. En las guerras también hay que distinguir el avasallamiento de la destrucción. Dicho límite tiene que quedar ya claro en el momento de la planificación”. Pronto sabremos cuál es el límite de Putin.
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