(Desde Varsovia, enviada especial) Natasha llora sin querer. Parece enojada consigo misma cuando deja escapar unas lágrimas de impotencia. Sus ojos azules se empapan y su entrecejo se frunce.
“El sonido de las bombas es un sonido especial, en el peor de los sentidos”, dice. “Aunque no lo hayas escuchado nunca, lo reconoces al instante”.
Viene de una ciudad cerca de Kiev y su viaje duró tres días. Con una amiga y su hijo viajaron día y noche sin agua ni comida y problema de gasolina (“como todos”, interjecta Katerina, una ucraniana voluntaria en Warszawa Centralna que se ofrece como intérprete para Infobae).
Warszawa Centralna, la estación de ferrocarril y metro más importante en Varsovia, se ha convertido en uno de los epicentros de refugiados ucranianos con más volumen de gente desde que explotó la guerra.
Más de una décima parte de todos los que huyen de Ucrania llegan a la capital polaca. Algunos se instalan allí, mientras que otros siguen viaje hacia otros destinos, por lo que las principales estaciones de tren se convierten en centros abarrotados donde la gente acampa en los pisos, fatigada y aterrada. Los locales tratan de acompañarlos como pueden, con asistencia, alimentos y un brazo de apoyo.
Hay voluntarios que hablan inglés, italiano y español, además de ucraniano y ruso. Hay medicamentos, café, un lugar para comer un plato caliente y gente que ayuda a organizar un viaje hacia un tercer destino.
Natasha se dirige a Finlandia, donde no conoce a nadie, ni entiende el idioma, pero a dónde parte porque escuchó que allí tratan muy bien a los refugiados ucranianos. Dejó atrás a sus padres y a todo lo que conoce. Está sola, y llora, ahora con resignación. “Lo único que traje fue mi amor extremo por mi familia y por mi país. No hay nada más importante que eso”.
No creyó que la invasión ocurriría hasta el último segundo. “Bombardearon cerca de donde vivía, a unos kilómetros. Me desperté por el sonido en el medio de la noche temblando. En ese instante me di cuenta de lo que estaba ocurriendo. Se lo dije a mi familia pero no me creyeron. Hace tres días, al fin, decidí irme”.
Boris viene de Kharkiv, uno de los lugares más peligrosos ahora en Ucrania. Según agencias de noticias locales, alrededor de 600 casas, 50 escuelas e instalaciones de atención médica fueron destruidas por los bombardeos rusos en esa zona. Boris viajó con su mujer y sus dos hijos de 12 y 14 años. Mientras habla con Infobae, su esposa está al teléfono tratando de resolver los últimos detalles de su transporte a España, a dónde irá a encontrarse con su hermano.
Escaparon nueve días después de la invasión. Tardaron bastante, porque iban parando durante las noches por los niños. “Estuvimos una semana en un sótano refugiados. Al principio no estaba tan mal porque podíamos ir y venir. Los últimos días tuvimos que permanecer allí, quietos y escondidos. Fue terrible para mis hijos”.
Llegaron hace una semana a la estación de tren, estuvieron unos días allí, otros en un hotel y al día siguiente partirá su micro hacia España. “Traje sólo documentos y las cosas para los niños, me arrepiento de no haber agarrado algo más, pero no podíamos, había que irse”.
Una voluntaria alta, de cabello colorado, camina entre la gente. Tiene en su espalda un cartel que indica que está a cargo de las mascotas. “Ayudamos a los animales que viajan con los ucranianos. Vimos muchos gatos y perros y algunos hámsters y conejillos de India. ¡Y algunos geckos! Les damos comida, agua, vacunas, medicamentos y los cuidados necesarios hasta que deban partir”
Gala escapó de Dnipropetrovsk, con su familia de 13 personas. Ahora yacen en la planta superior de la estación. Varios colchones improvisados se alinean al lado de una fila de cochecitos para bebés. Muchos duermen, otros miran con desconfianza, pero Gala quiere compartir su historia, mientras mira a sus nietos pequeños acurrucados a su alrededor. “Hace dos semanas que estamos esperando en la estación. El problema es que tenemos pasaportes ucranianos y no podemos salir de Polonia”.
Viajó con lo puesto, apenas con una bata como abrigo. Lamenta que mucha de su gente haya quedado atrás, pero el viaje de tres días y tres noches era necesario. “Quiero volver, pero cuando sea seguro. Ahora no, aunque me desgarre el corazón”.
Fotos: Franco Fafasuli
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