Kiev, otra vez. Acá, cada vez más, hay que decir Kyiv, la forma que usan los ucranianos para distinguirse de “los orcos”, como llaman a los rusos desde que comenzó la invasión. La capital resiste y cada día se aferra más a la idea de que seguirán viviendo la vida que tenían antes de la guerra, aunque ya más de un millón de personas hayan evacuado y cada día se suman víctimas fatales por culpa de los ataques rusos.
El último sucedió este viernes a las ocho de la mañana. Un misil impactó en el parque central de un complejo de edificios en el barrio Podilsky. No había ninguna instalación militar cercana ni edificio gubernamental, en cambio, un jardín de infantes, una escuela, y edificios de viviendas.
Las alertas antiaéreas sonaron, pero esta vez las defensas no pudieron interceptar el misil. Alrededor de las 8:04 hora de Ucrania el Servicio de Emergencias de Poryatunka recibió el llamado de socorro. Un incendio lo estaba quemando todo luego de la explosión. Pronto llegaron los bomberos. Los pisos 1, 2 y 3 de los edificios estaban en llamas. Cerca de 50 personas comenzaron a combatirlo. De los residentes que estaban en el edificio, 98 fueron evacuadas, al cierre de esta nota las autoridades reportaban 19 heridos y una persona fallecida. Poco después, ya parados en la zona, parece imposible creer en esos números: la destrucción es masiva.
La cuadra quedó devastada, humeante, llena de escombros y chatarra. La imagen se ve cada vez más seguido en la capital, lo que era sólido hasta hace una semana, hoy comienza a tambalear. No la actitud de la gente, que ve la destrucción y ya ni huye, se organizan alrededor del desastre para mover escombros, limpiar la zona, ayudar a los vecinos afectados. A menudo, bajo el sonido de otras explosiones, que siguen sonando. La promesa de que una bomba no cae dos veces en el mismo lugar parece darles seguridad.
Hace cuatro días los restos de un misil interceptado cayeron el barrio de Heroiv Dnepra. Allí vive Larissa, kievita de 43 años. Fue el 14 de marzo a las cinco de la mañana. Estaba durmiendo cuando de pronto escuchó un estruendo y una ola súbita de viento la tiró de la cama. Después supo que se trataba de la onda expansiva. Después recorrió el barrio y vio la destrucción. Sin embargo, lo primero que hizo fue entrar a internet. “Agarré mí teléfono y me puse a buscar información para ver qué es lo que pasaba, pero todavía no había nada porque era muy pronto. Así que cuando terminó el horario de toque de queda, a las siete de la mañana, me vestí y salí a ver lo que había pasado”, cuenta.
Otra persona murió ese día. Otras tantas heridas. Larissa, que desde que comenzó la invasión se dedica a comunicar lo que pasa, se sacó una foto con el edificio luego de las llamas.
La devastación en Kiev podría ser mucho peor si no fuera por sus sólidas defensas antiaéreas. Cada vez que los rusos lanzan un ataque, los ucranianos intentan interceptarlo. Aún así se provocan daños, producto de la lluvia de fuego y hierro que se produce al destruir un misil en el cielo. De no hacerlo, los ataques podrían ser mucho más letales.
Lo vemos ahora: todo un edificio se quedó sin frente, como si le hubieran arrancado la piel del rostro a un hombre dormido. Se ven los huesos de los departamentos, las mesas probablemente servidas con el desayuno minutos antes de las 8, cuando cayó el ataque, las bibliotecas dadas vuelta, las maderas quebradas que ya no distingue qué eran, si cama o mesa o silla. Se ve en el suelo de la plaza justamente una silla destruida, es chiquita, de nene. Se ve una bicicleta calcinada, partida a la mitad, varios autos pintado de negro por el fuego, se siente el olor de la chapa apagada hace pocos minutos.
Los sonidos no se apagan. No los de los ataques, que son esporádicos, sino los del vidrio y metal en movimiento. Desde el balcón de un cuarto piso, un vecino tira cosas para abajo, restos de su casa, escombros que no quiere en el balcón. Otro mira para arriba. No tiene ya ventanas ni puerta, es como un precipicio desde el living. Otra, una mujer mayor, sale por la puerta hacia la calle. Lleva dos bolsas, lo único que se lleva. Otra persona entra, no sé si a quedarse o buscar alguna cosa.
Anastasia es vecina de otro barrio que también fue bombardeado hace unos días. Cuando era chica, vivía al lado del edificio que fue destruido. “Pasé mí infancia acá, es muy duro ver esto así”, dice. Tiene 19 años y estudia lenguas. Su hermano, Constantine, tiene 13. Dice que algunos de sus amigos se fueron del país y otros no, pero que igual no puede verlos. Tiene miedo, dice, porque le pregunto, pero no hace larga la respuesta. “Sí, tengo miedo”. Igual se queda, “porque es mí ciudad”. El lo que dicen todos, como si soñaran con que un día Putin lea alguna de las entrevistas y finalmente lo entienda.
Los que peor la están pasando en estos momentos siguen siendo son los distritos lindantes a Kiev. Bucha, Irpin… ciudades pegadas a la capital donde la única salida posible es la evacuación. Ya no tienen luz, gas, y los que quedan viven en refugios bajo el sonido permanente de la artillería y los bombazos.
“En las ciudades alrededor de Kiev, los ocupantes violan y matan sistemáticamente a la población local”, dijo ayer en ronda de prensa Oleksiy Arestovych, asesor de la oficina del presidente Zelenski.
“La violencia contra la población local se observa sistemáticamente alrededor de Kiev. Si antes eran casos aislados, ahora la situación ha empeorado. El ejército ruso está destruyendo deliberadamente a la población ucraniana. Esto es genocidio. Hay cientos de casos así, ni siquiera decenas”, aseguró.
Durante la evacuación de personas de esos distritos, los rusos siguen disparando contra columnas del ejército ucraniano, haciendo de esos corredores lugares extremadamente peligrosos.
Según denuncia el Jefe de la Dirección General de la Policía Nacional de la Región de Kiev, Andriy Nebytov, todas las operaciones de rescate en la región fueron bajo fuego enemigo.
“En las regiones de Kiev temporalmente ocupadas hay una gran cantidad de hospitales, escuelas y jardines de infantes. Para salvar al pueblo del infierno de la guerra, todas las autoridades públicas intentaron evacuar a tantos ciudadanos como fuera posible. Pero los ocupantes rusos no brindaron tal oportunidad. Durante la evacuación de personas en el distrito de Bucha, los ocupantes dispararon tanques contra las columnas de evacuación. Un policía murió y otro resultó herido. La misma situación se ha desarrollado en Irpin”, explicó.
Según Andriy Nebytov, las calles de Irpin y Bucha “están cubiertas de cadáveres”. Cómo en Mariupol, al sur del país, habrá que esperar a que cese el ataque para conocer la verdadera dimensión del daño.
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