Es un día triste para Denis. Hace una hora llegó a su casa y encontró debajo de la puerta la citación del ejército. Debe presentarse en menos de 24 horas en la oficina militar para registrarse y partir al destino que le toca. Debe llevar con él una muda de ropa y comida para dos días.
Denis tiene contactos en Odessa, averiguó a dónde lo iban a mandar y le dijeron que no se preocupe, que solo será asistente en un centro de tiro contra drones y aviones rusos, que no tendrá que ir a la línea de fuego. Denis no quiere sumarse a la batalla en campo porque no quiere matar a nadie. Su fe, su manera de entender la vida, se lo prohíben. Le dicen que no tendrá que hacerlo, pero él sabe por amigos que una vez que te registras en la oficina, pueden mandarte a cualquier parte. “Un conocido fue porque lo llamaron, pensó que iba a ayudar en traslados, y lo mandaron a la primera línea”, dice.
El peor escenario para él sería que lo envíen a Mykolaiv, donde está sucediendo el combate más cercano. La ciudad es considerada barrera de contención de Odessa: si cae Mykolaiv (a 117 kilómetros de Odessa), los rusos estarán a tiro de intentar entrar. Además, el martes se rastrearon 14 barcos invasores haciendo movimientos en en el Mar Negro, cerca de las costas de la gran ciudad del sur.
Denis solo tuvo seis horas de entrenamiento la semana pasada. Él mismo se inscribió como voluntario y se acercó a un centro en la ciudad donde cada día, de lunes a lunes, forman entre 100 y 120 personas en el manejo básico de armas, estrategia militar y combate urbano. Es un edificio enorme (cuya ubicación debe mantenerse en secreto por cuestiones de seguridad), donde instructores del ejército forman civiles durante seis horas. Tienen cuatro clases distintas: táctica de combate urbano, posiciones de tiro, armado y desarmado de armas, y primeros auxilios en situación de guerra.
Cuando Denis tomó el curso, no pensaba que iba a necesitarlo. Casi que lo hizo como si fuera un juego, y hasta posteó en su Instagram distintas fotos sonriendo con una kalashnikov. Pero ahora lo llamaron para alistarse y tiene miedo. Tiene 36 años y es empresario gastronómico. En su restaurante da trabajo a 50 personas, y es dueño además de una galería de diseño de indumentaria. “Yo sirvo más para ayudar con tareas humanitarias, moviendo mis contactos para conseguir cosas para Odessa, trasladando víveres, gente… No sirvo para combate, no puedo hacerlo”, dice ahora, sentado en su auto, nervioso, asustado.
Denis es una persona alegre que cree en las energías, en la medicina no tradicional, en la meditación. Le gusta ir a bailar, tirarse en la playa a dormir. Un día antes de la citación, de hecho, durmió una siesta de cara al mar negro, sobre la arena. Y bromeamos sobre la posibilidad de que los rusos hubieran detenido un desembarco para no despertarlo. Ahora perdió parte de su alegría, y aunque intenta no perder el humor, está tenso. Hace llamados a amigos y conocidos, está buscando la manera de que lo excusen, un salvoconducto que lo libre de alistarse.
Más temprano, recorriendo la ciudad con él, pudimos ir al centro de entrenamiento en el que se formó una semana atrás. Gracias a sus contactos, y después de insistir varios días, accedimos al lugar y nos permitieron filmar. La única condición fue no mostrar la cara de los instructores ni revelar la ubicación. Aceptamos. A partir de entonces, la realidad se convirtió en una película surrealista instalada en un set de guerra.
Cada día, quienes quieren tomar el curso llegan al lugar a las 8:30 de la mañana. Se inscriben, dejan sus datos, y pasan a una primera clase teórica todos juntos. Allí reciben la primera instrucción, que no es técnica sino motivacional. Les explican la importancia de esta lucha, les dicen lo que está en juego, los convencen de lo que muchos aún estando ahí no están convencidos: las armas son necesarias para la paz.
A las diez sí comienza la instrucción técnica. Separan al grupo en cuatro subgrupos y se dividen en distintos sectores del edificio. En el área central se dan las lecciones de tácticas de combate urbano. Comienzan por lo básico: como manipular el arma, en qué posiciones tenerla según la situación, cómo caminar con ella, cómo poner los pies, los hombros. En el segundo módulo aprenden movimientos de combate: avances en grupo, coberturas cruzadas, señales de ataque y repliegue.
Todo lo hacen con armas verdaderas, las mismas que les darán en caso de ser llamado a combate. No todos parecen igual de convencidos. En las caras se mezcla la atención para aprender a manejar el arma con cierta amargura. Ninguno de los que veo parecen Rambo en contacto con su misión. Más bien, ya entrados en el día 21 de guerra los que llegan hoy al entrenamiento son los que en principio preferían evitarlo pero movilizados por temor o convencimiento, finalmente decidieron que era mejor saber que no saber.
En la clase de primeros auxilios se aprende principalmente a hacer torniquetes, uno de los requerimientos más habituales en un teatro de guerra. También, a manipular un cuerpo herido y hacer RCP. Los otros dos grupos son los de armado y limpieza del arma y el de tiro. El primero intenta familiarizar a los y las alumnas con la AK47. Les enseñan a armarla desde cero, desarmarla, y volver a armarla. También, cómo cargarla, técnicas para enmendar errores y los distintos modos de disparo. Después, solo se trata de repetir una y otra vez el proceso hasta que el rifle se les vuelva un objeto familiar. Se los ve concentrados, armando y desarmando como si fuera una carrera, tratando de ganarse unos a otros en velocidad.
“Vine porque quiero ayudar a salvar a mi país. Es muy importante saber estas cosas, sobre todo en un momento como este. Y porque necesitaba recordar el entrenamiento, que lo hice hace tres años, pero no recuerdo todo entonces con esta jornada ya estoy preparado de nuevo”, dice León, ciudadano de Odessa de 23 años.
“En tiempos como estos necesitamos estar juntos y fuertes. Y el entrenamiento es muy útil porque todos los que estamos tenemos que tener herramientas para saber cómo sobrevivir en un combate”, agrega.
A su lado está Tatyana, de 21 años. Dice que le parece muy gracioso estar aprendiendo esto, pero que se lo toma en serio. No es una fanática convencida de la guerra, sino más bien lo contrario: tardó bastante en tomar una postura respecto del conflicto. “Al principio era muy confuso lo que pasaba acá. A mí no me era fácil elegir un bando, pero ahora, después de varios días de pelea, ya es más evidente lo que sucede, y tengo mucha más motivación para pelear por mi país”, dice.
Su discurso no es extraño en Odessa, una ciudad en la que se habla más ruso que ucraniano, y en la que durante muchos años se trató a los propios ucranianos sin ascendencia rusa como ciudadanos de peor calidad. Hoy, el sentimiento prorruso fue enterrado por las acciones de la invasión: nadie hizo tanto por consolidar la identidad ucraniana como Vladimir Putin.
“La mayor motivación es salvar la paz en Ucrania, y dejar un país mejor para los chicos, para que puedan crecer felices”, dice María, otra de las chicas que asiste al entrenamiento. Vino con Larissa, su amiga, que dice algo parecido: “La mayor motivación es salvar la independencia de Ucrania, hacerla mejor, y que en el futuro haya una paz duradera”.
La clase de tiro sucede en el aula más oscura. El instructor da su discurso inicial. Todos escuchan. Una chica sonríe por algo que le causa gracia y el profesor -militar de carrera- le dice algo que parece un regaño. Parece otra vez un momento de Full Metal Jacket (Nacido para matar). Ella pide perdón pero sigue sonriendo. Un rato después, cuando su amiga esté aprendiendo a ponerse el chaleco antibalas y el casco, ella le tomará fotos para ponerlas en Instagram. Algo de eso comenzó a pasar en Odessa: el entrenamiento militar se convirtió en un pequeño furor de redes y empezó a ser una moda posar con un arma. Nunca antes una tendencia de redes llevó tan lejos a tantos.
La clase es estricta. El instructor les enseña lo básico a la hora de apuntar, les muestra como poner la manos sobre el rifle, donde apoyar la mejilla, cómo mirar. Luego, lo mismo cuerpo a tierra. Les dice que usen los sacos de arena para apoyar el arma, les enseña a endurecer la posición. Una vez listos, les patea la punta del rifle para ver cuán rígido está. Si lo dejan blando, se pueden lastimar ellos mismos al primer disparo. Todo, dice, es por su seguridad. Mientras, grabo la punta de los fusiles, que apuntan hacia mí, hacia la cámara. Están descargados, igual se siente extraño. Más tarde, después de unas horas ahí, a mi también me serán familiares los ruidos del gatillo, el color del metal, el peso de las municiones. Todos, con más o menos resignación, se van acostumbrando a la guerra.
Por el centro de entrenamiento de Odessa ya pasaron más de 1500 civiles. Los que expresan su voluntad de seguir con la formación pasan a nuevas instancias de entrenamiento con las Defensas Territoriales o incluso con el ejército. Según uno de los coordinadores del lugar, nadie está obligado a pelear ni puede ser llamado a combate por haber participado del entrenamiento. Se trata, dicen, de estar preparados en caso de que sea necesario. “Si la situación se precipita, por supuesto que tendremos que defender la ciudad y les daremos un arma a cada uno. Pero por el momento sólo se trata de enseñarles lo básico. Por supuesto que no alcanza, pero es un primer contacto. Nadie se va de acá con un arma”, dice.
La experiencia de Denis contradice un poco la voz oficial. La semana pasada él también estuvo acá y fue el primer entrenamiento militar de su vida. Él también subió fotos y videos a Instagram, y posó como si fuera un guerrero legendario. En todas las fotos -las vi, las veo- se lo veía feliz, provocador, medio anacrónico. Su vida era más parecida a La Naranja Mecánica que a Nacido Para Matar, la violencia era una forma de juguete a disposición, no una posibilidad concreta. Pero esta mañana recibió la citación y tiene miedo. Se irá a Rivne a ver a un pariente con influencia en el ejército para que intente salvarlo. Su miedo y su desesperación también son la guerra. Me pide que no ponga su foto porque igual le da vergüenza no estar dispuesto a matar.
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