Infobae rumbo a Odessa: un tren repleto en medio de la noche atraviesa toda Ucrania

El sur del país enfrenta horas decisivas. A la inminente caída total de Mariupol se suman los enfrentamientos en Mykolaiv y el despliegue de la flota rusa en las costas. Para todos por acá, esta es la nueva zona prohibida del momento

Guardar
infobae en ucrania rumbo a odessa

Son los últimos momentos en la estación de Vinnytsia. Espero un tren para ir a Odessa. Un pequeño bar ofrece algo de comida a los que esperan. Son las doce de la noche, el toque de queda rige en la ciudad y los que están acá o bien llegaron después de las diez y deben dormir en la estación o bien esperan un tren.

Tomo un pan con queso del mostrador y pregunto cuánto es. No me quieren cobrar. Solo ofrecen cosas gratis. Si estás viajando, dicen, es por necesidad. Es una red gigante la del bien, y crece y crece con cada bombardeo.

 Un pequeño bar ofrece algo de comida a los que esperan
Un pequeño bar ofrece algo de comida a los que esperan

Una mujer se acerca y pide un té, le dan. Otro un agua, le dan. La sala de espera es silenciosa, hay muchas mujeres mayores yendo a ciudades ajenas. Hay algunos jóvenes con mochila que también se mudan. Vinnytsia es un lugar estrategico para la ruta migrante: de puede llegar desde cada ciudad bombardeada, entonces acumula desplazados en cada rincón.

El tren que espero viene de Kiev rumbo a Odessa. Pasa solo una vez por día (pasada la medianoche), y si no te dejan subir -es una posibilidad- uno debe esperar todo un día y volver a intentar. Es un tren que corta de norte a sur el país, de gran ciudad a gran ciudad. Cada persona que viaja en él lo hace por un motivo impostergable: lo primero que desaparece en una guerra es la liviandad. Por estas horas, además, las dos perlas culturales de Ucrania afrontan momentos dramáticos.

Los trenes van pasando. A la hora señalada pasa uno, pero no es el nuestro. Consultar en la oficina de Información es más difícil que terminar esta guerra recitando un poema. Uso el traductor de Google para preguntar dónde está el tren a Odessa. Cuarenta minutos tarde, comprendo finalmente. Espero un rato más. Cuarenta minutos después, exactos, el tren llega. La impuntualidad resulta muy puntual en tiempos de guerra.

La estación de Vinnytsia
La estación de Vinnytsia

Para llegar al andén hay que bajar unas escaleras, doblar a la izquierda, bajar otros escalones más, y luego volver a subir. La noche está cerrada y no se pueden sacar demasiadas fotos. Incluso una imagen del piso pone nerviosos a los guardias de seguridad.

El tren se detiene junto al andén. Es un tren enorme, azul, de vagones con camarotes. Me indican ir al último vagón. Junto a tres colegas (uno de ellos Jorge Said, con quien venimos moviéndonos juntos), subimos a la formación. Los rumores indicaban que depende el tren y depende los oficiales de cada tren, los hombres pueden subir o no. Si es un tren que se aleja de una zona de combate, los hombres son rechazados, deben quedarse. Si es un tren que entra a una zona caliente, los hombres pueden subir, se presume que van a pelear.

La ley es distinta para los extranjeros, doblemente distinta para los periodistas. A veces se nos permite lo que a otros no con tal de que mostremos por lo que está pasando el país.

La primera parte del viaje transcurre en el pasillo del tren, de pie
La primera parte del viaje transcurre en el pasillo del tren, de pie

Entramos entonces al vagón y nos encontramos con un pasillo lleno de gente. Las puertas de los camarotes están cerradas y quiénes abordamos aquí debemos esperar parados. Nos dicen que tal vez tengamos que viajar de pie en el pasillo durante las seis horas que dura el trayecto, y por un rato veo cómo todos nos buscamos un rinconcito en el suelo. Tiene una alfombra y no parece tan terrible, pero es sin dudas una transformación de la guerra.

Más tarde, sin embargo, unos kilómetros más allá de Vinnytsia, cuando el tren ya esté en movimiento, el guardia del vagón irá abriendo los camarotes y buscando camas libres. Las hay. Uno por uno, comienza a ubicarnos.

Nunca nos pedirá el boleto, que no lo tenemos. Viajar en tren hoy en Ucrania es gratis. Es un servicio de emergencia que está funcionando esencialmente para sacar gente de ciudades atacadas. O a veces, también, para meterlas. Como sea, no se paga.

Son las dos de la mañana mientras escribo estás líneas. No es un vagón silencioso en el que vamos, sino más bien inquieto. Hay algunos hombres solos, uno lleva remera y pantalón verde militar, tiene gesto adusto. Otro usa campera tipo Uniqlo azul. Fuma y camina a ambos lados, pero no parece enojado como el otro. Hay también una familia de tres mujeres. Con ellas comparto vagón: una madre y dos hijas. Duermen cuando llego, así que no converso. Tampoco se puede mirar por la ventana: de un lado están cerradas las cortinas y del otro tapadas con bolsas negras de residuos.

Avanzamos ahora, con esos ruidos y esa calma del tren. Pienso que habrá muchos monumentos al tren cuando esto pase, que los guardianes de vagón serán héroes, entrando y saliendo del infierno, de los muchos infiernos que existen hoy en el país.

El sur de Ucrania enfrenta horas decisivas. A la inminente caída total de Mariupol se suman los enfrentamientos en Mykolaiv y el despliegue de la flota rusa en las costas de Odessa. El sur es, para todos por acá, la nueva zona prohibida del momento. Junto al este serán, parece, el eje desde el cual cerrar la pinza sobre Kiev. De aquí subirán a Dnipró para tomar el río Dniéper, arriesgan algunos. Dejarán a Odessa como moneda de cambio, dicen otros. La sitiaran primero, la bombardearán desde el mar. La tomarán, la dejarán, la harán cenizas, o frontera. Por estos días aprendí un término de mis colegas corresponsales: “rumores de guerra”. Cosas que se hacen circular para generar reacciones que puedan ser utilizadas.

Ya llevamos dos semanas en Ucrania, recorriendo varias de su ciudades y caminos para intentar retratar la guerra. Será el mar lo próximo que veamos, y allá lejos, escondida en la bruma de la distancia, la flota rusa.

Los versos de Nicanor Parra vienen de pronto: “Este es, muchacho, el mar, ese gran señor de las batallas”. Solo el tiempo dirá si al delirio deviene un desembarco, si las escaleras de Potemkin vuelven a teñirse de masacre. Si los rumores de guerra son, esta vez, solo palabras sin detonaciones.

SEGUIR LEYENDO:

Guardar