Lo voy a hacer yo, pero te acuso de que lo vas a hacer tu. O que ya lo hiciste. Esa es la técnica comunicacional del “espejo revertido”. La usan en el siglo XXI todos los regímenes autoritarios y populistas para justificar sus acciones. Y si bien fue readaptada por los “marketineros” modernos, es tan antigua como el espionaje. En el Kremlin hay cultores apasionados de este espejo revertido. Son grandes maestros de la técnica.
El miércoles, la portavoz del ministerio de Asuntos Exteriores ruso, Maria Zakharova, aseguró que Rusia tenía documentos que demostraban que Estados Unidos había apoyado un programa de armas biológicas en Ucrania, que incluía la peste, el cólera y el ántrax. Mientras que el ministerio de Defensa ruso acusó a los “nacionalistas ucranianos” de preparar una “provocación” con armas químicas en un pueblo al noroeste de Kharkiv. El plan consiste, dijeron los funcionarios de Putin, en acusar falsamente a las fuerzas rusas de utilizar armas químicas.
Afirmaciones extraordinarias viniendo del país que utiliza regularmente armas biológicas y químicas en todos los conflictos donde interviene, desde Siria a Chechenia. Posee un arsenal de al menos 40.000 toneladas de armas químicas. También las utiliza en forma selectiva para eliminar o envenenar disidentes, desde Alexander Litvinenko hasta Alexei Navalni.
Tanto Washington como Kiev negaron enfáticamente que hubieran desarrollado ese tipo de programas y calificaron las acusaciones de “absurdas”. “Rusia tiene un historial de acusar a Occidente de las mismas violaciones que la propia Rusia está perpetrando”, tuiteó Jen Psaki, la portavoz de la Casa Blanca. “Todo esto es una estratagema evidente de Rusia para tratar de justificar su nuevo ataque premeditado, no provocado e injustificado contra Ucrania”.
Rusia viene utilizando en Ucrania armas especialmente letales como las bombas termobáricas de vacío que causan graves daños en el cuerpo humano por la intensidad de sus estallidos explosivos. Una parafernalia bélica que las fuerzas de Putin probaron en Siria, como si fuera un gran laboratorio a cielo abierto, cuando intervinieron para salvar al régimen de Bashar al Assad. Los bombardeos sobre la ciudad de Aleppo, controlada por los rebeldes pro-occidentales y milicias jihadistas , fueron particularmente brutales y se usaron tanto bombas cargadas con venenos como bombas racimo, que están prohibidas por un tratado firmado por 193 países.
La Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (OPAQ) registró en Siria 17 ataques con armas químico-biológicas perpetrados por el régimen sirio y por las fuerzas rusas. Hay numerosas evidencias del uso de bombas de cloro contra la población civil en varias de las ciudades controladas por la oposición. En agosto de 2013, en Guta, un suburbio de Damasco, fue alcanzado por cohetes que contenían el agente químico sarín. Hubo casi 2.000 muertos y fue el ataque más letal con con este tipo de armas desde la guerra entre Irán e Irak. En esa época, Saddam Hussein, también las utilizo profusamente contra su propio pueblo. Y en abril de 2017, hubo otro ataque químico en Jan Sheijun, cerca de la ciudad de Idlib. Allí murieron 89 personas y otras 541 quedaron con graves trastornos de salud. En todos los casos, se sospecha que los venenos habrían sido provistos por el gobierno de Vladimir Putin. En ese escenario sirio, Rusia también utilizó la técnica del “espejo revertido”. Por ejemplo, en abril de 2018, sin pruebas, acusó a Gran Bretaña de estar detrás de un ataque con cloro en Douma que mató a 40 personas.
Pero ahora, todo eso se puede convertir para Putin en una desgracia como la que dicen que ocurre cuando se rompe el espejo. Cualquier uso de armas químicas por parte de las fuerzas rusas habilitaría a Occidente a intervenir. Así lo interpreta el gobierno británico y es un enfoque compartido por varios analistas en Washington. James Heappey, ministro de las Fuerzas Armadas del gobierno de Boris Johnson, dijo que la OTAN podría considerar un cambio en su enfoque si el presidente Putin desplegara tales armas en su guerra contra Ucrania. “No creo que sea útil comprometerse firmemente en este momento sobre dónde está la línea roja”, dijo Heappey al programa Today de Radio 4 de la BBC. “Pero creo que el presidente Putin debe tener muy claro que cuando otros países han utilizado armas químicas, eso ha provocado una respuesta internacional... Y creo que debería reflexionar muy urgentemente sobre lo que les ha ocurrido a otros países donde han usado esto”.
Y un portavoz del 10 Downing ST. dijo a los periodistas que “obviamente, nosotros y nuestros aliados seguiremos vigilando la situación de cerca, teniendo en cuenta el historial de Rusia y sus apoderados en el uso de armas químicas, y las falsas acusaciones que el gobierno ruso ha estado haciendo sobre otros que las desarrollan.”
En Siria, la oposición a Al Assad ya sabe de qué se trata. Desde 2015, cuando Rusia comenzó con una participación destacada en el conflicto, y a lo largo de los truculentos años que siguieron, las afirmaciones de que ellos, en lugar del régimen de Assad, habían utilizado armas químicas sabían que era una calumnia preparada que les ponía sobre aviso de un ataque inminente. Las acusaciones las hacía Moscú cada vez que las fuerzas terrestres a las que apoyaba querían despejar un pueblo o una ciudad. A esto le seguía un bombardeo brutal e indiscriminado que incluía armas químicas. Y también la impunidad.
Incluso en sus inicios, la guerra rusa en Ucrania tuvo muchos paralelismos con el conflicto en Siria: el salvajismo apenas contenido, la huida masiva de civiles aterrorizados y la destrucción gratuita. Ahora el uso de pretextos premonitorios puede añadirse a una lista creciente, que nació entre las ruinas de Grozny, Crimea y Donbas y se afinó sobre la población civil del asediado norte de Siria.
“Ucrania es hoy parte de un continuo histórico que va más allá de Siria”, dijo un ex alto oficial de la OTAN a The Guardian. “Se remonta más atrás que Chechenia en términos de política exterior, en términos de la dinámica interna rusa y en términos de las tácticas de la maquinaria de guerra rusa”.
“La impunidad y el convencimiento de que nada lo puede afectar pusieron a Putin en una posición psicológica en la que creía que podía hacer lo mismo que en Siria. Aprendió a no tener en cuenta las líneas rojas internacionales. El uso sostenido y abrumador de los bombardeos pesados destinados a socavar la confianza de la población y como herramienta de intimidación que se está viendo en Mariupol se perfeccionó en Siria, donde Rusia apenas utilizó municiones guiadas de precisión”, agregó el ex militar ahora retirado y que estudió por años las posiciones rusas para la OTAN.
En este contexto, los analistas coinciden en que Putin no hará nada diferente a lo que ya hizo y experimentó en Siria o Chechenia. Y en esas dos guerras utilizó armas químicas.
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