Las alarmas siguen sonando en todo Ucrania. Según los informes de inteligencia oficiales, las fuerzas rusas se están concentrando en rodear a la ciudad de Kyiv, terminar de rodear y tomar las ciudades de Sumy y Kharkiv al este, y Mariupol y Mykolayiv al sur. Buscan armar un corredor terrestre entre Crimea y el territorio continental de la Federación Rusa, para así tener rutas de provisión que conecten todo el este y controlarlo.
En Jerson, producto de la resistencia histórica de sus habitantes, Rusia intenta imponer su propio régimen administrativo-policial. Para eso desplegó unidades de la Guardia Nacional Rusa que entraron en la zona y según los informes detuvieron a más de 400 ciudadanos de Ucrania. Es una primera pintura de lo que puede esperarse: autoridades rusas queriendo hacerse con el gobierno de las ciudades que ataca.
Entre tanto, el ministro de Relaciones Exteriores de Ucrania, Dimitri Kuleba dice que Moscú no aceptó crear un corredor humanitario en Mariupol, la ciudad que peor la pasa por estos momentos, luego del ataque con cohetes a un hospital materno infantil. Además de los 17 heridos reportados el día de ayer, hoy se confirmó la muerte de tres civiles, una de ellas una joven menor de edad.
El ministro de Relaciones Exteriores del Kremlin, Sergei Lavrov, dijo que el centro de salud servía como base a los nacionalistas y que por eso fue atacado con cohetes. Por otro lado, Dmitri Peskov, vocero de Putin, dijo que investigaría lo sucedido para entenderlo en profundidad.
Mientras se escriben estas líneas, en Mariupol sus habitantes siguen sin luz, sin calefacción, con cada vez menos alimentos y menos agua potable. La temperatura esta semana bajó a varios grados bajo cero, como si la naturaleza fuera a tono con la demencia de la guerra. Ya se fueron de allí, según el presidente Zelenski, más de 35 mil personas tan solo el último miércoles. A su vez, las autoridades de la ciudad comenzaron a enterrar a los muertos en fosas comunes. Las autoridades locales dicen que 1.200 civiles han muerto en estos días de guerra en Mariupol, más del doble de la cifra que dió las Naciones Unidas, es que la ONU habla de 516 civiles muertos confirmados y 908 heridos en todo Ucrania desde el comienzo del conflicto, pero advierte que necesariamente son muchos más. Las confirmaciones en medio del caos llegan siempre más tarde que la muerte.
Además de Mariupol, en el país deberían estar funcionando seis corredores humanitarios, según lo pactado entre ambas naciones en las rondas de negociación. Pero nadie cree en la paz de Putin. Los que se van ya ni siquiera sueñan con volver a sus casas, dejan todo como si se lo regalaran a los rusos. Vivir bajo otra bandera no parece una opción para los que se van. Es lo que se ve en Vinnytsia, una de las ciudades que más desplazados recibe. A diferencia de Lviv, donde llega la gente que pretende salir por Polonia, a Vinnytsia llegan familias que buscan salir a Moldavia o Rumania.
El pulso de la ciudad es, de algún modo, “normal”. Es que todavía existen mercados abiertos, se puede comprar fruta en las calles, hay cafeterías al paso -ninguna para sentarse a descansar-. Los hoteles siguen llenos, algo inédito por acá. Los trenes llegan del norte y del sur. De aquí hacia el oeste todo pareciera ser más auspicioso.
Sin embargo, las sirenas siguen sonando. Los altoparlantes de Vinnytsia deben ser de los mejores del país: cada vez que llega una alarma se escucha de manera penetrante en todos lados. Hace unos días el aeropuerto de la ciudad fue bombardeado, en un ataque que terminó con la muerte de nueve personas (cinco de ellas civiles). Aún no se puede visitar la zona. Infobae intentó acercarse -lo hizo- pero el ejército prohíbe la entrada. Se ve un edificio derrumbado a un costado de la pista y vehículos y grúas militares moviéndose por la zona.
Ayer, además, según fuentes oficiales fueron interceptados dos misiles en la zona aledaña a la ciudad. Las sirenas, aún pareciendo cosa de todos los días, tienen su correlato con peligros reales. Ya nadie se asusta como el primer día, pero en algún lugar algo explota cuando algo suena.
El noreste del país también está complicado. La ciudad de Sumi está librando una batalla sangrienta y los últimos dos días solo pudieron escapar 5.000 civiles por los corredores humanitarios, aunque de la ciudad ya se evacuaron cerca de 40 mil personas. En la ciudad, un bombardeo mató a 22 personas según las autoridades ucranias.
La situación fuera de Ucrania parece infinitamente mejor, pero según Naciones Unidas ya partieron del país 2,3 millones de refugiados. En este contexto, el Programa Mundial de Alimentos de la ONU (PMA) ya anunció que estiman que más de tres millones de ucranianos van a necesitar apoyo alimentario, y según ACNUR el número de refugiados o damnificados directos del conflicto va a rondar los 12 millones de personas.
Muchas de ellas todavía están acá, en las estaciones de tren, en los hoteles donde pretenden tener una vida normal para sus hijos, en los refugios durante las sirenas, en los pocos mercados que quedan abiertos, en las rutas embotellados por un tránsito saliente. En Ucrania todos salen, si los dejan. Nadie habla de cuándo será el tiempo de volver.
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