Leon Aron es uno de los máximos estudiosos de la vida política rusa de la actualidad. Es un conocedor al extremo de los resortes del poder de Moscú y conoce como pocos los sentimientos que atraviesan al pueblo ruso por estos días. Es, también, el autor de “Yeltsin, Una Vida Revolucionaria”. Es miembro senior del American Enterprise Institute y está escribiendo un libro sobre el derrotero del jefe de estado ruso, Vladimir Putin, hacia Ucrania. Por sobre todo, es una de las voces más autorizadas para describir lo que está ocurriendo más allá de especulaciones militares, económicas o políticas.
En una columna titulada “Por qué Putin tiene que cuidar su espalda” publicada en The Washington Post este martes, Aron describe cuál es el sentir de la ciudadanía, los oligarcas y los militares rusos. “Sea cual sea el resultado, la guerra de Vladimir Putin contra Ucrania supone una mala noticia para su régimen. Ni la toma de Kiev y la declaración de victoria ni el inicio de las negociaciones de paz salvarán al presidente ruso de las graves, si no fatales, repercusiones internas de esta guerra”, analiza.
El intelectual nacido en Moscú en 1954 y radicado en los Estados Unidos, indicó que “a medida que la guerra se prolonga, el peligro para el reinado de Putin vendrá principalmente de tres sectores: los oligarcas, los militares y los que llamamos ‘rusos de a pie’”. “Los oligarcas, que son los que más pueden perder con las sanciones de Occidente, se han mostrado públicamente cautelosos, sean cuales sean sus verdaderos sentimientos. Acobardados desde la detención de Mijaíl Jodorkovski en 2003, algunos abandonaron Rusia, mientras que otros parecen reconciliados con (en efecto) gestionar sus empresas en nombre del Estado en lugar de ser sus amos”, remarcó.
En cuanto a los uniformados, Aron cree que históricamente no se ocuparon mucho de los resortes políticos, con contadas excepciones. Y subrayó que Putin ha elegido cautelosamente a sus generales más cercanos, incluso al Ministro de Defensa, Sergei Shoigu, quien no tiene carrera militar. “A lo largo de la historia de Rusia, los militares se han mantenido generalmente alejados de la política (con la notable excepción de la desafortunada revuelta de 1825). Al igual que otros autócratas, Putin ha tenido muchas oportunidades de elegir a sus altos cargos por su lealtad y no por su capacidad. Su ministro de Defensa, Sergei Shoigu, no tiene ninguna formación militar: es un ingeniero civil que era ministro de situaciones de emergencia cuando Putin lo puso al frente de las fuerzas armadas del país”, escribió.
El otro engranaje que deberá atender Putin es el de la población. “Miles de rusos de a pie ya han sido detenidos por protestar contra la guerra. Pero es casi seguro que la mayoría de los ciudadanos se unirán a Putin en un primer momento, como lo hicieron tras el primer ataque de Putin a Ucrania en 2014. Está claro que espera que este efecto dure hasta las elecciones presidenciales de marzo de 2024, cuando, a sus 71 años, probablemente intente embarcarse en una presidencia vitalicia. Es imposible predecir cuándo los recuerdos del atolladero de la Unión Soviética en Afganistán -los ataúdes forrados de zinc y las tumbas sin nombre- darán lugar al resentimiento, luego a la ira y después a las protestas masivas”, pronostica Aron.
De acuerdo al autor experto en sucesiones de poder rusas, Putin está preparado para esta eventualidad y creó para ello una fuerza de choque brutal que duplica a las tropas que envió a Ucrania para apropiársela. Y es allí donde Aron ve una grieta en un posible estallido social: “Putin creó en 2016 la guardia nacional, bajo su antiguo guardaespaldas Viktor Zolotov. Tomando prestado de la policía y absorbiendo por completo las antiguas tropas especiales antidisturbios, la guardia, que en los últimos seis años ha crecido hasta un número estimado de 200.000 a 400.000 hombres, se supone que es totalmente leal al Kremlin. Sin embargo, una cosa es golpear las cabezas de los estudiantes en Moscú y San Petersburgo, y otra disparar a las madres de los soldados muertos en Ucrania. Si los guardias vacilan, los militares no acudirán al rescate de Putin, mientras que los oligarcas podrían envalentonarse lo suficiente como para donar a los manifestantes, como hicieron sus homólogos ucranianos durante la Revolución Naranja de 2004 y la Revolución Maidan de 2014″.
Aron también explicó cómo fue que cada derrota bélica sacudió las estructuras políticas de Rusia en cada etapa, sin importar el sistema político que gobernara el país. “La tradición nacional rusa no perdona los reveses militares. Prácticamente todas las derrotas importantes han dado lugar a un cambio radical. La guerra de Crimea (1853-1856) precipitó la revolución liberal del emperador Alejandro II desde arriba. La guerra ruso-japonesa (1904-1905) provocó la primera revolución rusa. La catástrofe de la Primera Guerra Mundial provocó la abdicación del emperador Nicolás II y la revolución bolchevique. Y la guerra de Afganistán se convirtió en un factor clave para las reformas del líder soviético Mijaíl Gorbachov”, indicó.
“El régimen actual es especialmente vulnerable en este sentido. Más que ningún otro gobernante ruso, Putin ha hecho de la guerra, o de la amenaza de guerra, la base de su apoyo popular”, comentó el autor de la columna del Post. “Comenzó su presidencia prometiendo la modernización económica, pero cuando el crecimiento se ralentizó y luego comenzó a estancarse, cambió sus tácticas a lo que los estudiosos rusos han llamado ‘movilización patriótica’ o ‘patriotismo militarizado en tiempos de paz’. La propaganda rusa pronto empezó a hacer hincapié en dos temas principales: ‘Occidente’ está en guerra con Rusia. Una guerra no declarada, mezquina y constante. Pero la Madre Patria no tiene nada de qué preocuparse mientras Putin esté al mando. No sólo protegerá a Rusia, sino que le devolverá al menos parte de la gloria victoriosa del estatus de superpotencia soviética”.
“La evolución del régimen desde un autoritarismo aún más ‘suave’ a una dictadura brutal tradicional será una de las consecuencias más preocupantes de esta guerra”, pronostica Aron y concluye: “Después de dos décadas de libertades incompletas y en constante disminución, pero reales, un cambio repentino hacia el casi totalitarismo conlleva enormes riesgos para Putin. Cada día que Ucrania resiste erosiona el régimen de Putin. Las consecuencias podrían ser de gran alcance”.
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