El 22 de marzo de 1895 los hermanos Lumière revolucionaron el mundo al presentar por primera vez una demostración de su más reciente invento, el cinematógrafo, por medio de la proyección en París de La sortie des ouvriers des usines Lumière à Lyon Monplaisir (Salida de los obreros de la fábrica Lumière en Lyon Monplaisir) en lo que se cuenta en la historia como el nacimiento del cine.
Esta grabación de 30 segundos que muestra a un grupo de obreros, en su gran mayoría mujeres, saliendo de su lugar de trabajo, pondría en movimiento una nueva forma de arte, e inspiraría a una mujer, Alice Guy Blaché, a convertirse en la primera cineasta de la historia, así su legado haya sido ignorado y borrado por años.
Aunque la historia oficial reconoció por décadas a Georges Méliès como el pionero del cine de ficción, citando su obra capital “Viaje a la Luna” de 1902 como el partidor que introduciría este tipo de narrativas fantásticas al cine, hasta entonces enfocado en una perspectiva más realista y documental; lo cierto es que desde 1896 Alice Guy ya estaba haciendo esto, y muestra de ello es su primer film estrenado ese año llamado “El hada de los Repollos”.
En el metraje, de apenas un minuto de duración, la primera cineasta de ficción retrata una antigua leyenda francesa según la cual los niños nacen de los repollos y las niñas de las rosas. Además, en el “Hada de los Repollos” inaugura el uso de trucos visuales en imágenes en movimiento y el montaje.
Esta premisa fantástica y las técnicas usadas para filmarla eran completamente avanzada para su tiempo y representaban un uso notablemente creativo de un invento cuyos propios creadores consideraban más científico que artístico.
Alice Guy lo veía diferente, para ella el componente artístico era fundamental y esa visión la plasmaría en más de 1.000 películas que rodó durante décadas a lo largo de su carrera, de las cuales pocas sobreviven actualmente.
¿Pero cómo la historia se olvidó de Alice Guy Blaché? “En Francia mientras una mujer esté, como se dice, en su lugar, no recibe ningún reproche, pero si ella asume y ejerce las prerrogativas asignadas a sus hermanos se la mira mal”, diría la propia cineasta en una entrevista de 1912.
Alice Guy nació en Saint-Mandé, un antiguo suburbio de París en 1873. Su infancia pasó entre su Francia natal, Suiza y Chile, estudiando en varios internados. Ella era la quinta hija de un editor, dueño de una cadena de librerías, con quien nunca tuvo una buena relación pues él pensaba que era ilegítima. Cuando muere su padre, la madre de Alice empezó a trabajar y la joven entró a estudiar taquigrafía y mecanografía, lo que le valió para encontrar un trabajo en la compañía Le Comptoir Général de la Photographie en 1894.
Allí conocería a Léon Gaumont, un inventor e industrial francés que es reconocido como uno de los pioneros del cine. Gaumont fundó su propia compañía y llevó a Alice para ser su secretaria. Juntos asistirían a la función del 28 de diciembre de 1895 en la que los hermanos Lumière realizaron su primera proyección con público en el Salón Indio del Gran Café, la cual llamaron “Diez Películas por un Franco”.
Al ver la función, Alice, que había hecho teatro de ficción y tenía una fascinación por el arte de contar historias, convenció a su jefe de que ahí estaba el futuro y que sería una excelente inversión de negocios, pero Gaumont veía el potencial del cinematógrafo como invento, más que el cine como arte.
Tras la filmación del “Hada de los Repollos” en 1896 y otros cortos similares, Gaumont decidió finalmente crear una división de producción cinematográfica en su empresa, y confió a Alice su dirección, pero con una condición: “siempre que la tarea no me impidiera seguir realizando mis funciones como secretaria”, cuenta la propia Guy en sus memorias. Era el año 1897.
Durante la década siguiente Alice Guy dirigió 100 fonoesferas, o películas rodadas para el cronógrafo, un aparato que permitía sincronizar la imagen y el sonido grabado. Aunque muchas de ellas se han perdido, queda constancia de su existencia en cartas, periódicos de la época y libros.
Incluso grabó internacionalmente, como los filmes “Voyage en Espagne” o “La Malagueña y el Torero”, grabados en España en 1905. Y uno de los proyectos más ambiciosos de la época, “La Pasión o la Vida de Cristo” (1906), primera superproducción de la historia, con un metraje de 30 minutos para el que se usó 25 decorados, más de 300 extras y locaciones exteriores como el bosque de Fontainebleau.
En 1907 se casó con el cámara Herbert Blaché, adoptó su apellido y se mudó a Estados Unidos, donde Gaumont buscaba expandir su negocio cinematográfico. Pero al poco tiempo Alice y Herbert crearon su propio negocio, primero con la productora Solaz en 1910 y Blaché Features en 1913.
Con estas empresas Guy Blanché dirigió sin parar todo tipo de películas: westerns, comedias, dramas, ciencia ficción, y hasta llegó a rechazar adaptar al cine la obra de Tarzán de los monos. Con el paso de las películas, Alice se convirtió en pionera en técnicas de filmación, en el uso de efectos especiales, juegos de iluminación, el montaje, la caracterización de los personajes, el uso de planos especiales, y en general de la construcción de un lenguaje artístico y cinematográfico.
Además, fue una mujer pionera en la profesión de productora y productora ejecutiva y una empresaria que dirigía su propia compañía hasta que un tormentoso divorcio la obligó a regresar a Francia en 1922.
Allí su estrella comenzaría a apagarse y terminaría reducida en los libros de historia como la secretaria, y posible amante, de su primer jefe Léon Gaumont, quien cuando contó la historia de su productora, publicada en 1930, decidió iniciarla en 1907, anulando así el papel fundacional que tuvo Alice en los primeros años de su negocio y borrando su crédito en las obras que produjeron juntos.
Además Gaumont nunca atendió los requerimientos de Guy para que su labor fuera reconocida, el divorcio y posterior quiebra de sus productoras contribuyeron a que se perdiera la labor de esta pionera del cine, quien según una de sus tataranietas “dedicó sus últimos 30 años de vida a buscar sus películas en Francia y Estados Unidos”.
“Lo más asombroso de su vida, y lo que le hizo sufrir más en su vejez, fue su desaparición en la historia del cine”, escribió Alice Guy Peter en la introducción del libro “Vida de Alice Guy Blaché” de la escritora española Alejandra Val Cubero.
Y es que pese a haber sido en vida directora, productora, guionista, montadora, productora y actriz de sus películas, mucho de este crédito terminó siendo atribuido por los historiadores del cine a sus directores de fotografía u otros hombres que participaron en dichas producciones.
Pero con el paso de los años el legado de Alice Guy se ha ido recuperando y su lugar en la historia se está restaurando. Sobre todo tras la publicación de sus memorias en 1976, y las posteriores investigaciones que han dado crédito a las palabras de la cineasta sobre su legado.
Aunque murió en Nueva Jersey en 1968 a la edad de 94 años y con gran parte de su trabajo en el olvido, en vida Alice Guy alcanzó a recibir el reconocimiento de La Legión de Honor, uno de los principales honores otorgados por el Estado de Francia, en 1955 por sus contribuciones al arte.
En la conmemoración del Día Internacional de la Mujer merece la pena recordar el legado de esta cineasta pionera y reivindicar el papel de la mujer en una de las formas de arte más influyentes en nuestra historia: el cine.
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