El mayor conflicto bélico europeo en casi ochenta años está mostrando una respuesta occidental y mundial firme en el marco de la legalidad sin recurrir a una respuesta militar directa. Las fuerzas armadas y la resistencia del país invadido, Ucrania; están recibiendo sistemas de armas, logística y tecnología en comunicaciones, lo cual es considerado fundamental por el liderazgo europeo y estadounidenses para hacer frente al avance y los daños generados por el agresor primario, Rusia.
Cuando en la madrugada del 24 de febrero Vladimir Putin lanzó la invasión militar contra Ucrania, el hecho de que los líderes occidentales hubieran advertido de la existencia de esa posibilidad desde dos meses antes no dejó de ser un gran impacto para la comunidad internacional y un fuerte shock para Europa y Washington. Desde Moscú, a nueve días del ataque, Putin calificó a la “Operación Z” (así denominada por el alto mando militar ruso) como una actividad excepcionalmente especial para Rusia que lleva por objetivo “desmilitarizar y desnazificar Ucrania”. No obstante, también realizó una amenaza velada de ataques nucleares contra cualquier poder externo que acuda en ayuda de los ucranianos. Esa violencia en sus palabras mostró la verdad de sus intenciones frente a los justificativos que esgrime el presidente ruso.
Sin embargo, los residentes de Kiev, la capital ucraniana llevan días de asedio y ataques directos después de que otras ciudades del país han caído bajo dominio de la ocupación rusa a medida que las bombas y misiles continúan destruyendo instalaciones e infraestructuras militares, pero también áreas civiles que no quedaron libres de la agresión de la fuerza ocupante. Los últimos bombardeos de la madrugada del pasado jueves fueron el preludio de la incursión terrestre de aproximadamente 80 mil soldados rusos en territorio ucraniano desde el Este, el Norte y el Sur, mientras otros 60 mil efectivos aguardan en zona de la frontera Este y en territorio de Bielorrusia para intervenir.
El ingreso de las primeras tropas terrestres que se adentraron en Ucrania mostró que Rusia no solo lanzaba fuego de artillería e incursiones aéreas desgastantes con la finalidad de saturar el territorio y la resistencia local, también exhibió la clara intención de derrocar al gobierno ucraniano del presidente Volodimir Zelenski, y evidenció la intención de llevar adelante una invasión a gran escala donde el costo, transcurrida más de una semana de iniciada la acción militar, muestra catastróficos resultados en perdidas de vidas de civiles ucranianos inocentes.
La violencia militar de Moscú puso de manifiesto un golpe que -aunque esperado- adquirió ribetes de traicionero e inhumano para aquellos que creían que Putin no se inclinaría por una opción militar devastadora que finalmente derivo en una invasión total, algo que no ocurría ni se vio en suelo europeo desde las operaciones ordenadas por Adolfo Hitler y ejecutadas por sus ejércitos y brigadas especiales al inicio de la Segunda Guerra Mundial.
Ante los eventos actuales, más allá del eventual “alto al fuego humanitario” que se informó se encuentra en avance en diálogos entre las partes desde el día jueves pasado y de cuyo éxito se puede dudar considerando lo observado en la primera semana del conflicto, la comunidad internacional en su conjunto, no sólo las potencias occidentales deberían hacer todo lo posible para limitar los daños de la operación militar rusa. Sin embargo, hasta hoy las respuestas parecen aisladas y poco homogéneas en relación a la magnitud del accionar del presidente Putin, quien ya no puede retroceder el tiempo para revertir los costos de la agresión y las implicancias de ella generadas por Moscú. Ante este escenario, los poderes occidentales encarnan la única esperanza de aportar a la región y al mundo un orden más estable bajo parámetros que han sido quebrantados, para ello serán necesarias respuestas realistas.
En primer lugar las potencias occidentales, sus socios y aliados deben ejecutar todas y cada una de las contra-medidas que fueron advertidas oportunamente a Moscú ante su accionar militar. Esto es el equivalente a la profundización rígida de las sanciones económicas que prometieron y que en algunos casos ya han aplicado, pero acompañándolas de definitivas prohibiciones para visas de ciudadanos rusos en general, no sólo de sus líderes y funcionarios, y el bloqueo bancario total a nivel internacional de toda empresa rusa .
La Organización del Atlántico Norte (NATO por sus siglas en inglés) y sus miembros deben seguir construyendo y generando fuerzas en el sector oriental de la alianza y ampliar su apoyo a Ucrania con armas y equipos que ayuden a repeler la invasión sin descartar otras opciones más enérgicas. En paralelo y aunque la diplomacia no ha tenido el éxito esperado se debe mantener la opción abierta más allá de lo mal que se manejo la situación previamente en esa materia.
Los Estados no occidentales deben elevar su voz en los organismos supranacionales y foros internacionales, como lo hizo el representante permanente de Kenia ante Naciones Unidas, quien acuso abiertamente a Rusia el 21 de febrero pasado ante el Consejo de Seguridad calificando a Moscú como invasor dada la violación de la soberanía ucraniana ejecutada de forma armada por tierra, mar y aire. Todos los países deberían dejar en claro y sin ambigüedades su rechazo al costo humano y económico de la agresión rusa y calificar a Moscú como agresor primario a todos los efectos del derecho internacional.
Los socios de Rusia, especialmente China, que de momento ha jugado un papel -de mínima infortunado- al no rechazar de forma clara el plan de Putin, deberían considerar el destrozo del accionar ruso y el costo político y económico que deberán pagar al no rechazar la invasión. Todos deben presionar a Rusia para que desista de su actual política imperialista con Ucrania. Los socios rusos pueden y deben ayudar a revertir lo que puede escalar a la peor catástrofe de nuestro tiempo.
Del mismo modo, Naciones Unidas, aunque no cuenta con la capacidad de pronunciarse a través de una Resolución vinculante desde el Consejo de Seguridad -dado el poder de veto de China y la propia Rusia- debería tomar inmediatas medidas concretas de asistencia a Ucrania por las indudables consecuencias humanitarias que la guerra está generando al pueblo ucraniano considerando que las cifras de refugiados treparon a más de un millon de personas que han sido desplazadas y es posible que esa cifra aumente en las próximas horas y días. Por otra parte, esas personas demandarán necesidades alimentarias y médicas de emergencia.
Del mismo modo, los organismos humanitarios deben prepararse para lo peor si el conflicto se extendiera solo una semana más. La Asamblea General de Naciones Unidas hizo lo suyo en la reunión y votación del día miércoles pasado reprobando y rechazando el accionar de Putin. Sin embargo, el Consejo de Derechos Humanos de la organización debe fijar y poner en marcha un sistema de investigación de los hechos y hacer acopio de un plexo probatorio que de lugar a una investigación profunda sobre las violaciones del derecho internacional y de los abusos de los derechos humanos en los operaciones de militares actuales y sobre una probable ocupación rusa que pueda tener lugar con posterioridad a la caída de Ucrania a manos de Putin.
Concluyendo, la invasión militar a Ucrania y los brutales bombardeos rusos marcan una inmanejable escalada de una guerra que Moscú está librando contra Ucrania desde 2014, cuando el ex-presidente Viktor Yanukovich dejó el poder para terminar refugiado en Rusia. Ese año tuvieron lugar las revueltas y protestas que apoyaron relaciones estrechas con la Unión Europea (UE) y al cambio del presidente pro-ruso. Así fué que Moscú denunció una interferencia occidental calificada de inaceptable que generó los disturbios y dio lugar a un nuevo gobierno en Kiev. En consecuencia, como respuesta, Rusia ocupó y anexó Crimea, envió logística, armas, contratistas (denominación moderna de los mercenarios) y otro personal paramilitar checheno en apoyo a los separatistas en la región Oriental de Donbas.
Los acuerdos de Minsk sobre el cese del fuego firmados en 2014 y 2015, pusieron punto final a las acciones militares y acallaron las armas, pero dejaron a los separatistas con el control de un tercio del territorio ucraniano en Donetsk y Luhansk, desde donde proclamaron la ruptura con el poder central de Kiev. En los acuerdos de Minsk, también se estableció una hoja de ruta para la paz y la devolución de las regiones controladas por los separatistas bajo una situación no definida y atípica. Así, desde Minsk lo que el mundo espera es que una ventana a la cordura se abra y la posibilidad de un acuerdo negociado continúe conduciendo a la reducción real de fuerzas contrapuestas en Europa del Este, infortunadamente eso no ha ocurrido hasta el momento.
En eeste escenario y bajo estas consideraciones surge la necesidad de un movimiento racional y pragmático que haga más estable la seguridad tanto para Rusia como para sus vecinos. Solo así, eventos innecesarios y desgraciados como la guerra de Ucrania podrán evitarse. Sin embargo, lo cierto es que de momento eso parece una esperanza lejana de llevarse a cabo por lo que quienes se oponen a la agresión rusa necesitan prepararse para lo que podría ser una lucha larga y difícil que no debe estar exenta de diplomacia seria y madura como lo requieren estos tiempos turbulentos.
Lo que es claro es que el presidente Putin escogió una opción que encarna alto riesgo para Rusia. Por tanto, la pregunta no es quién ganará la guerra. Ucrania está saturada por el fuego de las fuerzas rusas. Pero como Estados Unidos aprendió en Irak y Afganistán “en cuanto a que el apoyo y la creación de una estructura política que derive en la construcción de un gobierno fuerte son dos cosas muy diferentes que demostraron ser una opción no siempre exitosa”; hoy la comunidad internacional se conduce en línea con esa experiencia fallida.
Para Rusia, la instalación de un régimen adicto capaz de controlar a la población civil y extendiendo su ocupación en Ucrania, sería enormemente costosa en todo sentido, más aún cuando la economía de Moscú deberá probar si tendrá la fortaleza de soportar las sanciones impuestas por occidente y las que se aplicarían en los próximos días.
Sin embargo, la decisión más difícil de los días por venir, probablemente dependerá de lo que suceda con el presidente ucraniano Volodimir Zelenski, que tendrá que decidir cómo librar la guerra y lo que ella le cueste para su propia supervivencia, la de su gobierno y por sobre todo para la seguridad del pueblo ucraniano. Su reto será la prudencia y las decisiones superadoras al llamado a resistir a cualquier costo.
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