Lo tiene a resguardo. Se lo encargó a su amigo, el dictador de Bielorrusia, Alexander Lukashenko, como uno hace con su mascota cuando se va de vacaciones. Vladimir Putin mantiene al ex presidente ucraniano Víktor Yanukóvich en Minsk, la capital bielorrusa, esperando a que lo necesite para cubrir las apariencias y devolverlo al poder si es que realmente logra derrocar al gobierno de Kiev. Sería un gobierno títere en manos del hombre más odiado de Ucrania.
Ukrayinska Pravda, una publicación independiente en línea, citó a un funcionario de la inteligencia ucraniana diciendo que Yanukovich, que ha estado viviendo en el exilio en Rusia desde que huyó en 2014 por las protestas populares, se encuentra a la espera de que las tropas rusas tomen Kiev y Putin lo declare el nuevo presidente del país. Un rumor que está circulando desde hace días en todas las capitales europeas y Washington. Para entender cabalmente la locura de esta movida político-militar sugiero conectarse inmediatamente algún dispositivo y ver el documental “Winter On Fire: Ukraine’s Fight for Freedom” (https://www.youtube.com/watch?v=jNJSX5hXJq4)
Yanukóvich, tiene 72 años y fue presidente de Ucrania desde 2010 hasta que fue destituido en febrero de 2014 por las protestas generalizadas del Euromaidán, tres meses de la toma de la Maidan Nezalezhnosti (Plaza de la Independencia) de Kiev. Las manifestaciones comenzaron el 21 de noviembre de 2013 cuando Yanukóvich, del pro-ruso Partido de las Regiones, decidió rechazar el acuerdo para que el país se alinee más estrechamente con la Unión Europea, con vistas a una futura adhesión al bloque, y aceptar en cambio un paquete de rescate financiero ruso y unos lazos más estrechos con Moscú. Cientos de miles de personas salieron a las calles a repudiar al ya desprestigiado Yanukóvich, que como todo dictador sólo supo responder con la violencia de las fuerzas especiales y matones que sacó de la cárcel e importó de Rusia.
Antes de esta decisión, Yanukóvich había perdido cualquier prestigio bajo las acusaciones de una corrupción extendida por todo su gobierno. Transparency International lo puso en los primeros puestos de su lista de líderes corruptos de ese momento. Su hijo, Oleksandr Yanukóvich, otros miembros de su extensa familia y sus amigos pasaron de la modestia a la opulencia a una velocidad de lince. Por supuesto, él se llevó la mayor tajada.
A pesar de haber sido un empleado medio y funcionario público durante toda su vida, de pronto, Yanukóvich pasó a tener una vida de Zar. Su fastuosa dacha en las afueras de Kiev, llamada Mezhyhirya, estaba constituida por una gigantesca mansión de madera con techo de cobre puro, un zoológico privado, un campo de tiro subterráneo, pistas de tenis, otra de bowling y un campo de golf de 18 hoyos.
Había nacido en el óblast de Donetsk, en la región de Donbás, de mayoría rusófona, en una familia golpeada por la guerra y muy escasos recursos. Yanukóvich fue un oscuro funcionario comunista hasta que con la independencia ucraniana llegó a ser gerente de una empresa de camiones y transportes. Conservó sus contactos políticos con sus camaradas quienes lo nombraron primero vicepresidente y luego jefe del gobierno regional de la provincia de Donetsk en 1996 y 1997. Decían, entonces, que era un buen administrador, pero su verdadera ventaja era que tenía el apoyo –y el dinero- del Kremlin.
El entonces presidente ucraniano, Leonid Kuchma, lo incorporó a su gabinete y lo nombró primer ministro en 2002. Fue confirmado por la Rada Suprema, el parlamento, por muy escaso margen de votos. Los diputados se sucedieron en la sesión para enumerar sus antecedentes pro-rusos, pero él juró que no era así y que era partidario de que Ucrania acabara entrando en la Unión Europea (EU). Una de las primeras medidas que tomó fue enviar soldados ucranianos para apoyar a la coalición liderada por Estados Unidos en la guerra de Irak de 2003, aunque se había manifestado en contra de que Ucrania buscara el ingreso en la OTAN.
En 2003, Yanukóvich se presentó como candidato a las elecciones presidenciales. Obtuvo gran parte de su apoyo de las zonas del sur y el este de Ucrania, tradicionalmente consideradas más pro-rusas. En la primera vuelta, a finales de octubre, ningún candidato superó el umbral del 50% para ser elegido, por lo que se celebró una segunda vuelta un mes después. Ganó Yanukóvich entre medio de las acusaciones generalizadas de fraude presentadas tanto por grupos de la sociedad civil ucraniana como por observadores electorales internacionales.
Fue cuando estalló la Revolución Naranja. Protestas sostenidas, desobediencia civil y huelgas generales en las que los manifestantes se identificaban con el color anaranjado que había sido el usado por la campaña de Viktor Yuschenko, el rival pro-europeo de Yanukóvich. El Tribunal Supremo de Ucrania declaró nulas las elecciones y ordenó nuevos comicios para fines de diciembre de 2004.
Ganó Yuschenko y Yanukóvich se tuvo que retirar a un modesto asiento en la Rada. Dijo que era para evitar más violencia política. Se convirtió en el azote del gobierno de coalición que encabezaba la entonces primera ministra Yulia Timoshenko. También se sacó la careta y directamente firmó un acuerdo de amplia cooperación entre su partido el de Putin, Rusia Unida.
Yuschenko tuvo que soportar la ira de Putin. Primero sufrió un intento de asesinato y después fue envenenado con TCDD, la toxina más contaminante que existe. Una investigación internacional determinó que había sido sintetizada en un laboratorio de Moscú. Le deformó la cara cuyo color viró al azul. Parecía una mala película de espías. En el Kremlin decían que no se metían en asuntos internos ucranianos.
En 2009, Yanukóvich volvió a presentarse a la presidencia de Ucrania, derrotando a Timoshenko en la segunda vuelta de febrero de 2010. Inicialmente, Yanukóvich dijo que la integración de Ucrania en la UE era el “objetivo estratégico” del país, pero también sostenía que el país no debía entrar en la OTAN y que debía buscar una posición neutral entre la OTAN y Rusia. Putin también lo presionó para que entregara todo el aparato nuclear –civil y militar- que le había quedado a Ucrania tras el colapso de la Unión Soviética. Yanukóvich anunció que el país renunciaba a sus reservas de uranio altamente enriquecido y que convertiría sus reactores nucleares para que funcionaran únicamente con combustible de uranio de uso civil. Ambas medidas fueron aclamadas internacionalmente como pasos positivos en la no proliferación nuclear.
Al mismo tiempo, Yanukóvich aceptó prorrogar el contrato de alquiler de las bases navales rusas en Crimea, que expiraba en 2017, por 25 años con una opción de renovación de cinco años más. A cambio, Ucrania También tuvo tiempo de perseguir a Timoshenko, la rubia premier de las trenzas atadas a la usanza de las antiguas mamushkas ucranianas. Fue condenada a siete años de prisión en 2011 por cargos de supuesta corrupción. Incluso, se negó a indultarla o a ponerla en libertad por motivos humanitarios para que recibiera tratamiento médico en Alemania por una grave dolencia en su espalda. Finalmente fue liberada en 2014 tras la destitución de Yanukóvich.
En noviembre de 2013, Yanukóvich debía viajar a Vilinius (Lituania) para asistir a una cumbre con la UE en la que se esperaba que firmara un acuerdo que habría establecido un marco para la relación de Ucrania con el bloque europeo, incluyendo condiciones comerciales preferenciales. El acuerdo habría colocado a Ucrania en una senda clara para su eventual adhesión a la UE. Ahora era Yanukóvich el que enfurecía a Putin. Le cortó el suministro de energía al país y bloqueó casi todas las importaciones de Ucrania. También amenazó públicamente con llevar a Ucrania al default de su deuda soberana si seguía adelante con el acuerdo comercial con la UE.
El 21 de noviembre, Yanukóvich sucumbió a esta presión y cambió repentinamente de rumbo, diciendo que no firmaría el acuerdo de alineación con la UE, aunque seguía siendo partidario de una eventual adhesión de Ucrania a la unión. En su lugar, aceptaría un paquete de ayuda financiera rusa para hacer frente a las obligaciones de la deuda del país. Fue cuando se hartó el pueblo y desencadenó las protestas del Maidan. Los manifestantes acamparon en la Plaza de la Independencia de Kiev y anunciaron que se quedarían ahí hasta que Yanukóvich firmara el acuerdo con la UE, liberara a los manifestantes encarcelados, liberalizara la Constitución y, por último, renunciara. Las fuerzas especiales de la policía atacaron brutalmente, dejando heridos por todo el centro de Kiev. La violencia se intensificó a partir del 16 de enero de 2014, cuando Yanukóvich promulgó una serie de restricciones draconianas a la libertad de expresión y de reunión. Los manifestantes ocuparon edificios de la administración provincial en toda Ucrania y las protestas siguieron creciendo, incluso en las zonas ruso parlantes del Este.
A mediados de febrero, ya había oficialmente 29 manifestantes y siete policías muertos y miles de heridos. El 21 de febrero, Yanukóvich salió a decir que había alcanzado un incierto acuerdo con la oposición política que fue rechazado por la gente en la plaza. Ya no podía sostenerse en el poder. Huyó de Kiev. El auto en que viajaba fue tiroteado, pero logró llegar a la frontera con Rusia y a partir de allí quedó bajo la protección de Putin.
Al día siguiente, el Parlamento ucraniano votó su destitución formal. Meses después, el organismo emitió una orden de arresto contra él, acusándolo de ser responsable de “la matanza masiva de civiles.” En enero de 2019, un tribunal ucraniano lo condenó en ausencia a 13 años de prisión por traición. Desde Moscú, Yanukóvich concedió varias entrevistas en las que repitió que seguía siendo “el jefe legítimo del Estado ucraniano elegido en una votación libre por los ciudadanos ucranianos.”
Este es el hombre que Putin quiere devolver al poder y convertirlo en el jefe del gobierno títere que cumpla con sus órdenes para devolver a Ucrania al “patio trasero” de la órbita rusa.
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