La invasión rusa de Ucrania no parece lo rápida y sencilla que el Kremlin vaticinaba. Hasta el momento, las fuerzas del dictador ruso no han logrado controlar ninguna ciudad completa del país, el presidente Volodymyr Zelensky se vuelve cada segundo más popular dentro y fuera de Ucrania y el coordinado accionar de las potencias occidentales pusieron en jaque el sistema financiero ruso.
En vez de recular, Vladimir Putin redobló la apuesta y anucnió que había puesto sus fuerzas de disuasión nuclear en alerta máxima, atribuyendo la medida a las “declaraciones agresivas” de Occidente contra Rusia. La Casa Blanca, como era de esperar, calificó la orden como un ejemplo de “fabricación de amenazas que no existen”.
La Unión Europea, por su parte, experimenta una inédita unidad de pensamiento e informó que cerrará el espacio aéreo a los aviones rusos y financiará la compra de armas a Ucrania, mientras varias naciones, entre ellas Estados Unidos, prometen bloquear el acceso del Kremlin a sus cuantiosas reservas de divisas en Occidente y cortar el acceso de algunos bancos rusos al sistema de mensajería financiera SWIFT. Estas sanciones, según informa The Washington Post, se produjeron tras una emotiva llamada de Zelensky, en la que suplicaba ayuda.
Según el análisis de The Economist, Putin cometió tres errores que lo pusieron en la situación más incómoda de su vida.
En su artículo “La amenaza nuclear de Vladimir Putin muestra lo mal que le va en Ucrania” asegura que el primer error fue subestimar a su enemigo: “Tal vez creyó en su propia propaganda: que Ucrania no es un país real, sino una falsificación erigida por la CIA y dirigida por sinvergüenzas que son despreciados por el pueblo que gobiernan. Si esperaba que Ucrania se derrumbara a la primera demostración de fuerza rusa, no podía estar más equivocado”.
El segundo error de Putin, apunta, fue gestionar mal sus propias fuerzas armadas. “Quiere instalar la idea de que Rusia no está en guerra, sino en lo que llama una operación de desnazificación” pero sólo logró confundir a los soldados, que esperaban ser recibidos como liberadores y se encontraron con una aguerrida resitencia militar y civil. “Si muchas de sus tropas mueren en el intento de aplastar ciudades ucranianas, como es probable, no podrá encubrirlo en casa”, adelanta.
Y su tercer error fue subestimar a Occidente. Una vez más, tal vez creyó que las potencias occidentales no podrían coordinar una respuesta. “Como dictador al que le cuesta entender que la fe de la gente en la democracia es genuina, es casi seguro que se ha visto sorprendido por la oleada de apoyo popular a Ucrania, el apoyo que ve a los londinenses ponerse de pie al son del himno ucraniano y a la Puerta de Brandenburgo en Berlín iluminada con el azul y el oro de la bandera ucraniana”, asegura.
Asegura que inspirados por la valentía ucraniana y urgidos por sus propios ciudadanos, los gobiernos occidentales se decidieron a contraatacar de manera contundente: acordaron sanciones realmente fuertes contra el banco central de Rusia y su sistema financiero y con sus medidas podrían bloquear el acceso a las reservas del país y socavar sus bancos.
Cegado por su propia ira, Putin agita la carta nuclear y logra unificar más aún al mundo en su contra mientras la élite de su país está horrorizada -y empobrecida- por su accionar.
“Cuanto peor vayan sus planes en Ucrania, antes empezarán a aparecer las grietas en su régimen y el pueblo ruso saldrá más a la calle. En su intento mantenerse en el Kremlin, Putin puede verse obligado a imponer un terror de una severidad que Rusia no ha visto en décadas”.
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