Las investigaciones de un grupo de fiscales de Milán (norte) conocidas como “Manos Limpias” (Mani Pulite, en italiano), que acabaron con toda la clase dirigente de Italia al destapar una corrupción política generalizada, cumplen 30 años, aunque esa histórica lucha judicial, que contó con un enorme respaldo popular, no pudo acabar con un problema endémico de la sociedad italiana.
El arresto el 17 de febrero de 1992 de Mario Chiesa, un político socialista que gestionaba una residencia de ancianos, mientras se embolsaba un soborno, fue el pistoletazo de salida de un terremoto judicial que, a partir de esa momento, se extendería poco a poco por todo el país, afectando a centenares de políticos y empresarios.
Los fiscales de “Manos Limpias”, encabezados por Antonio di Pietro, destaparon “Tangentópolis” (la ciudad de los sobornos), sacando a la luz un entramado en el que los políticos recibían importantes pagos a cambio de ayudar a los empresarios a conseguir contratos públicos, obras y subvenciones estatales y del que el líder socialista Bettino Craxi fue su mayor exponente.
COMO UN CASTILLO DE NAIPES
“Fue un punto de inflexión que marcó el colapso del sistema de partidos” sobre el que estaba construido el país, explica a Efe Alberto Vanucci, profesor del departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de Pisa, durante un simposio sobre los 30 años de “Manos Limpias”.
Las investigaciones llevadas a cabo entre 1992 y 1994 por Di Pietro, junto a otros fiscales como Gehrardo Colombo o Ilda Boccassini, coordinados por Francesco Borrelli, pusieron fin a la llamada I república italiana, en la que la Democracia Cristiana (DC) y el Partido Socialista (PSI) habían acumulado el máximo poder y parecían intocables.
“La corrupción había llegado a ser crucial para el mantenimiento de esos partidos hasta corroerlos por dentro porque, aunque parecían enormes, potentes, capaces de movilizar grandes masas de militantes, en realidad estaban vacíos”, según Vanucci.
Los partidos usaban “un mecanismo muy sofisticado y preciso” de pago de los empresarios “que se enriquecieron enormemente” en sus relaciones con la Administración pública, con “porcentajes, cajeros, sobornos” que luego se repartían: la corrupción “aseguraba un orden que todos respetaban porque de él se beneficiaban todos”.
Los devastadores efectos de las investigaciones y los juicios, presentes a todas horas en la televisión, se dejaron notar cuando los partidos no pudieron seguir protegiendo con la “omertá” (silencio) a sus miembros y el sistema cayó “como un castillo de naipes”, con partidos centenarios, como el PSI, o tan poderosos como la DC despareciendo del mapa político en unos pocos meses.
LA MEMORIA HISTÓRICA ES ESQUIZOFRÉNICA
“La primera vez que recibí dinero fue en 1974″, dijo este jueves al diario “Repubblica” Chiesa, que cinco días después de su detención decidió “tirar de la manta” y desvelar todos los entresijos de la corrupción sistémica, después de que un pequeño empresario, Luca Magni, cansado de pagar durante años el 10 por ciento de sus ingresos para obtener contratos públicos, actuase como “cebo”.
En diciembre de 1992, Craxi, que negó la corrupción del PSI y definió a Chiesa como “un ladrón aislado”, recibió la primera de muchas notificaciones judiciales, solo dos meses después del suicidio del diputado Sergio Moroni, muy próximo a él.
Poco más de un año después, el líder socialista dimitió y en 1994 huyó a Túnez, donde murió en 2000.
En medio de una grave crisis económica, que hacía mucho más intolerable la corrupción, la sociedad salió en masa a apoyar a los fiscales, convertidos en héroes: “‘Manos Limpias’ no fue solo una investigación, sino también decenas, cientos de manifestaciones a menudo espontáneas que acompañaban las acciones judiciales”, enfatiza Vanucci.
“La memoria histórica sobre ‘Manos Limpias’ es esquizofrénica: para algunos fue una especie de golpe judicial, con el que magistrados condicionados ideológicamente cancelaron los partidos, que eran los que tenían la legitimidad democrática, mientras que para otros fue una revolución civil que permitió limpiar una sociedad política corrupta”.
LA SERPIENTE QUE CAMBIA DE PIEL
La herencia de “Manos Limpias” es también esa dualidad, esa división profunda que pudo verse ya entonces porque, como los mismos fiscales explicaron, “las energía de las investigaciones empezó a debilitarse cuando llegaron al mundo profesional, cuando bajó de nivel, porque en la sociedad italiana hay zonas de legalidad difusa, economía sumergida, evasión fiscal, para las cuales era fácil echar la culpa a la política y no asumir su propia responsabilidad”.
“En lo profundo los valores no han cambiado, pero hay señales positivas, mayor conciencia, mayor atención, una autoridad anticorrupción”, aunque la corrupción continúa, se ha adaptado, “cambiando de piel como las serpientes”.
Ya no hay un control centralizado por los partidos, sino “formas más difuminadas”, como la financiación indirecta a las fuerzas políticas o los grupos de presión, que se crean para condicionar las reglas: “ya no hace falta corromper, porque las normas se pliegan a los intereses de los corruptores”.
Para Vanucci, la vía más eficaz para combatir la corrupción nos la represión judicial, “sino invertir en la cultura, la educación, la investigación, aspectos que permiten tener una población informada y participativa, una ciudadanía activa, puede dirigir la política hacia el bien común”.
Por Marta Rullán-EFE
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