Santiago, el parricida de la PlayStation, fotografió los cadáveres de sus padres, se hizo pasar por ellos durante tres días y se dedicó a jugar con la videoconsola desde que cometió los crímenes hasta el día de su detención.
Cada detalle que trasciende del triple crimen de Elche (Alicante) es más estremecedor. Hoy la escena está más clara. El rompecabezas se va armando y el resultado es escalofriante. Tanto como la frialdad que la Policía dice que Santiago, de 15 años, mostró al relatar con todo detalle lo sucedido.
La tarde del martes 8 de febrero, Santiago y su madre discutieron. Ella le dijo: “Eres un vago, ya está bien”. Encarnación, de 52 años, estaba enojada por las calificaciones escolares de su hijo, un buen estudiante que había bajado el rendimiento en los últimos meses. “A partir de ahora vas a trabajar al bancal [al campo] con tu padre”, continuó la mujer. Y tomó medidas: prohibido acceder al wifi ni usar el ordenador ni jugar con la PlayStation.
El parricida subió a su habitación. Tras meditar un rato, decidió buscar la escopeta de caza de su padre. Y desató su ira. Primero disparó contra la madre. Un tiro por la espalda y otro para rematarla. Después salió detrás de su hermano, Gonzalo, de 10 años, que trataba de escapar. Dos tiros mortales. Lo mató por temor a que lo “delatara”, dijo. Después llevó los dos cadáveres al cobertizo que hay junto a la casa.
Esperó. Cuatro, cinco horas hasta que llegó su padre, que estaba trabajando. Al oír el motor del coche, Santiago se parapetó tras la puerta de cocina. Cuando Jaime, de 50 años, entró, Santiago le disparó. El tiro impactó contra la mandíbula. El hombre quedó malherido, pero alcanzó a su hijo y le arrebató el arma, la dejó en el pasillo y se dirigió hacia el baño. “Pero, ¿qué has hecho?”, le dijo Jaime a Santiago. El joven volvió a agarrar la escopeta y le disparó dos veces al padre, que quedó tendido sobre el suelo del aseo. Lo mató porque sabía “que se iba a enfadar [enojar]”, explicó tras ser detenido.
A partir de ahí, Santiago empezó a construir una gran mentira, un universo paralelo en el que ocultarse. Tomó el teléfono móvil de su padre y envió un mensaje de WhatsApp al jefe. Para decirle que tenía Covid y que no iba a ir a trabajar al día siguiente. Después trasladó el cadáver al cobertizo, con los otros dos.
Limpió la escena de los crímenes
Santiago regresó a la casa y se puso a limpiar. Cuentan los investigadores que lo hizo durante horas, que después se duchó, se preparó la cena y se encerró en su cuarto para jugar con la PlayStation.
Los días pasaron y Santiago entonces volvió a suplantar la identidad de su padre y de su madre. Contestaba los mensajes haciéndose pasar por ellos. El jefe de Jaime insistía en que debía llevar la baja -el parte médico que justifica que está enfermo- y el chico respondía que aún no había recibido los resultados de la PCR. A través del teléfono, el chico era el padre. O la madre. Según correspondiera en cada caso, en cada mensaje.
El parricida se hizo pasar, también, por un adulto y llamó al Instituto -el centro escolar donde cursaba bachillerato- para decir que iba a faltar a clase porque se había contagiado de coronavirus.
Contestaba, asimismo, a los mensajes que su tía le mandaba a su hermana, la madre asesinada. La tía, impaciente porque Encarnación no respondía al teléfono, decidió al fin, el viernes 11 de febrero, acercarse hasta la casa. Fue con una amiga. Algunas fuentes aseguran que era otra de sus tías. Habían pasado tres días desde los crímenes.
El chico vio a las dos mujeres al otro lado de la valla que separa la casa de la calle. Se cercó y las mujeres le preguntaron por sus padres. Santiago respondió: “No los molestéis, están durmiendo”.
La respuesta tuvo su réplica: las mujeres lo amenazaron con llamar a la Policía. Santiago volvió entonces al interior de la casa, agarró el móvil de su padre y se acercó a su tía. “Mira, los he matado. He matado al papá, a la mamá y a mi hermano”, dijo enseñándoles la fotografía de los cadáveres a las dos mujeres.
Santiago fue detenido. Llevaba sobre la ropa un delantal de su padre. Los agentes le dijeron que si se quería cambiar, si quería ponerse su ropa. Dijo que no. Prefería llevar la prenda del papá.
En comisaría los responsables del interrogatorio le fueron soltando una pregunta tras otra y él no eludió respuesta alguna. Dio todo los detalles que le pidieron. Con absoluta coherencia y frialdad. Como si estuviera en una realidad paralela. Era consciente de lo que había hecho. Y de lo que iba a pasar: sería internado en un centro de menores. En régimen cerrado.
Santiago será juzgado de acuerdo a la Ley del Menor. En adolescentes de entre 14 y 16 años el delito prescribe a los cinco años. Después, se verá.
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