La robotización avanza de la fábrica a la oficina. Es lo que afirma en su libro Lucía Velasco, economista especializada en tecnología e innovación, y que con 39 años ya acumula una vasta experiencia en la gestión pública, trabajando en el Ministerio de Asuntos Económicos y Transformación Digital de España, en el Congreso y en la Comisión Europea. Actualmente, es la directora del Observatorio Nacional de Tecnología y Sociedad (ONTSI) español.
“¿Te va a sustituir un algoritmo? El futuro del trabajo en España” (Editorial Turner) es una de las primeras aproximaciones teóricas para comprender la nueva realidad que parece haberse impuesto en nuestras vidas con la pandemia. Algunos hablan de digitalización forzada, y tiene sentido la connotación negativa de esa frase y del título del libro de Velasco: en menos de dos años cambió radicalmente la forma en la que trabajamos —no hay señales de que esto vaya a revertirse—y, en general, la forma en la que vivimos.
De acuerdo con Velasco, los algoritmos se han convertido en la amenaza más reciente que enfrentan los llamados trabajadores de cuello blanco, ya que en algunos países, como los Estados Unidos, están a cargo hasta de la selección de personal. Así, en algunas oficinas de Recursos Humanos los algoritmos establecen filtros para detectar palabras, expresiones faciales, el tono de voz y la pronunciación.
En una entrevista con Infobae, la experta compartió alguna de sus preocupaciones y alertó sobre las nuevas divisiones sociales que podría tener aparejada la introducción de la automatización sin controles, debates ni reflexión.
—Cuando se empezó a hablar de la introducción de los robots en el mercado laboral se decía que esto no necesariamente iba a significar la pérdida de puestos de trabajo. Se trataba de liberar a las personas de las actividades repetitivas para que puedan dedicarse a otras tareas, más estimulantes, más creativas, etcétera. ¿Nos mintieron?
—No creo que nadie que supiera realmente sobre el tema dijera algo así. Aquellos que afirman con ligereza que nada va a cambiar y que esto es un juego de suma cero se equivocan. Vamos a tener que enfrentarnos a los cambios y es mejor hacerlo conociendo la realidad, estando preparados. Debemos controlar este proceso para que efectivamente podamos dedicarnos a las tareas que aportan más valor y que nos gustan más, en vez de acabar trabajando para los algoritmos como ya sucede en algunas apps.
—¿Deberíamos oponernos a la digitalización? ¿No se trata de una batalla perdida, en todo caso?
—Yo no me opongo en absoluto a la digitalización, pero creo que debe hacerse al ritmo que nosotros queramos, aquel que podamos ser capaces de asimilar. La digitalización tiene que servir para que seamos más libres y vivamos mejor; no para esclavizarnos, estar todo el día trabajando y perder nuestra privacidad.
—El teletrabajo es otra de las consecuencias de la pandemia. Le pregunto: ¿cuáles son los principales desafíos que trajo aparejado y qué problemáticas o dificultades dejó en evidencia?
—Recientemente la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y la Organización Mundial de la Salud (OMS) publicaron un estudio alertando de la importancia de establecer el teletrabajo de forma que proteja a los trabajadores. Sabemos que trabajar de forma remota tiene numerosas bondades, como un mejor equilibrio entre la vida personal y profesional (teóricamente), el menor tráfico en las ciudades, la menor contaminación, menor estrés, mejor alimentación y, si todo lo anterior se cumple, una mejora del bienestar. Sin embargo, sin una correcta gestión también puede producir aislamiento, agotamiento, depresión, violencia doméstica, contracturas, fatiga ocular, más tabaquismo y más alcoholismo.
—Entre los aspectos negativos o riesgosos del teletrabajo, usted frecuentemente menciona un fenómeno nuevo, que es el techo zoom. ¿De qué se trata?
—El techo zoom es un fenómeno en la línea del techo de cristal, y que parece ser el último hit en materia de discriminación. Podría resumirse en una frase: ojos que no ven, corazón que no siente. Es decir, si estás teletrabajando no se te ve tanto y aparecen los sesgos de proximidad mediante los cuales las promociones las reciben aquellas personas a las que los jefes ven más. Y sí, afecta más a las mujeres, que somos las que pedimos más teletrabajar, generalmente para ocuparnos de las tareas del hogar. Sorpresa.
—En relación a esto, ¿cómo describirías la relación entre la revolución tecnológica y las mujeres? ¿También hay brecha de género en ese ámbito?
—Las mujeres no estamos participando de la revolución digital, ni en su diseño ni en sus ventajas. Somos el 20% en el ámbito digital, casi en cualquier dimensión, desde las emprendedoras, las técnicas, las directivas o las estudiantes de carreras técnicas. No nos lo podemos permitir.
—La digitalización ha abierto brechas, que quizás no son nuevas, pero que se han profundizado y que quizás en los países latinoamericanos tienen aún mayor relevancia. ¿La brecha generacional es una de esas?
—Sin duda las personas más mayores tienen menos competencias digitales y no podemos obligarlas a ser digitales si no quieren. Nuestra obligación, en cambio, es facilitarles la vida y ayudarlas a que sepan manejarse en este universo digitalizado, pero también hay que preservar la posibilidad de hablar con humanos si fuera necesario, por ejemplo en los bancos o en la atención telefónica de muchos servicios esenciales.
—Sobre esto último, recientemente dijo que la nueva gran brecha será entre los que puedan darse el lujo de ser atendidos por una persona y el resto de la sociedad, que tendremos que conformarnos con sistemas automáticos y chatbots. ¿Es una cuestión de dinero?
—A este paso lo va a terminar siendo. La brecha entre los que se chocan contra un sistema automático, que no les entiende ni escucha y los que reciben una atención personalizada y sienten que son valorados y que merecen el tiempo de un ser humano. Solamente porque tienen dinero, obviamente.
—¿La digitalización genera brechas también en el mercado laboral?
—Sí, en ese ámbito se empieza a observar un distanciamiento entre aquellas personas que pueden teletrabajar, acceder a mejores salarios y a mejores condiciones contractuales y los que se ven abocados a trabajos manuales, físicos, más expuestos y con peores contratos, prácticamente sin protección. Y yo creo que no podemos permitir que esto sucede, es un riesgo para la convivencia y la democracia.
—¿Cómo se vincula el proceso de la digitalización con los derechos y la seguridad laboral?
—Sí, debemos trabajar para que la protección esté asociada a las personas trabajadoras y no a los puestos de trabajo, o a los tipos de contrato en concreto. También hay que potenciar la presencia de los sindicatos y los defensores de los derechos de los trabajadores en el entorno digital para que no se conviertan en ciudadanos de segunda. A nivel europeo, por ejemplo, ya se está finalizando una regulación específica para las personas trabajadoras de plataformas.
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