Cuando era niña, en las vacaciones de verano de Cornualles (Inglaterra) en la década de 1960, Tracey Williams solía recorrer las playas en busca de conchas y bolsas de sirena, (tripas de huevos, algunas pertenecientes a tiburones).
La alegría de reconstruir la historia y el viaje de los frijoles marinos o las etiquetas de trampas para langostas de los EEUU ayudó a que caminar por la playa se convirtiera en un pasatiempo para toda la vida.
El 13 de febrero de 1997, el buque de carga Tokio Express, con destino a Nueva York, fue arrastrado por una fuerte tormenta a 32 km de la costa de Land’s End. Sesenta y dos de sus contenedores cayeron al agua, incluido uno que contenía casi cinco millones de piezas de Lego. Coincidentemente, muchos de esas eran piezas con temática marina, incluidas 54.000 piezas de pastos marinos, 97.500 tanques de buceo y 352.000 pares de aletas.
Llegaron a las costas alrededor de Devon y Cornwall, capturando la imaginación de adultos y niños por igual. Comenzaron las búsquedas de juguetes “escurridizos” como el dragón verde de Lego: solo había 514 para encontrar, en comparación con 33,427 versiones negras. El “santo grial” era el pulpo negro. Había 4.200 de ellos, pero a diferencia de sus parientes de colores primarios, los pulpos se camuflaban fácilmente. Williams encontró una pieza por primera vez en 1997 y la segunda 18 años después. Ella cree que su primer descubrimiento de Lego fue un pequeño chaleco salvavidas amarillo, uno de los 26,600, en Devon.
Cuando Williams, que solía trabajar en relaciones con los medios y ahora está semijubilada, se mudó a la costa norte de Cornualles en 2010, se sorprendió al encontrar piezas de Lego del derrame en su primera visita a la playa. “Realmente lo había olvidado por completo”, dice. “Pero pensé que era increíble, que todavía están apareciendo todos estos años después”.
Desde 2013, ha documentado algunos de los montones de piezas que ha encontrado a través de sus cuentas de redes sociales (Lego Lost at Sea). Ahora las piezas, sus viajes y la escala de contaminación plástica que está degradando los océanos son el tema de su libro: “A la deriva”.
“No tiene nada de glamoroso”, dice Williams en una entrevista con iNews. “Globos, botellas, cepillos de dientes, cartuchos de impresora, aparejos de pesca, jeringas, desechos médicos, mercancías de derrames de carga. Para mí, las imágenes son como un diario en línea, un registro de los objetos que he encontrado. Me interesan las historias detrás de ellos, cómo terminaron en el mar y qué se podría haber hecho para evitar que eso sucediera”.
Caminar por la playa para Williams es impactante: “Es una mezcla de emoción y luego una especie de horror por la cantidad de plástico. Pero a veces también encuentras cosas interesantes entre ellos, como las alubias que han viajado miles de kilómetros”.
Un pulpo de Lego apareció en Texas, mientras que las aletas y las flores llegaron a Australia, pero es difícil saber si provienen del derrame de 1997.
Para explorar los viajes de las piezas distintivas de los juguetes y el plástico oceánico en general, Williams planea trabajar en un artículo científico sobre el lecho marino y sus corrientes.
“Realmente nunca escuchas sobre todo el plástico que se hunde en el fondo del mar, cuánto dura y qué le sucede”, dice. “Algunos de los Lego que flotaban se habían desplazado cientos de millas en la superficie del mar, llevados por las corrientes oceánicas. Hoy en día, los pescadores todavía están recogiendo de sus redes piezas de Lego que se hundieron a 20 millas de la costa de Cornualles, hace 25 años. Y algunos de los Lego que cayeron al fondo del mar hace tantos años ahora están llegando gradualmente a tierra, arrastrados por las corrientes del fondo marino”.
Williams describe a las piezas de Lego, que está guardando para una futura exhibición, como “artefactos arqueológicos” contemporáneos. Otros hallazgos no califican para tal título.
“Tratamos de reciclar todo lo que podemos”, explica. “En este momento tengo sacos basureros llenos de ropa vieja y toallas y alfombras que se han lavado con las algas marinas del fondo del mar”.
Caminar con la cabeza gacha se ha vuelto para Williams en un estilo de vida. Gracias a esto espera despertar conciencia por la salud de los océanos y tratar de contribuir a no arrojar tanto plástico al mar. Igualmente, de tanto en tanto, disfruta encontrar otro lego más de esos que lleva una vida recolectando.
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