Los famosos “oligarcas rusos” que construyeron sus fortunas a la sombra de Vladimir Putin, están nuevamente en la mira del Departamento del Tesoro estadounidense y el Chancellor de Downing Street británico. Si Rusia invade Ucrania –tiene 127.000 soldados desplegados en la frontera y listos para atacar- recibirán duras sanciones económicas. Así lo determinaron el presidente Joe Biden y el primer ministro Boris Johnson como represalia a la acción rusa: sin intervenir directamente, golpear a Putin y su entorno donde más le duele. Algo que deja a estos “hombres de negocios” en el dilema de “morir con las botas puestas” junto al líder que les permitió hacerse ricos o resguardar sus fortunas y alejarse del poder en Moscú.
La concepción soviética de un oligarca es la de un rico o, más precisamente, un burgués, que debe su fortuna a la explotación de los trabajadores y a la complicidad con el capital extranjero que saquea las riquezas nacionales de los países pobres. Estas personas constituyen el 0.001% de los adultos de Rusia que poseen más riqueza que el 99.8% restante. Este dato se traduce en 500 personas con más dinero que sus 114.6 millones de compatriotas. Todos ellos pertenecen a ese “círculo rojo” creado alrededor de Putin, con un “toma y daca” permanente del dinero que acumulan. El presidente les concede los mejores negocios del aparato estatal y los oligarcas lo lavan e invierten retornando una parte o el total.
Uno de los primeros en utilizar la expresión “oligarcas rusos” fue el empresario Boris Berezovsky, en los 90, en una entrevista con el Financial Times. Gracias a la amistad con Boris Yeltsin, Berezovsky se convirtió en uno de los magnates más poderosos de Rusia, controlando antiguos emporios estatales como la fábrica de automóviles Lada y la línea de vuelos Aeroflot, además de otros negocios en los sectores bancarios, energéticos y de las comunicaciones. Como otros empresarios cercanos a Yeltsin –Mijail Jodorkovsky, Vladimir Gusinsky, Alexander Smolensky o Vladimir Vinogradov–, que acabaron en la quiebra, exiliados o asesinados, bajo los primeros gobiernos de Vladimir Putin, Berezovsky apareció muerto en su apartamento de Londres en 2013.
Muy pocos de los magnates de Yeltsin sobrevivieron a la era Putin, pero los que lo hicieron, como el potentado del níquel Vladimir Potanin, Mijaíl Fridman o Piotr Aven, dueños, estos dos últimos, de Alfa Bank y la petrolera TNK, ya eran para mediados de esta década algunos de los hombres más ricos de Rusia. Según la revista Forbes, estos empresarios y otros, como Alisher Usmánov, magnate del gas y figura emblemática de la llamada “segunda generación de oligarcas”, acumularon fortunas de más de 17.000 millones de dólares. La consolidación del poder de Putin se basa, en buena medida, en la vertebración de una nueva clase empresarial que le es leal porque sabe lo que cuesta la traición. Mientras él mismo concentra decenas de miles de millones de dólares.
Los magnates rusos controlan sectores estratégicos de la economía del país, pero también funcionan como operadores de comercio, inversión y crédito en regiones de interés para Moscú o como agentes de influencia en las grandes capitales de Occidente. La llamada “trama rusa”, que reveló la investigación del fiscal especial Robert Mueller en Estados Unidos, mostró un nutrido grupo de esos empresarios, involucrados en la compra y venta de favores políticos en Washington, especialmente en sectores del conservadurismo republicano y el equipo de campaña de Donald Trump.
Algunos de los oligarcas ya sancionados por Estados Unidos, como Oleg Deripaska, se hicieron ricos al inicio del primer gobierno de Putin por medio de franquicias en la industria pesada, el gas, los aeropuertos y los servicios bancarios. Deripaska, zar del aluminio en Rusia, también cercano a Sergei Prikhodko, segundo al mando del ex primer ministro y actual vicepresidente del Consejo de Seguridad, Dimitri Medvedev, hizo negocios con Paul Manafort, jefe de campaña de Donald Trump en 2016. Junto con el comerciante de origen uzbeko Iksander Makhmudov, dueño de la Compañía Minera y Metalúrgica de los Urales, Deripaska fue investigado en Gran Bretaña y España por denuncias de lavado de dinero.
Si se revisan las listas de Forbes se encuentran decenas y decenas de nombres de magnates rusos que manejan miles de millones de dólares. Todos, en algún momento, estuvieron muy cerca de Putin. Exhiben fotos junto al presidente cada vez que pueden. Ninguno de ellos se ofende por aparecer en Forbes. Incluso, colaboran con las investigaciones de la famosa lista de la revista de negocios, aportando datos precisos sobre sus fortunas u ofreciendo información sobre sus labores de beneficencia y filantropía.
Otros oligarcas ya sancionados en 2018, como Victor Vekselberg y Aleksander Torshin, también tuvieron algún tipo de contacto con la campaña de Trump y el segundo está siendo investigado por un posible lavado de dinero a través de la National Rifle Association (NRA), que hizo cuantiosos aportes a las candidaturas de los republicanos para la presidencia o el congreso. Torshin mismo es donante de fondos y miembro vitalicio de la NRA.
Los denominados Panamá Papers también mostraron claramente que la fortuna de los oligarcas está íntimamente asociada a la de Putin y su familia. El rastro de los paraísos fiscales comienza en Panamá, pasa por Rusia, Suiza y Chipre, e incluye una estación de esquí privada en la que se casó la hija menor de Putin, Katerina, en 2013. En este caso, todo está centrado en el músico Sergei Roldugin, el mejor amigo de Putin. Roldugin presentó a Putin a la mujer con la que posteriormente se casó, Lyudmila, y es el padrino de la hija mayor de Putin, María.
Roldugin, reconocido ejecutor de cello, acumuló una fortuna que en los papeles legales superan los 100 millones de dólares y que en los reales sería casi 20 veces más. El íntimo de Putin tiene una participación del 12,5% en la mayor agencia de publicidad televisiva de Rusia, Video International, que tiene unos ingresos anuales de más de 800 millones de dólares. Roldugin también recibió en secreto una participación minoritaria en la fábrica de camiones Kamaz, que fabrica vehículos para el ejército, y tiene el 15% de una empresa registrada en Chipre llamada Raytar. También posee el 3,2% del Banco Rossiya. Esta institución privada de San Petersburgo es más conocida como el “banco de los amigos” de Putin. Estados Unidos le impuso sanciones tras la invasión rusa de Ucrania en 2014, pero continúa operando.
El banco está dirigido por Yuri Kovalchuk, el “banquero personal” de muchos altos funcionarios del gobierno ruso, incluido Putin. Los Papeles de Panamá revelan que Kovalchuk y el Banco Rossiya lograron la transferencia de al menos 1.000 millones de dólares a una entidad offshore especialmente creada, llamada Sandalwood Continental. Estos fondos procedían de una serie de enormes préstamos sin garantía del Banco Comercial Ruso (RCB), controlado por el Estado, situado en Chipre, y de otros bancos estatales. Parte del dinero obtenido del RCB también se prestó en Rusia a tipos de interés extremadamente altos, y los beneficios resultantes se desviaron a cuentas secretas en Suiza.
También se entregó dinero en efectivo directamente al círculo de Putin, esta vez en forma de préstamos muy baratos, concedidos sin ninguna garantía y con tipos de interés tan bajos como el 1%. En 2010 y 2011, Sandalwood concedió tres préstamos por valor de 11,3 millones de dólares a una empresa offshore llamada Ozon, propietaria de la lujosa estación de esquí de Igora, en la región de Leningrado. Ozon pertenece a Kovalchuk y a una empresa chipriota. Putin es el mecenas estrella de la estación y un reputado residente. Dieciocho meses después de los préstamos, el presidente utilizó Igora como lugar de celebración de la boda de Katerina. El novio, Kirill Shamalov, es hijo de otro viejo amigo de Putin en San Petersburgo. La noticia de la ceremonia, ocultada entonces, no salió a la luz hasta 2015. Para esa época, Sandalwood compró un yate de 6 millones de dólares y lo envió a un puerto cercano a San Petersburgo y fue utilizado para el transporte de los invitados al casamiento.
Y está “Londongrado” como bautizó el tradicional The Times a la capital británica donde viven cientos de los oligarcas y sus familias. En Gran Bretaña hay, al menos, 100.000 propiedades que pertenecen a entidades offshore. Transparency Internacional vinculó a miles de estas propiedades, valuadas en más de un billón de libras, como bienes de fortunas rusas “sospechosas”. La City londinense nunca preguntó por el origen de los fondos depositados en sus bancos y mucho menos cuando comenzaron a llegar los cargamentos desde Moscú. Así es como los oligarcas rusos compraban un “visado de oro” en Reino Unido.
Claro que Londres también se convirtió en el lugar de exilio preferido de los multimillonarios rusos que fueron cayendo en desgracia mientras Putin los reemplazaba por sus allegados. Pero hasta allí llegó la garra del duro oso moscovita. El envenenamiento con polonio radiactivo del espía Alexander Litvinenko, las muertes “misteriosas” de los empresarios Boris Berezovsky, Alexander Perepilichny y Badri Patarkatsishvili o el intento de asesinato en plena City del banquero German Gorbuntsov sirvieron de advertencia. Londongrado también se extendió hasta la apacible Salisbury, a 130 kilómetros, con la intoxicación con gas nervioso del ex espía Sergei Skripal y su hija Yulia.
Las autoridades británicas calculan que todos los años se blanquean en Londres fondos ilegales por valor de más de 100.000 millones de euros. “Estamos sin duda en la capital europea del lavado de dinero, con su vasto patrimonio de palacetes y mansiones como los que rodean Belgrave Square, conocida como La Plaza Roja en el callejero imaginario de Londongrado”, decía la crónica del Times. Allí, entre las flamantes embajadas, tiene casa el magnate del aluminio Oleg Deripaska, y también llegó a tener varios apartamentos el malogrado Berezovsky. A la vuelta de la esquina queda Chester Square, donde tiene su mansión Roman Abramovich, ex socio en el gigante del petróleo Sibneft de Berezovsky, con quien acabó peleándose en los tribunales mientras ascendía en la escala social como propietario del Chelsea FC. El tour de los oligarcas rusos, organizado desde hace dos años por exiliados políticos próximos a Alexei Navalny, líder del Partido del Progreso, recorre las fachadas blancas del barrio del Belgravia, pasa junto a la embajada rusa en Kensington Palace Gardens (la calle más cara de Londres) y enfila hacia Highgate, donde se encuentra la mansión de Witanhurst, adquirida en el 2008 por 60 millones de euros por una compañía offshore vinculada a la familia del oligarca Andrei Guriev, el rey de los fosfatos.
Y, por supuesto, todos estos personajes también construyen poder en las islas a través de sus relaciones con la política británica y el dinero que colocan en las campañas. Lubov Chernukhin, esposa del ex ministro de finanzas de Putin, Vladimir Chernukhin, fue “escrachada” por la prensa popular inglesas cuando pagó 160.000 libras en una puja de recaudación de fondos de los conservadores y en la que el premio era asistir a un partido de tenis entre David Cameron y Boris Johnson. Un precio más modesto, 30.000 libras (unos 35.000 euros) volvió a pagar la señora Chernukhin recientemente, esta vez para cenar con el ex secretario de Defensa Gavin Williamson, según reveló The Daily Mirror. Las mesas de los oligarcas rusos eran de rigor en las cenas de gala del Old Billinsgate Market, con el miembro de la Duma Vasily Shestakov, el ex asesor del Kremlin, Alex Nekrassov, o el británico Tim Lewin -cuyo trabajo y origen de su fortuna es el de mejorar la imagen de Rusia en Reino Unido- como comensales habituales. Y eso por no hablar de Conservative Friends of Russia, el grupo lanzado en el 2012 para apoyar a los candidatos del partido Conservador y que fue bautizado como “Tories for Putin”. Uno de sus organizadores fue Matthew Elliott, mano derecha de Boris Johnson en la campaña “Vote Leave”, que luego estuvo al frente de la organización Brexit Central.
Todos estos multimillonarios están en este momento muy ocupados tratando de esconder sus fortunas en los recovecos de los paraísos fiscales. Saben que, si su amigo Putin decide finalmente invadir Ucrania, las peores sanciones económicas caerán sobre ellos.