Después de 10 años de guerra y con su territorio ocupado por diversas fuerzas, Siria se consolida como un narcoestado. Bajo la anuencia del régimen de Bashar al Assad, el país está aumentando la producción de anfetaminas y hashish a niveles que lo convierten en uno de los mayores productores globales. El último episodio que muestra la magnitud del negocio ocurrió el jueves en la frontera con Jordania. Allí, un grupo numeroso de narcotraficantes se enfrentaron con el ejército jordano. Murieron al menos 27 de los delincuentes. Otras fuentes hablan de un grupo de al menos 80 narcotraficantes y soldados sirios que aprovecharon una densa neblina en esa zona para traspasar el cargamento y que al menos 50 de ellos murieron en los enfrentamientos con las fuerzas jordanas. Transportaban varias toneladas de Captagón, la denominada “droga de los jihadistas”, que es fabricada en Siria bajo la custodia de un batallón especial del ejército al mando de un hermano de Bashar al Assad.
Varios otros contrabandistas resultaron heridos y los restantes huyeron nuevamente hacia territorio sirio “apoyados por otros grupos armados”, informó el ejército jordano. El hecho ocurrió al noreste de la ciudad jordana de Mafraq y cuando los narcos aprovechaban una noche cerrada de densa niebla. En esa misma zona, una semana antes habían asesinado a un comandante jordano. Muy cerca se encuentra el paso de Jaber/Nassib con un enorme tráfico de camiones que llevan y traen mercaderías a todo Medio Oriente, incluidas las anfetaminas sirias que son muy populares en Irak, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes. Una semana antes de este episodio, el canciller jordano, Ayman Safadi, había dicho que “el país está en el punto de mira de los narcotraficantes”, fue en el contexto de la muerte de un alto oficial del ejército jordano que cayó en un combate con los contrabandistas.
El narcotráfico es ya la mayor fuente de recursos de Al Assad y sus asociados. El último año exportaron drogas por un valor de 3.460 millones de dólares, de acuerdo al reciente informe del Center for Operational Analysis and Research (COAR), un prestigioso centro de estudios que monitorea la crisis social y económica de países en guerra. Su producto estrella es el Captagón, el nombre comercial de un fármaco en base a la fenitilina que se desarrolló en la década de 1960 y se recetó como tratamiento para el trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH), la narcolepsia y la depresión. El fármaco mejora la conciencia situacional y proporciona un aumento de energía. Al igual que las anfetaminas y otros estimulantes que se consumen en casi todos los conflictos modernos, la droga es un multiplicador de la fuerza para los combatientes que emprenden misiones de varios días o que buscan disminuir la fatiga y el aburrimiento en los escenarios de combate. Popularmente se describe el Captagón como un “coraje químico” y hablan de sus consumidores como “zombis” o “soldados sobrehumanos” sin miedo. Los milicianos del ISIS lo usaron extensivamente.
En el caso sirio, se denomina Captagón a una multiplicidad de drogas sintéticas elaboradas con un cóctel de sustancias más comunes, como cafeína, anfetamina y teofilina que son conocidas en el mercado negro por su característica de dos medias lunas estampada en las pastillas. En el mundo árabe la llaman “abu hilalain,” o “la de las dos lunas”. Hay pastillas de diferente calidad y precio. En Damasco se pueden conseguir a menos de un dólar y en Ryhad aumenta hasta 15 dólares la unidad.
Una investigación del New York Times descubrió que gran parte de la producción y distribución está supervisada por la Cuarta División Blindada del Ejército sirio, una unidad de élite comandada por Maher al-Assad, el hermano menor del presidente y uno de los hombres más poderosos de Siria. También están involucrados varios empresarios ligados al régimen y el grupo terrorista libanés Hezbollah que es aliados de las fuerzas del gobierno sirio en la guerra.
En los últimos tres años, las autoridades de Grecia, Italia, Arabia Saudí y Bulgaria incautaron cientos de millones de pastillas, la mayoría de ellas procedentes de un puerto de Latakia, sobre el Mediterráneo, controlado por el gobierno en Siria –cercano a la base de Tartús que Rusia mantiene en Siria desde décadas-, algunas de ellas en lotes cuyo valor en la calle podría superar los mil millones de dólares. “Es literalmente el gobierno sirio el que está exportando las drogas. No es que miren para otro lado mientras los cárteles de la droga hacen lo suyo. Ellos son el cártel de la droga”, le dijo al Times, Joel Rayburn, ex enviado especial para Siria de la Administración Trump.
El 1 de julio de 2020, las autoridades portuarias italianas anunciaron la incautación de 84 millones de pastillas del narcótico sintético Captagón, valoradas en 1.100 millones de dólares, a bordo de tres buques de carga procedentes de Siria. En un primer momento se creyó que se trataba de droga elaborada en el califato del ISIS para “financiar la yihad”. Pronto se descubrió que venía de las mismas entrañas del régimen de Bashar. A medida que el Estado sirio fue recuperando el control sobre gran parte del país, desde 2018, el tráfico de estupefacientes en Siria se expandió y generalizó.
Los laboratorios donde se fabrican Captagón son en general pequeños e improvisados con unas pocas personas que combinan los productos químicos y otros que los prensan en píldoras con máquinas sencillas. Todas las instalaciones están vigiladas por soldados y declaradas zonas militares cerradas. Según los informes recopilados por agencias de inteligencia europeas, la custodia de los cargamentos la realizan agentes especiales de la oficina de seguridad de la Cuarta División del ejército sirio, que está a cargo del general de división Ghassan Bilal. La información fue confirmada por el coronel Hassan Alqudah, jefe del departamento de narcóticos de la Dirección de Seguridad Pública de Jordania. “Las fábricas de Captagon están presentes en las zonas de control de la Cuarta División y bajo su protección”, aseguró.
De acuerdo a estos informes, los laboratorios que se encuentran más cerca de la frontera con El Líbano están operados directamente por las milicias del Hezbollah que luego sacan la droga a través de los puertos libaneses. De estas operaciones también participa Nouh Zaiter, un narcotraficante libanés que ahora vive sobre todo en Siria, originario del Valle de la Bekaa, especializado en la elaboración del hashish (resina concentrada del cannabis), que fue condenado en ausencia a cadena perpetua con trabajos forzados por un tribunal militar libanés el año pasado. El resto, está en manos de dos “empresarios”, Amer Khiti y Khodr Taher, que se hicieron ricos manejando el mercado negro durante la guerra y haciendo favores a la familia Al Assad. Estos hombres están en la lista de sancionados por las restricciones financieras y comerciales impuestas por el Departamento del Tesoro estadounidense.
La zona jordana de los alrededores de Mafrak, donde se produjo el tiroteo esta semana, es por donde sale la mayor cantidad de Captagón con destino al muy lucrativo mercado de Arabia Saudita y los Emiratos. “Jordania es la puerta de entrada al Golfo”, dijo al Times el general de brigada Ahmad al-Sarhan, comandante de la unidad del ejército a cargo de la vigilancia de la frontera con Siria. El número de píldoras de esta anfetamina incautadas en Jordania este año es casi el doble de la cantidad confiscada en 2020. Los narcotraficantes usan diferentes trucos para pasar la línea fronteriza mientras tienen el apoyo de los soldados sirios. Usan drones, avionetas, motoqueros que se largan a toda velocidad por el desierto y hasta burros entrenados que saben pasar con su carga al otro lado sin ninguna custodia.
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