La encrucijada de Ucrania ante la guerra híbrida: la Alianza Atlántica o enfrentar la anexión de facto de Rusia

Por qué la comunidad internacional no reconoce con claridad la existencia de una guerra entre los dos estados y responsabiliza como agresor primario a Moscú

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Presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski
Presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski (Reuters)

La profundización de los movimientos políticos y militares de las últimas cuatro semanas en Europa Oriental han disparado varias alarmas en la comunidad internacional. La crIsis en torno a Moscú y Kiev, que se manifesta a través de discursos guerreristas con epicentro en la capital rusa ha escalado peligrosamente y se vio exacerbada como nunca antes por desplazamientos masivos de tropas y pertrechos militares en torno a la frontera ucraniana.

El repentino movimiento de las fuerzas armadas rusas de los últimos días agravó de forma enérgica las tensiones en la frontera Este con Ucrania. La comunidad internacional tiene fundadas razones para creer que éste escenario es el más grave de los siete años que lleva el controversial ruso-ucraniano. El momento actual presenta aristas más complejas y peligrosas que el incidente de abril de 2021, cuando una series de escaramuzas militares dejaron como saldo la muerte de dos soldados ucranianos.

La diplomacia británica manifestó a sus pares estadounidenses que hay elementos para creer que Vladimir Putin está dispuesto a ir más lejos que cualquier estrategia mostrada en el pasado con Kiev. Sin embargo, las sospechas de Washington y Londres frente a una probable ofensiva militar que Moscú pueda lanzar para penetrar el Este de Ucrania con el fin de anexar esa zona a territorio ruso no está del todo clara ni hay certezas de que pueda ocurrir y muchos creen que Putin está mostrando el musculo pero sabe perfectamente hasta donde tensar la cuerda. No obstante, nunca se debe subestimar la inteligencia de Vladimir Putin y menos su estrategia en la defensa de los intereses políticos y económicos de Rusia.

En éste marco, la Casa Blanca se mostró convencida que Rusia profundizará lo que denominó conducta agresiva y reñida con el derecho internacional. Así, el pasado martes el secretario Antony Blinken se encargo de distribuir a la prensa un comunicado donde la posición de la administración Biden queda claramente expuesta en su pensamiento: Para el presidente Biden, la ayuda militar enviada a Ucrania se justifica en virtud de la conducta agresiva de Moscú, dado que Rusia está ejecutando una amenaza concreta que puede derivar en una escalada militar entre los dos países con implicancias graves para terceros estados.

Al mismo tiempo, ambas capitales aliadas de Kiev -Washignton y Londres-, prometieron responder a la amenaza rusa brindando todo el apoyo a su alcance para proteger y defender la legalidad y la soberanía de Ucrania e intimaron a Rusia a detener de inmediato la agresividad de su accionar, el que califican de ilegal. Sin embargo, Vladimir Putin tiene claras sus políticas y sabe cual es la estrategia para alcanzarlas con éxito; lo cual no debería interpretarse por los asesores de seguridad estadounidenses o británicos como que Putin irá a la guerra.

No hay duda del interés estratégico que Moscú asigna a Ucrania, pero la presión que ejerce actualmente debe ser interpretada como una busqueda desesperada por parte de Rusia para que la comunidad internacional le reconozca un rol en ella, algo que nunca le fue otorgado después de la caída de la ex-URSS. Es en ese marco y no en otro juego de intereses que Occidente debe focalizarse en resolver y neutralizar la crísis actual para evitar una escalada militar innecesaria. Este punto parece haber sido comprendido por la administración del ex-presidente Trump en su tiempo, tanto igual como lo hizo el anterior primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, quienes permitieron cierta flexibilidad en las políticas y los negocios rusos en Oriente Medio y Asia central sin asfixiar las necesidades económicas de Putin. De allí que el controversial actual y el problema central de la crísis en curso se relaciona con la escasa o nula capacidad de comprensión del liderazgo europeo y la administración Biden sobre lo anterior.

El punto de partida relevante en la comprensión de la actual escalada ruso-ucraniana en el que Occidente debe trabajar es sobre el termino de lo que se conoce como guerra híbrida, según el cual, Moscú interviene y acciona en Ucrania por medio de una doble energía. En un primer escenario, lo hace a través de grupos armados no convencionales (redes de su servicio de inteligencia); y en un segundo aspecto, a través de sus fuerzas militares. Así, en la ecuación geopolítica actual, emerge un interrogante lógico, y esto es si el derecho internacional califica las acciones rusas como agresión y las pruebas exponen que Rusia lleva adelante una guerra híbrida en Ucrania, entonces ¿por qué razón la comunidad internacional no reconoce con claridad la existencia de una guerra entre los dos estados y responsabiliza como agresor primario a Moscú?

La respuesta a tal interrogante carece de claridad en las capitales europeas como también en Washignton. No obstante, puede encontrarse en la dinámica y la mutación de esa guerra, que se relaciona en lo cotidiano con las realidades tecnológicas, económicas, sociales, políticas y sobre todo, con los claros desequilibrios de poder que caracteriza el manejo de la comunidad internacional. De este modo, ni Rusia ni Occidente parecen interesados en reconocer una guerra ínter-estatal, a pesar de que ella existe en lo que puede denominarse como estado encapsulado.

Es así que por estas horas, resulta innegable que algunos factores sobre el terreno lleven a considerar una posible invasión rusa en el futuro cercano. Rusia no transita su mejor momento económico, no obstante una ofensiva militar sobre Ucrania seguramente revitalizaría la imagen y la popularidad de Vladimir Putin dentro de su país, y si las fuerzas militares rusas cruzaran la frontera, interviniendo en Ucrania, la comunidad internacional estará siendo testigo del inicio de una nueva fase del conflicto, algo que el diario alemán Die Welt editorializo el jueves como la peor crísis desde el inicio de la Segunda Guerra Mundial, dadas las gravísimas implicancias que generaría para la seguridad internacional.

En tal sentido, la posición europea debe ser clara en señalar la responsabilidad de Rusia en un nuevo movimiento intimidatorio al gobierno y al pueblo ucraniano a través de una posición de fuerza para disuadir a las autoridades de Kiev y quebrar su voluntad en función de los intereses políticos y económicos de Moscú. Pero lo más importante es que al mismo tiempo, Putin busca poner a prueba la reacción y el posicionamiento de la administración estadounidense del presidente Joe Biden.

La OTAN y Washington deben considerar también los planes nunca resignados de Rusia por retomar su relevancia decisoria en los territorios de su antigua área de influencia, particularmente el poder ejercido por Moscú sobre las repúblicas que integraron el mosaico de la ex-URSS hasta 1991. En éste sentido, aparece como muy relevante un documento filtrado de la oficina de seguridad externa de la OTAN de mayo de 2021, donde se señala lo inconducente de algunas decisiones de la Unión Europea (UE) en imponer sanciones a una docena de altos oficiales rusos muy cercanos a Putin, esas sanciones limitaron las operaciones financieras y negocios con los bancos y compañías de energía rusas. A ello le siguió la amenaza de bloqueo del gasoducto Norte Stream 2, la que se acaba de repetir hace 48 horas y que inexorablemente generara una reacción poco amigable de parte del gobierno de Putin. Con estas medidas, que configuran fuertes amenazas para Moscú, tanto la UE como la OTAN colocaron a Rusia en una situación de encerrona que hizo previsible una reacción más agresiva y alejada de la perspectiva conciliadora que lleve a la resolución de los viejos conflictos regionales.

A estas situaciones -irritantes a juicio de Putin-, debe sumarse el pedido del presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, ante la presencia de tropas rusas en la frontera de su país solicitando oficialmente a la Alianza del Atlántico Norte (OTAN) la integración de Ucrania a la organización como medida disuasiva hacia Moscú, y para poner fin a lo que considera una agresión ilegítima de Rusia. El pedido del presidente ucraniano para que su país sea incorporado a la OTAN, manifestó la busqueda de un paraguas protector que bloquearía cualquier intento ruso de ataque o invasión futura. Pero ese pedido de Zelenski de incorporación de Ucrania como miembro de forma plena a la Alianza Norte nunca se produjo, y todo lo que la OTAN ofreció a Ucrania fue apoyo moral, logística y ahora pertrechos militares. Sin embargo, lo cierto es que fué Estados Unidos quien rechazó en su momento la integración de Ucrania a la OTAN, y lo hizo precisamente por no tener interés en detener la guerra híbrida en curso, la que tácitamente es aceptada por Occidente pero también por la falta de interés de Washington de implicarse en aquella región de Europa Oriental.

Así, la historia de la Europa del Este desde la caída de la ex-URSS, pone de manifiesto que ni la OTAN ni la UE incluirían en sus programas de cooperación a los países vecinos de Rusia hasta que no se resuelvan los conflictos en curso de sus territorios (como sucede actualmente en Osetia y Abjasia).

En consecuencia, la respuesta de Occidente -con algunas excepciones neutrales por parte de pocos países de la UE- por ahora no va mas allá del apoyo diplomático a Ucrania ante el avance ruso, y al mismo tiempo, dejó en claro que no intervendrá de forma directa en un potencial conflicto. De ese modo, quienes se oponen al accionar ruso están facilitando un escenario abierto hacia futuras confrontaciones en el marco de la guerra híbrida regional en curso donde los dos países no parecen tener la llave para resolver la crísis en la que Rusia no está dispuesta a retroceder en su avance.

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