Esta ceremonia, por la III Jornada la Palabra de Dios, es una novedad y su rito fue preparado por la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. Se trata de un rito nuevo en la basílica de San Pedro tras cambiar el Código de Derecho Canónico.
Los nuevos lectores -dos hombres y seis mujeres- y catequistas -cinco hombres y tres mujeres-, llegados de varias partes del mundo como Perú o Brasil, se sentaron frente al altar papal y fueron llamados por su nombre para recibir el mandato.
Después el Papa entregó una Biblia a cada uno de los nuevos lectores, arrodillados ante él: “Recibe el libro de las Santas escrituras y transmite fielmente la palabra de Dios para que germine y fructifere en el corazón de los hombres”, les emplazó.
Los catequistas recibieron una cruz como la pastoral de Pablo VI y Juan Pablo II, papas viajeros, subrayando el “carácter misionero” de su servicio: “Recibe esta señal de nuestra fe, cátedra de la verdad y de la caridad de Cristo, y anúncialo con la vida, la acción y la palabra”, les instó el papa.
Son los hombres y mujeres que ayudan en las misas o realizan un servicio en el altar, como ministras o dispensadoras de la eucaristía, algo en realidad bastante frecuente en las diócesis de medio mundo pero que Francisco ha institucionalizado y abierto a las mujeres por escrito, de forma oficial.
El pontífice publicó en enero de 2021 el “motu proprio” “Spiritus domini” para modificar el Código de Derecho Canónico y abrir los ministerios de lector y acólito a las mujeres.
Francisco derogaba así lo ordenado por su antecesor Pablo VI, que en 1972 mantuvo el acceso a estos ministerios solo a los hombres, pues consideraba estos servicios eclesiásticos como una antesala a un eventual acceso a las órdenes sagradas o sacerdocio.
La nueva formulación del canon 230 elimina la especificación de sexo masculino y reza: “Los laicos de una edad y unos dones determinados por decreto de la Conferencia Episcopal podrán ser empleados permanentemente, mediante el rito litúrgico establecido, en los ministerios de lectores y acólitos”.
En su homilía, Francisco, ante los nuevos lectores y catequistas, explicó que Dios “no es un tirano que se encierra en el cielo, sino un Padre que sigue nuestros pasos”. “No es un dios neutral e indiferente, sino el Espíritu amante del hombre, que nos defiende, nos aconseja, toma partido a nuestro favor, se involucra y se compromete con nuestro dolor”, afirmó.
Francisco abogó por “unir el culto a Dios y el cuidado del hombre” porque las Escrituras no sirven, dijo, para “mimarnos en una espiritualidad angélica” sino “para salir al encuentro de los demás y acercarnos a sus heridas”.
En este sentido recordó el fenómeno migratorio del Mediterráneo: “Cuánto dolor sentimos al ver a nuestros hermanos y hermanas morir en el mar porque no les permiten desembarcar. Y esto, ¡algunos en nombre de Dios!”, lamentó.
Nuevo mártires
Los curas Rutilio Grande (salvadoreño), Cosme Spessotto (italiano) y los laicos Nelson Lemus y Manuel Solórzano se convirtieron ayer en los nuevos mártires de la iglesia Católica de El Salvador tras ser elevados a los altares pasados más de 40 años de sus asesinatos en el contexto de la guerra civil (1980-1992). pasados
“Con nuestra autoridad apostólica concedemos que los venerables siervos de Dios Rutilio Grande, Manuel Solórzona y Nelson Lemus, así como Cosme Spessotto, mártires, heroicos testigos del reino de Dios y el reino de justicia (...) de ahora en adelante sean llamados beatos”, proclamó el padre Rodolfo Cardenal al leer la carta apostólica envida por el papa Francisco.
La carta también establece que los mártires -considerados ahora así por la iglesia Católica- “sean celebrados cada año en los lugares y según las reglas establecidas por el derecho, respectivamente el 12 de marzo y el 10 de junio”.
El Salvador tuvo a su primer beato en el 2015 cuando monseñor Óscar Arnulfo Romero -posteriormente canonizado en 2018-, asesinado por un francotirador de los escuadrones de la muerte de la extrema derecha en 1980 mientas oficiaba una misa en la capilla de un hospital para enfermos de cáncer, fue beatificado.
Spessotto, Romero y Grande fueron asesinados por “odio a la fe”, según rezan cada uno de los decretos del Vaticano, y son recordados por su defensa hacia los pobres salvadoreños -fuertemente golpeados por el conflicto armado interno que dejó más de 75.000 muertos y entre 8.000 y 10.000 desaparecidos.
Cada uno -a su manera- denunciaba los ataques de los cuerpos de seguridad contra la población civil y otras violaciones a los derechos humanos. Los asesinatos del padre jesuita Grande, Nelson y Manuel, fueron perpetrados en marzo de 1977, cumplen 45 años en este 2022 sin que los autores del hecho se hayan enfrentado a la justicia salvadoreña.
Mientras, en junio del año en curso se conmemoran 42 años del asesinato del religioso italiano Spessotto, quien nació el 28 de enero de 1923 en Mansuè (Treviso), fue enviado a Centroamérica como misionero en 1950 y asignado al municipio de San Juan Nonualco, en el central departamento de La Paz.
Al menos 500 religiosos, entre curas, monjes y laicos, fueron asesinados antes y durante la guerra interna salvadoreña.
Entre las víctimas religiosas también están los seis padres jesuitas de la Universidad Centroamericana (UCA), cinco de ellos españoles; tres monjas estadounidenses de la orden Maryknoll; y varios catequistas de las Comunidades Eclesiales de Base.
La guerra salvadoreña enfrentó al Ejército, y a la entonces guerrilla Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), ahora partido político de oposición.
Con información de EFE
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