Aproximadamente unas 90 toneladas de armas y municiones proporcionadas por Estados Unidos han aterrizado este sábado en el aeropuerto ucraniano de Boryspil (a unos 29 kilómetros al este de Kiev) en lo que se trata de la primera remesa de la ayuda adicional para Ucrania aprobada en diciembre por la Casa Blanca y en un momento álgido de la tensión con Rusia sobre la acumulación de tropas en la frontera.
La Embajada de Estados Unidos en Ucrania ha confirmado la llegada del avión aunque no ha especificado exactamente el material que trasladaba más allá de describirlo como “ayuda de carácter letal munición incluida, para los defensores del frente de Ucrania”.
“Esto demuestra el firme compromiso de Estados Unidos con el derecho soberano de Ucrania a la autodefensa”, según el comunicado de la Embajada, publicado en su cuenta de Twitter.
“Este envío, así como los 2.700 millones de dólares en ayuda proporcionados a Ucrania desde 2014, demuestra el compromiso de Estados Unidos para potenciar sus defensas frente a la, cada vez mayor, agresión rusa”, ha añadido la misión diplomática.
Si bien la Casa Blanca aprobó esta nueva partida en diciembre, la información no se dio a conocer hasta esta semana, cuando fue confirmada por el secretario de Estado de EEUU, Antony Blinken.
Rusia se ha pronunciado en repetidas ocasiones contra la llegada de material militar a Ucrania al entender que solo sirve para aumentar la tensión militar en la zona, como ya había ocurrido recientemente con otra remesa de armas ligeras antitanque entregadas por Reino Unido.
Los estados bálticos de Estonia, Letonia y Lituania también han manifestado su interés en enviar sistemas antiaéreos de fabricación estadounidense a Ucrania.
EEUU y rusia volverán a reunirse
Rusia y Estados Unidos volverán a reunirse “la próxima semana” tras mantener ayer en Ginebra conversaciones “francas” sobre la crisis en torno a Ucrania, en cuya frontera siguen concentradas fuerzas militares rusas. La reunión de Ginebra entre los jefes de la diplomacia rusa, Serguéi Lavrov, y estadounidense, Antony Blinken, fue la última de una serie de iniciativas diplomáticas que empezaron con dos conversaciones telefónicas entre los presidentes Vladimir Putin y Joe Biden en diciembre.
Aunque el tono fue “franco y sustancial”, según Blinken, también sirvió para rebajar tensiones tras semanas de escalada verbal. Lavrov señaló haber acordado con el secretario de Estado estadounidense “un diálogo razonable” para “calmar las emociones” tras algo menos de dos horas de reunión.
Tras el encuentro, el Ministerio ruso de Relaciones Exteriores advirtió sin embargo en un comunicado que si los occidentales seguían “ignorando las preocupaciones legítimas de Rusia” en relación a la ampliación de la OTAN en Ucrania y en su frontera occidental, habrá “graves consecuencias”. “Esto puede evitarse si Washington reacciona positivamente a nuestros proyectos de acuerdo sobre garantías de seguridad”, dijo el Ministerio.
El jefe de la diplomacia estadounidense pidió a Rusia que demuestre que no tiene intención alguna de invadir a su vecino y “una muy buena manera para empezar sería desescalando, haciendo retroceder esas fuerzas en la frontera de Ucrania”, dijo Blinken.
El Kremlin niega cualquier intención bélica, pero condiciona la desescalada a la firma de tratados que garanticen la no expansión de la OTAN y la retirada de la Alianza transatlántica de Europa del Este. Algo inaceptable, según Occidente, que amenaza a Rusia con duras sanciones si ataca a Ucrania, una exrepública soviética.
Blinken aceptó poner sobre la mesa “ideas” la semana que viene, pero no dijo si cumplirían las demandas detalladas de los rusos. Sin embargo, el estadounidense advirtió que habría una respuesta incluso en caso de agresión “no militar” de Rusia contra Ucrania.
La ecuación diplomática es complicada. Rusia insistió el viernes en la retirada de las tropas extranjeras de los países de la OTAN que se incorporaron a la Alianza después de 1997. Moscú mencionó específicamente a Bulgaria y Rumanía, aunque la lista incluye a 14 países del antiguo bloque comunista.
Rumanía consideró esa demanda inaceptable y la propia OTAN la rechazó, alegando que ese repliegue “crearía miembros de la OTAN de primera y de segunda clase”, según dijo su portavoz Oana Lungescu.
El servicio de inteligencia militar ucraniano acusó a Moscú de seguir “reforzando las capacidades de combate” de los separatistas prorrusos en el este de Ucrania, con tanques, sistemas de artillería y municiones. Rusia es considerada, a pesar de sus desmentidos, como el principal apoyo de estos combatientes y la instigadora del conflicto que ha dejado más de 13.000 muertos desde 2014. Ese mismo año anexionó Crimea, en respuesta a una revolución prooccidental en Ucrania.
El presidente de la cámara baja rusa, Viacheslav Volódin, anunció que el parlamento debatirá la próxima semana una petición para que Putin reconozca la independencia de los dos territorios separatistas de Donestk y Lugansk.
La reunión de Ginebra completa una gira por Europa de Antony Blinken para reunirse con sus aliados ucranianos, alemanes, franceses y británicos.
Europeos y estadounidenses han insistido en que Moscú se enfrentará a duras sanciones si ataca Ucrania. Una amenaza que el Kremlin desoye desde hace ocho años y que no le ha hecho cambiar de política.
Para Moscú, el objetivo principal es hacer retroceder a la OTAN, percibida como una amenaza. Para los estadounidenses, una retirada de Europa no es una opción. Una posibilidad sería trabajar en el difunto tratado de desarme nuclear firmado durante la Guerra Fría, que el expresidente estadounidense Donald Trump había enterrado.
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