Hace 10 años, el capitán de fragata Gregorio De Falco se convirtió sin querer en un héroe instantáneo, el hombre que para muchos salvó el honor de Italia en una de sus noches más oscuras.
Fue un 13 de enero de 2012, la noche en que el crucero Costa Concordia chocó contra un arrecife en la Isla del Giglio.
De Falco era el comandante en tierra a cargo de coordinar las operaciones de rescate desde la capitanía de Livorno. Gracias a su liderazgo firme, durante esas horas dramáticas De Falco emergió como la perfecta contracara de Francesco Schettino, el capitán que abandonó el barco y se volvió el ejemplo casi paradigmático del cobarde que huye ante la adversidad.
La orden de De Falco, furioso y perentorio, a Schettino de volver a bordo de la nave dio la vuelta al mundo.
“Escuche, Schettino, puede que se haya salvado usted del mar, pero lo dejaré muy mal. Le haré pagar por esto. ¡Suba a bordo, cazzo!”, le gritó De Falco al capitán durante una llamada telefónica.
“Mi exabrupto final fue un intento desesperado, la considero una especie de oración laica para que él retomara su función y no escapara de su responsabilidad”, recuerda hoy De Falco. “Pero no sirvió”.
En el naufragio murieron 32 personas y 110 resultaron heridas. Víctimas que, según De Falco, pudieron haberse evitado. Por su responsabilidad en la tragedia, Schettino está cumpliendo una condena de 16 años de cárcel.
En el décimo aniversario de la tragedia, en una conversación con Infobae desde Italia, De Falco, hoy senador en el Parlamento, repasó cómo fueron esas horas dramáticas, entre la dificultad del rescate y los errores de quienes tenían la responsabilidad sobre las vidas de más de 4.200 personas que viajaban en el crucero.
—¿Qué recuerda de los primeros momentos del accidente?
—Eran alrededor de las diez de la noche y estaba en mi casa. En ese momento, me llamó un oficial de la capitanía que generalmente no se ocupaba de tareas operativas. De inmediato pensé que había una emergencia importante. Me dijo que un barco de pasajeros con alrededor de 2000 personas estaba en problemas cerca de la costa. Aún no sabíamos el nombre ni la posición. Mientras me vestía, tuve tiempo de ordenar que mandaran los cuatro barcos más cercanos para ayudar. También envié las lanchas patrulleras. En dos o tres minutos ya estaba en la sala operativa de la capitanía porque vivía enfrente.
—¿Cuándo entendieron que se trataba del Costa Concordia?
—Cuando vimos que no estaba en la ruta entre Savona y Barcelona sino que estaba cerca del Giglio, y comprobamos que había partido de Civitavecchia con destino Savona (noroeste de Italia).
—¿Cómo fueron las primeras comunicaciones con el barco?
—En un primer momento a bordo básicamente negaron que necesitaban ayuda. Según ellos, era un simple apagón, algo que normalmente se resuelve en 15 minutos.
—¿Esto lo hizo sospechar?
—El barco no estaba orientado al norte y tenía la proa hacia el sur, estaba muy cerca de la isla de Giglio, a unos 300-400 metros de la costa. Sin embargo, hasta ese momento, a las 22:38, el barco no había declarado ninguna emergencia.
—¿Cómo explica que siguieran negando los problemas y que tardaran tanto en declarar la emergencia?
—Este fue el hecho más grave, que se tradujo en un retraso de 45-50 minutos en el inicio del procedimiento de emergencia. De hecho, en las investigaciones posteriores descubrimos que la colisión con las rocas fue a las 21:45 y que, unos 5 o 10 minutos más tarde, el primer oficial ya había informado a sus superiores que había cuatro compartimentos inundados, incluidos los dos de los generadores diésel. Ante esa situación ellos ya sabían que el barco debía ser evacuado.
Así que desde ese momento, a partir de las 21:45 aproximadamente, el mando del barco [Schettino] fingió no saber que la nave debía ser evacuada. Esta situación se extendió hasta las 22:36, cuando en la práctica los obligué a realizar la declaratoria de emergencia.
—¿Por qué era tan importante que declararan la emergencia?
—Nosotros por una cuestión de sentido común ya habíamos enviado los barcos, los helicópteros ya estaban a punto de salir. Al final mandamos 8 helicópteros, 4 o 5 grandes unidades navales y 48-50 lanchas de vigilancia. Y sin embargo, la verdadera razón por la que les hice declarar la emergencia fue para que pudieran llevar la gente a los puntos de reunión, preparar las balsas, embarcar a la gente en los botes salvavidas y las balsas.
Pero este retraso fue lo que luego causó todo el daño, la llamada telefónica más importante no fue aquella famosa, sino que fue esta, el momento en que el barco comenzó a prepararse para la emergencia.
—Hablemos de las famosas llamadas con el comandante Schettino. ¿Qué impresión le hizo la primera vez que se comunicó con él?
—Las primeras comunicaciones con el barco se realizaron por radio. En las primeras comunicaciones el comandante me dio una excelente impresión, parecía una persona que tenía el control de la situación. Al segundo oficial al mando de la capitanía le dije que el comandante me había respondido en un tono tranquilo, parecía seguro de lo que hacía. Hasta le dije: “Si sigue así tendremos un abandono ordenado de la nave”.
Pero yo ignoraba que ya había 5 compartimentos inundados desde hacía unos 50 minutos. Así que la impresión en realidad estaba condicionada por lo que me dijeron, algo que no podía controlar.
—¿En qué momento entendió que la situación en el barco estaba fuera de control?
—Cuando después de la medianoche, el mando del barco abandonó el puente sin decir nada, sin previo aviso. Esto fue muy grave: estábamos enviando a cientos de hombres, rescatistas, bomberos, barcos comerciales, de la Guardia Costera, la Marina militar. Era un gran esfuerzo. Y bien, justo en ese momento el mando del barco abandonó el puente de control, el lugar donde nos manteníamos en contacto por radio.
—¿Cómo hicieron para volver a comunicarse?
—Durante 30-40 minutos no pudimos contactarlos. Intentamos llamarlos a un número de teléfono que le habíamos pedido por las dudas. Al cabo de un rato Schettino contesta, dice que estaba en el bote salvavidas... pero no estaba en el bote salvavidas, estaba en tierra, en la roca Gabbianara.
—En ese momento usted le ordena a Schettino de volver a bordo del barco en esa famosa llamada. Sin embargo, algunos dijeron que el comandante del Costa Concordia, no podía volver a subir y que por tanto ese “¡Suba a bordo, carajo!” no tenía sentido.
—Eso no es algo opinable. Mario Pellegrini, el vice alcalde de Giglio, subió directamente desde el lado de proa por una escalera de seguridad. Roberto Galli, comandante de la policía municipal de Giglio, también le ofreció subir, ya que todos los botes salvavidas del Concordia estaban en puerto y podían regresar. Pero él se negó. Aquí el tema es que él no quería volver a bordo. Mi exabrupto final fue un intento desesperado, la considero una especie de oración laica para que él pudiera retomar su función y no escapar de su responsabilidad.
—¿Cuáles fueron los errores más graves de Schettino esa noche?
—Hasta ese momento el capitán había cometido dos grandes errores. El primero, navegar a 16 nudos con la proa hacia la isla; el segundo, abandonar el barco con cientos de personas a bordo. Y sin embargo, en ese momento, si hubiera vuelto a bordo, es decir, si hubiera retomado la responsabilidad de su cargo, hubiera sido mejor para él, mucho mejor.
—¿Todavía podía ser útil su presencia a bordo?
—Se necesitaba autoridad a bordo en ese momento. Se necesitaba porque los coordinadores del rescate necesitábamos a bordo un interlocutor que organizara la situación, que diera las órdenes. Algunos oficiales a bordo estaban tratando de hacer algo, pero de una manera totalmente desorganizada.
—¿Qué otros errores se cometieron?
—El problema de esa evacuación fue que se perdió demasiado tiempo. 50 minutos en declarar la emergencia y otros 20 antes de declarar la evacuación. Luego hicieron subir y bajar a la gente de los botes salvavidas y el capitán decidió tirar primero por la borda a los botes salvavidas a estribor [el lado izquierdo], lo cual hizo inclinar aún más el barco e hizo imposible bajar los botes salvavidas por ese lado. Cada bote salvavidas tenía una capacidad de 150 personas, es decir, unas 400-450 personas no encontraron lugar en los botes salvavidas y tuvieron que pasar a popa para subirse a los botes salvavidas que regresaban del puerto.
—¿Las muertes pudieron evitarse?
—La decisión del mando del barco de mover a la gente de izquierda a derecha fue una tontería. Una trágica tontería. Nosotros con los helicópteros trajimos a 18 personas a tierra, habríamos traído a los demás también. Con los helicópteros, con la escalera de seguridad a popa del lado izquierdo, de donde bajaron unas 800 personas. Si no hubiéramos tenido esa demora, los habríamos salvado a todos casi seguramente.
—De las muchas medidas que se tomaron esa noche, ¿hay alguna que lo enorgullezca especialmente?
—Lo primero que hicimos bien fue no creer sus relatos y comenzar el rescate sin su pedido. Nos guiamos por el sentido común. Otra cosa, fue una medida que tomamos cuando las lanchas patrulleras nos dijeron que la gente estaba cayendo al mar. El agua estaba fría, 12 o 13 grados. Entonces dimos la orden de echar a la mar todas las balsas, los sistemas flotantes que tenían las lanchas y los barcos. Parecía un esfuerzo algo fantasioso, pero teníamos que brindar todo apoyo posible a la gente en el mar. Un año después, me contaron que un niño de un año cayó sobre una de estas balsas mientras estaba bajando con su padre de la escalera de seguridad. El niño se llama Giuseppe y me cuentan que hoy está perfecto.
—Recientemente la hija de Schettino lo acusó de errores en el rescate, dijo que usted no entendió a tiempo que el barco estaba inclinado. ¿Qué le responde?
—Yo no tengo ninguna controversia con nadie. Lo he pensado durante mucho tiempo y creo que hice el rescate como tenía que hacerlo, obviamente con la información que tenía en la sala de operaciones y la información que me llegaba de los helicópteros y lanchas patrulleras, que eran mis ojos y mis oídos. Tenía una visión bastante clara de la situación. Sobre todo, después de diez años, nunca nadie en el mundo dijo que debimos hacer las cosas de otra manera. Guardacostas de todo el mundo rindieron grandes elogios a la Guardia Costera italiana. En definitiva, todos aquellos que de diversas formas han contribuido al rescate han hecho todo lo posible. Es difícil decir que se pudo hacer más.
—A diez años del naufragio, ¿Qué cree qué pasó por la cabeza de Schettino esa noche?
—Sucede lo siguiente: cuando una persona pierde de vista la función de su rol porque sobrepone a esa función sus necesidades personales —no perder su trabajo, no arruinar su carrera— se bloquea y no actúa de manera razonable para cumplir el fin de su función, que en este caso era garantizar la seguridad de las personas y del barco. En algún sentido incluso era comprensible su bloqueo. Aunque no era un bloqueo absoluto. Hablaba, razonaba, pero perdió de vista el objetivo fundamental, que era la protección de las personas. Y es por eso que fue condenado, no por otra cosa.
—¿Qué le diría a Schettino si lo viera hoy?
—Mi función era coordinar el rescate. Lo que pasó no fue personal. Hay que entender esto. La cuestión fundamental era que mi función y su función de comandante se encontraran con la mayor eficacia y armonía posible. Nosotros hicimos todo, incluso con esa oración laica, para que él no escapara a su responsabilidad. No tengo nada que decir como Gregorio De Falco, además porque no tengo derecho a juzgar moralmente a otro ser humano. No puedo juzgar a la persona, pero sí sus comportamientos.
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