En Kazajstán ocurrió lo impensable. Que la mayor y más próspera de las naciones de Asia Central se viera repentinamente sacudida por violentas protestas de estudiantes y trabajadores estaba muy lejos de las predicciones de los que conocen la región. Mucho menos que ese acontecimiento hundiera la cotización de las criptomonedas y elevara el precio del petróleo y el uranio a nivel global. Lo que sí se podía prever es que, ante cualquier desestabilización en este país, Rusia metería inmediatamente su garra. Vladimir Putin tardó apenas unas horas en enviar soldados para contener la situación, mientras China y Estados Unidos miran todo con una preocupación enorme. De pronto, la olvidada Kazajstán se convirtió en el foco de atención mundial.
Las manifestaciones comenzaron cuando después de Año Nuevo el gobierno anunció un aumento del 100% en el precio del gas licuado de petróleo (GLP). La mayoría de los coches de Kazajstán utilizan el GLP como combustible que está fuertemente subsidiado y es muy barato. Los habitantes de la provincia de Mangystau, rica en petróleo, al oeste del país, fueron los primeros en salir a la calle. Dos días más tarde, las protestas se extendieron a todas las regiones petroleras y a la antigua capital, Almaty. Un grupo de jóvenes tomó el aeropuerto principal del país. Otros entraron por la fuerza en los edificios del gobierno y prendieron fuego a la principal oficina de la administración y la antigua casa de gobierno.
Tropas del Ejército y de las formaciones especiales de la policía comenzaron a disparar en forma indiscriminada. El presidente les dio vía libre para hacerlo sin ninguna advertencia. Después dijo lo previsible: “Son terroristas apoyados por fuerzas extranjeras”. También dijo que se habían sumado “20.000 bandidos”. Cuando el humo se disipó en las heladas calles de Almaty, habían quedado decenas sino centenares de muertos (al menos 18 son policías) y 400 heridos entre los manifestantes, así como 748 de las fuerzas armadas. Las cifras exactas muy probablemente nunca las sepamos.
También las autoridades cortaron el servicio de Internet. El país quedó aislado dentro de un apagón generalizado. La medida fue tomada para que no se propagara la información de lo que estaba sucediendo, pero tuvo consecuencias aún más graves para la economía del país y repercusiones globales.
Decenas de las más grandes compañías chinas de Internet tienen “granjas mineras” de criptomonedas en territorio kazajo. También manejan desde allí otras operaciones virtuales que no pueden mantener dentro de China. El 18 % de las “mineras” (enormes factorías de servidores conectados entre sí) del mundo están en Kazajistán, el segundo país detrás de Estados Unidos que tiene un 35 %. Esto hizo caer las acciones de todas estas empresas y el precio del Bitcoin en más de un 7%. Estas fábricas consumen el 8% del total de la energía del país e ingresan una parte importante de las divisas.
Claro que no son sólo criptomonedas, Kazajistán tiene las segundas reservas de petróleo de la región detrás de Rusia. Extrae 150 millones de toneladas de petróleo al año y es uno de los 10 mayores productores. También tiene grandes reservas de uranio, carbón, sal y las llamadas “tierras raras” que se utilizan en la industria informática. Se trata de un país muy rico en el medio de una estepa de 2,7 millones de kilómetros cuadrados y apenas 19 millones de habitantes.
Los kazajos se movieron por esta estepa por siglos hasta que el imperio ruso plantó su bandera. Con la Unión Soviética se convirtió en una de sus oscuras repúblicas conocida apenas por tener en su territorio el Cosmódromo de Baikonur, el lugar de lanzamiento de naves espaciales y el mayor centro de pruebas nucleares. Con la disolución de la URSS, Kazajistán se independizó de la mano del mismo jefe comunista que venía manejando la república con mano de hierro, Nursultán Nazarbáyev, quien de inmediato se convirtió al neoliberalismo y en veinte años llevó al país a una prosperidad inédita con un PIB de unos 200.000 millones de dólares, un producto per cápita de más de 11.000 dólares al año y un crecimiento de entre el 7% y el 10% anual.
También se hizo un culto de su figura. Levantó una nueva y fastuosa capital, una especie de Disneylandia en la estepa, que bautizó como Astaná hasta que le pareció más conveniente que llevara su nombre. El líder puede llegar a la ahora ciudad Nur-Sultán, bajar del avión en el aeropuerto Nazarbáyev, trasladarse por la avenida Nazarbáyev y llegar a su residencia también denominada con su apellido.
En marzo de 2019, sorpresivamente, renunció y nombró en su lugar al vicepresidente Kassim-Yomart Tokáyev, quien dos meses más tarde ganó unas elecciones con el 70% de los votos. Pero se reservó para él la presidencia del influyente Consejo de Seguridad con oficina al lado de la de Tokáyev. Nazarbáyev, de 81 años, y su familia mantienen “todo atado y bien atado”, como le gustaba decir a Francisco Franco.
Y si le queda alguna duda de su grandiosidad, Nazarbáyev puede pasar por el magnífico centro de convenciones donde cuelga en el hall central una enorme pintura en la que se lo ve frente a los máximos líderes del mundo (Obama, Tony Blair, Putin, etc.) que lo aplauden y lo observan con admiración. En la biblioteca nacional kazaja hay una sala sólo dedicada a las obras de y sobre Nazarbáyev. Decenas y decenas de libros con su foto en la tapa.
-¿Cómo es posible que exhiban todos esos volúmenes de exaltación de la figura de una persona?, le pregunté en mi vista a Kazajistán en 2018 al director de la biblioteca, Zhanat Seidumanov.
-El presidente es la figura que nos representa ante el mundo. Ustedes tienen a Messi nosotros a Nazarbáyev, me respondió.
-Messi no es nuestro presidente...
-Cada pueblo tiene su representante y Nazarbáyev es el nuestro. Él nos hizo independientes, nos desarrolló, nos modernizó. Y nosotros lo homenajeamos permanentemente por eso.
Los “monarcas dictatoriales” como Nazarbáyev suelen mantenerse con holgura en el poder mientras administran la pobreza y mantienen sojuzgados a sus pueblos. Pero cuando el país se vuelve rico y se crean nuevas burguesías más independientes e ilustradas, comienzan a tener problemas. Y si la riqueza generada se concentra en unas pocas manos, las protestas están garantizadas. Eso es lo que sucedió en esta primera semana del 2022. El aumento del gas licuado fue la mecha, pero la ristra de pobres que dejó el crecimiento del país es la pólvora. Los jóvenes kazajos no sólo quieren vestir las mismas zapatillas (tenis) que sus pares del resto del mundo, sino que necesitan mayores libertades y quieren decidir sobre su futuro. Ya había habido protestas en 2019 y el enojo estaba latente.
En esa visita de hace tres años observé una enorme fastuosidad en la nueva capital, Astaná. Todo pulcro, flamante, brillante, joven, diseñado por los mejores arquitectos del momento. Esa zona tenía una pequeña población local, así que se llenó de jóvenes funcionarios venidos de otras partes del país. La gran mayoría no pasan los 30 años. Se los nota felices. Es como vivir en una Dubai en la estepa durante el verano. En invierno la temperatura baja a 40 grados bajo cero.
Almaty, la antigua capital que los rusos llamaban Alma-Ata, sigue siendo una ciudad apacible, con ritmo provinciano, levantada al pie de las montañas. Calles arboladas con acequias. Una buena vida nocturna, aunque mucho más modesta que la de la ahora ciudad modelo. El nombre significa algo así como “padre de las manzanas” y es que allí todavía siguen creciendo plantas silvestres de esa fruta. Dicen que de esos árboles derivan todas las variedades de manzanas que hay en el mundo.
En ninguna de estas dos ciudades se ve pobreza visible. No hay gente tirada en la calle, todo está muy limpio, se ve a la gente vestida a la moda y los supermercados están muy bien abastecidos. Aunque en los suburbios de Almaty se pueden ver edificios soviéticos en malas condiciones y casas humildes de madera, pero todos aseguran que en el interior del país y en las ciudades menores la situación es totalmente diferente. “Astaná es una ciudad para mostrar a los inversionistas y visitantes extranjeros. Es una escenografía. Si viaja a las provincias verás a los desplazados de esa riqueza. Familias religiosas musulmanas con muchos hijos y grandes dificultades para darles de comer”, me contó un periodista de un medio independiente.
La creciente disparidad entre los distintos sectores de la sociedad y la corrupción endémica ya habían lanzado otros episodios de violencia que fueron acallados por los agentes del régimen. En la misma provincia de Mangystau donde estalló la crisis actual, ya había habido otro levantamiento importante al celebrarse el 20º aniversario de la independencia del país, el 16 de diciembre de 2011. Se saldó con decenas de muertos.
Ahora, un pequeño grupo de trabajadores llevaba siete meses protestando en la plaza principal de la ciudad de Zhanaozen para reclamar mayores salarios y mejores condiciones de trabajo en los campos petrolíferos cercanos. Finalmente fueron reprimidos, 17 personas murieron y más de un centenar resultaron heridas. Según el ex embajador indio en Kazajistán, Manohar Parrikar, “las protestas son sintomáticas de una ira y un resentimiento muy arraigados y latentes por la incapacidad del gobierno kazajo de modernizar su país e introducir reformas que repercutan en la población a todos los niveles”.
Kazajistán tiene una ubicación estratégica entre China y Rusia, además de compartir una buena porción del Mar Caspio. Buena ubicación para hacer negocios, mala para tomar distancia de su influencia. Una de las razones de Nazarbáyev para trasladar la capital fue precisamente que quería alejarse del gigante chino y “colonizar” con kazajos el norte del país dominado por los rusos que Stalin había trasladado para romper con la hegemonía étnica.
Y si bien Kazajistán mantiene buenas relaciones con ambas potencias y también con Estados Unidos y Europa, en los últimos meses se registraron protestas toleradas contra el régimen de Beijing por su persecución de los musulmanes kazajos en Xinjiang, su creciente influencia y presencia económica y por los proyectos de arrendar grandes extensiones de tierra a “inversionistas” de ese país.
Con Rusia, la relación es más ambigua y también más peligrosa. Apenas el presidente Tokayev pidió ayuda a la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC) -una alianza militar formada por Rusia y cinco antiguos estados soviéticos- para ayudar a estabilizar el país, Putin alistó una fuerza de 2.500 soldados que en menos de dos horas estaban en Almaty.
“El espectáculo de un país como Kazajstán que parece grande y fuerte cayendo en el desorden tan rápidamente ha sido un shock para el Kremlin”, explicó Maxim Suchkov, del Instituto Estatal de Relaciones Internacionales de Moscú. “Y esto ha demostrado cómo, con la excepción de Ucrania, en las antiguas repúblicas soviéticas que han tratado de mantener un equilibrio entre el Este y el Oeste, pum, tienes una crisis y se vuelven hacia Rusia”.
Precisamente, ese es el otro elemento del descontento kazajo. El regreso de los rusos. Entre los soldados enviados a Kazajstán hay miembros de la 45ª Brigada, una unidad de élite de los Spetsnaz, o fuerzas especiales, célebre por sus operaciones de limpieza étnica en la primera y segunda guerras en Chechenia, la región rusa del Cáucaso. También actuó en Osetia del Sur, la región de Georgia, en la guerra de 2008; en Crimea, que Rusia se anexionó en 2014; y en Siria.
“Putin sabe que, si estos levantamientos se pueden producir en la hasta ahora relativamente tranquila Kazajistán, en poco tiempo se podrían extender hacia las zonas fronterizas rusas. Ante esto va a hacer cualquier cosa para detenerlo”, comentó a The Guardian, Scott Horton, profesor de derecho de la Universidad de Columbia que asesoró a funcionarios de Kazajstán y otros países de Asia Central durante las últimas dos décadas. “Además están los recursos estratégicos”, agregó, “Kazajistán tiene recursos que Rusia podría necesitar. La presencia de las tropas le garantiza que los tendrá”.
En tanto, habrá que ver cuáles son las consecuencias del levantamiento dentro del régimen. El presidente Tokayev aprovechó hábilmente la inestabilidad para arrebatarle a Nazarbayev el control del influyente Consejo de Seguridad Nacional. Aunque todavía tiene que modificar la ley constitucional que le da al ex hombre fuerte ese puesto de por vida. Putin podría hacer que lo restituyan. Nazarbáyev es una garantía para Moscú. Aunque la permanencia o el desplazamiento del autócrata no parecería ser suficiente para apaciguar el descontento. La joven población kazaja exige una mejor distribución de la riqueza acumulada y más libertades individuales.
SEGUIR LEYENDO: