Alguna vez el presidente ruso Vladimir Putin definió a la disolución de la Unión Soviética como “el mayor desastre geopolítico del siglo XX”. Y aunque probablemente suene exagerado, no puede despreciarse la relevancia a nivel continental y mundial de un hecho que cambió al mundo, que cerró la Guerra Fría. El desmembramiento fue un largo proceso extenso que duró más de tres años, desde la Declaración de Soberanía de Estonia, en noviembre de 1988, hasta el 26 de diciembre de 1991, cuando el Soviet Supremo dictaminó el fin de la URSS. Pero lo que siguió fue aún más complejo. La transición desde la economía centralizada a la economía de mercado y de la dictadura de partido único a democracias (o cuasi democracias) resultó tan complicada que hubo guerra en 8 de las 15 ex repúblicas soviéticas y se declararon seis repúblicas independientes de facto, pero con escaso o nulo reconocimiento internacional. En algunos casos, este proceso terminó hace mucho y hoy existen democracias consolidadas que han dado vuelta la página. Mientras que en otros, el liderazgo unipersonal y la represión a toda disidencia se mantienen aún tres décadas más tarde.
RUSIA
La naciente Federación Rusa heredó buena parte de la cultura política de la Unión Soviética, además de la mitad de su población y dos tercios de su territorio. Y también heredó grandes dificultades económicas que se tradujeron en una menor relevancia de Rusia en el comercio internacional. Aun así, Moscú se mantuvo como miembro permanente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y como potencia nuclear y militar. Boris Yeltsin, primer presidente del país, se acercó a occidente y llevó adelante el proceso de privatización de grandes empresas que terminaron en pocas manos. De esta forma nació y se consolidó una casta económica conocida como los oligarcas, entre los que se cuenta Román Abramovich, dueño del club inglés Chelsea.
Vladimir Putin llegó al poder de la mano de Yeltsin, pero no tardó en consolidarse como líder ubicuo, como garante de la estabilidad, como quien evitó que Rusia se partiera como ya lo había hecho Yugoslavia. Presidió el país entre 1999 y 2008, y desde 2012 hasta hoy. La Segunda Guerra en Chechenia (1999-00), la guerra en Georgia (2008), la anexión de la Península de Crimea (2014) y la lucha contra el terrorismo, sumados al aumento de precios de hidrocarburos a nivel mundial en la primera década del siglo, fortalecieron la figura de un líder nacionalista y ambicioso.
En 2008 Putin modificó la Constitución para extender el periodo presidencial de 4 a 6 años. Y en 2020 hubo nuevas enmiendas que fortalecieron los poderes del presidente, aumentaron la autoridad de Moscú sobre los gobiernos regionales y redujeron la independencia de los tribunales. Pero lo más importante fue que se estableció un límite de dos mandatos, ya fueran o no consecutivos, pero a partir de las elecciones de 2024. Es decir que las cuatro gestiones anteriores de Putin no cuentan y podría gobernar hasta 2036: dos mandatos más.
BIELORRUSIA
Bielorrusia sigue de alguna forma la misma línea y muy probablemente se lo pueda considerar el más fiel heredero de la URSS. Alcanzó la independencia en 1991 y tuvo un periodo de transición hasta 1994. En esa etapa el Jefe de Estado era el Presidente del Soviet Supremo y se usaba la bandera blanca y roja de la breve primera república bielorrusa, que existió entre 1918 y 1919. Pero entonces cambió la historia de la mano de Alexander Lukashenko, el único miembro del Parlamento local que votó en contra de la disolución de la URSS. Desde su llegada al poder en 1994 modificó dos veces la Constitución para extender el periodo presidencial, eliminar los límites de mandatos y volver a los símbolos nacionales soviéticos.
Las elecciones de 2020 pusieron a Bielorrusia en la agenda internacional, cuando Lukashenko se presentó para un sexto mandato y casi todos los candidatos opositores fueron perseguidos. La excepción fue una mujer, ama de casa y esposa de un ex candidato detenido: Svetlana Tijanovskaya. Su campaña movilizó a mucha gente, pero de todas formas Lukashenko anunció que él había ganado con el 80% de los votos. Siguieron manifestaciones, detenciones masivas, torturas y asesinatos por parte de las fuerzas del Estado. Y Tijanovskaya está exiliada desde entonces.
Pero la represión y los símbolos nacionales no son lo único que enlaza a Bielorrusia con la URSS. Casi un 70% de la economía depende del Estado, todas las grandes empresas son estatales, así como la mayor parte de las tierras cultivables. También es uno de los países con mayor cantidad de policías per cápita en el mundo, con el doble que Rusia, cinco veces más que Estados Unidos y 12 veces más que China. Y es además el único Estado europeo con pena de muerte legal.
UCRANIA
Para Ucrania, la historia post soviética se puede dividir en dos. Hasta 2014 era un país partido en términos culturales y políticos, con un noroeste nacionalista y una región sudoriental más cercana a Rusia. Todas las elecciones presidenciales y legislativas reflejan este quiebre. Pero todo cambió en 2014. A fines del año anterior el presidente Víktor Yanukovich, proveniente del este del país, rechazó un acuerdo económico-comercial con la Unión Europea, acercándose de facto aún más a Rusia. Hubo protestas masivas, represión, violencia y Yanukovich fue expulsado del poder, pese a que aún hoy dice que se trató de un golpe de estado. Los levantamientos de poblaciones prorrusas en sudoriente concluyeron en la anexión de la Península de Crimea por parte de Moscú, en la declaración de independencia de dos regiones orientales, Donetsk y Lugansk, y en una guerra que continúa hasta hoy entre Kiev y el separatismo con apoyo ruso. Al mismo tiempo, el auge del ultranacionalismo y del neonazismo pasó a moldear parte de la política y la agenda ucraniana post 2014, imponiendo ciertas lógicas y reclamos.
Hoy Ucrania mira más que nunca hacia la OTAN y la Unión Europea y, aunque no rompió formalmente relaciones diplomáticas con Rusia, el quiebre es evidente y ya ni siquiera hay vuelos comerciales directos entre ambos países.
MOLDAVIA
Hasta la Segunda Guerra Mundial, Moldavia era parte del Reino de Rumania, país con el que comparte idioma, cultura y mucha historia. Cuando a fines de los años 80 comenzaba a vislumbrarse la disolución soviética, las autoridades locales decretaron que el único idioma oficial sería el rumano, lengua latina sin ninguna conexión con el ruso o el ucraniano. Pero había muchos rusos y ucranianos, especialmente al otro lado del río Dniéster, en la única región industrializada del país y conocida como Transnistria. Ellos temían perder su idioma, su identidad, pero también temían una posible reunificación entre Moldavia y Rumania. El resultado fue una guerra de 4 meses en 1992 que terminó con la independencia de facto de la República de Transnistria.
El resto de Moldavia se convirtió en la única ex república soviética en la que volvió a gobernar el Partido Comunista. Lo hizo entre 2001 y 2009, pero a partir de entonces el nuevo gobierno optó por acercarse a la UE. En respuesta, Moscú impuso restricciones a la importación de productos agrícolas moldavos y en las siguientes elecciones obtuvo la presidencia Igor Dodon, reconocido admirador de Putin. Desde 2020 gobierna Maia Sandu, que derrotó a Dodon y hoy promueve políticas que miran claramente hacia occidente.
Báltico: LITUANIA, LETONIA Y ESTONIA
Lituania, Letonia y Estonia fueron las tres primeras repúblicas soviéticas en abandonar formalmente la órbita de Moscú, las dos primeras, en 1990, la última, en agosto de 1991. Sus historias son muy similares porque las tres eran parte del Imperio Ruso y se independizaron poco después de la Revolución Rusa. Hacia 1939 la Alemania Nazi invadió la región y un año más tarde pasó a manos soviéticas. Aún hoy, los tres Estados consideran al periodo soviético una ocupación de casi 50 años: nunca se sintieron parte de la URSS, sino que simplemente fueron invadidos. Y quizás esa sea una diferencia clave con las otras 12 repúblicas. Porque las tres pronto dieron vuelta la página, se incorporaron a la OTAN (organización rival a la URSS) y a la Unión Europea en 2004, adoptaron el Euro y se asentaron en una esfera político-económica muy lejana a Rusia.
Estonia apostó a la innovación tecnológica y se convirtió en el Estado más digital del planeta, en el primer país del mundo en permitir el voto por internet y el primero en considerar el acceso a internet como un derecho humano básico. Prácticamente todos los servicios son 100% digitales y hoy está 2° en el ranking mundial de la ONG Freedom House de libertad en internet. Lo único que heredó de la URSS es su renuencia a la religión y más del 70% de los estonios no declara afiliación religiosa. Casi un récord a nivel mundial.
Sus vecinos del sur, en Letonia, tuvieron algunos problemas más graves: entre 1959 y 1989, la población rusa creció 60% y la étnicamente letona sólo 7%. Desde 1990 cayó la población rusa pero aún representa un 27%. Por si fuera poco, la población total del país cayó casi un 25%. En otras palabras, hoy hay muchos más rusos viviendo en Letonia que antes de la ocupación. Esto repercute en un apogeo del ultranacionalismo y el revisionismo histórico. Es así que las Legiones Letonas, aliadas al nazismo en contra de la URSS, ahora son reivindicadas como guerreras por la independencia y la libertad. Sus miembros no recibieron condenas por crímenes de guerra y el partido de extrema derecha Alianza Nacional, que anualmente honra en el centro de Riga a las tropas Nazis y a sus aliados locales, forma parte de la coalición gobernante.
En Lituania la transición democrática tuvo por símbolo la creación de un país. No, no de Lituania sino de un país nuevo, una república de fantasía fundada por estudiantes de arte. La República de Užupis, nacida en 1997, fue una forma de refundar a la sociedad y sacudir los resabios del comunismo soviético para abrazar las libertades individuales. Tanto es así que la Constitución de este país que no existe, aunque tenga bandera y fiestas nacionales, establece en su artículo 32 que todos son responsables de su propia libertad. Por si no bastará con esto, buena parte de los monumentos soviéticos fue mudada a la pequeña localidad de Grūtas, en donde hoy existe un museo al aire libre completamente alejado de cualquier ciudad grande. Como si se pretendiera conservar, pero sin exhibir demasiado.
Cáucaso: ARMENIA, GEORGIA Y AZERBAIYÁN
Las transiciones en esta región fueron particularmente complejas porque implicaron guerra. Y en los tres casos fue por una situación similar ligada a las minorías étnicas en un área particular de cada país. Georgia, igual que Moldavia, adoptó el idioma local como único oficial poco antes de la disolución de la URSS. Y, al igual que Moldavia, esta decisión derivó en guerra contra minorías étnicas asentadas en sitios muy concentrados del territorio, en este caso, en la región montañosa de Osetia del Sur (o Tsjinvali) y en la costera Abjasia. Ambas declararon unilateralmente su independencia en 1991 y 1992 respectivamente, poco antes de que comenzara en Georgia la gestión presidencial de Eduard Shevardnadze, último Ministro de Relaciones Exteriores soviético.
En 2003 unas elecciones legislativas fraudulentas fueron el inicio de la llamada Revolución de las Rosas, que no sólo llevó al fin del gobierno de Shevardnadze, sino que marcó un quiebre para Georgia. A partir de entonces el país caucásico cambió su bandera, su constitución y sus alianzas, alejándose de Rusia y acercándose a la OTAN. Pero cuando en 2008 Georgia intentó recuperar el control sobre Abjasia y Osetia del Sur, la alianza del Atlántico Norte no lo apoyó. Moscú sí apoyó a los separatistas y la guerra duró apenas 5 días. Desde entonces Rusia, Nicaragua, Venezuela y Nauru son los únicos Estados que reconocen a Abjasia y a Osetia del Sur como repúblicas independientes, mientras que todo el resto del planeta los sigue considerando territorios georgianos.
Las independencias de Armenia y Azerbaiyán están enmarcadas en un largo conflicto por el control de Nagorno Karabaj, región internacionalmente reconocida como azerbaiyana, pero habitada predominantemente por armenios. Entre 1988 y 1994, ambos países se enfrentaron y la guerra terminó con victoria armenia e independencia de facto de este territorio, aunque sin ningún reconocimiento internacional. Azerbaiyán perdió el control no sólo sobre Nagorno Karabaj, sino también sobre áreas circundantes, que recién volverían a su órbita tras una nueva guerra, esta vez en 2020 y con victoria azerbaiyana. Pero la autoproclamada República de Artsaj continúa siendo de facto independiente y no hay relaciones diplomáticas formales entre ambos países.
Armenia fue un gran aliado de Rusia, especialmente entre 2008 y 2018, bajo la presidencia de Serzh Sargsián. Se incorporó a la Organización del Tratado de la Seguridad Colectiva en 1994 y a la Unión Económica Euroasiática en 2014, ambas organizaciones formadas por Rusia, Bielorrusia, Kazajistán, Kirguistán y la misma Armenia, mientras que Tayikistán sólo es parte de la primera. Esta tendencia política terminó en 2018, cuando Sargsián quiso modificar la Constitución para pasar a un régimen parlamentario en el que, por supuesto, él sería Primer Ministro. Igual que en Ucrania y Bielorrusia, hubo importantes manifestaciones y represión, hasta que finalmente, como en Georgia, el líder abandonó el poder. Desde entonces gobierna Nikol Pashinián, que sostiene una política exterior mucho más ambivalente entre Rusia y occidente que sus antecesores, y que cuenta con el mérito de haberse mantenido en el poder incluso tras la derrota bélica de 2020.
Al otro lado de la frontera, todo se resume a una sola palabra: Aliyev. Gueidar Aliyev lideró la Azerbaiyán soviética entre 1969 y 1982, volvió al poder en 1993, ahora al mando de un país independiente y aún en guerra, y se mantuvo hasta su muerte, 10 años más tarde. Fue un líder sumamente fuerte, fiel heredero del estilo soviético. Pasó del sovietismo al nacionalismo, superó la derrota bélica en Karabaj, una serie de atentados en Bakú (1994) y un intento de golpe de Estado (1995). Hoy su apellido resuena en todo el país, y no sólo porque de nombre al principal aeropuerto o al mayor centro de convenciones de Azerbaiyán. Es que su hijo Iljam Aliyev ganó las elecciones de 2003, 2008, 2013 y 2018, siempre con al menos 75% de los votos. Organizaciones como Human Rights Watch y Reporteros Sin Fronteras critican al régimen de Aliyev y denuncian persecución política, mientras que para la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE) ninguna elección presidencial fue libre ni justa. Pero Aliyev hijo hoy tiene a su favor enormes reservas de gas, que le garantizan estabilidad económica, y la victoria en Nagorno Karabaj, que le garantiza estabilidad política.
Asia Central: KAZAJISTÁN, TURKMENISTÁN, UZBESKISTÁN, TAYIKISTÁN, KIRGUISTÁN
Ninguno de los países de esta región había sido realmente independiente nunca en la historia. Hasta que llegó 1991. En tres de los cinco, permaneció en el poder quien lideraba el Partido Comunista local y el ahora presidente de un nuevo país se dedicó a construir desde cero la identidad y la cultura de la república a su imagen y semejanza. En Kazajistán, Nursultán Nazarbaiev lideró desde 1984 y ganó elecciones en 1991 (como único candidato), 1999, 2005, 2011 y 2015 ¿El peor resultado? 81%. Pero su mayor legado fue la construcción de una nueva capital, una ciudad que reflejara su idea de una Kazajistán nueva, independiente, fuerte, moderna. La llamó Astaná, “Ciudad Capital”, y es una curiosa urbe de edificios dorados, cúpulas coloridas, pirámides y lagos artificiales con forma de Ave Fénix que se parece más a una caricatura de Los Supersónicos que a una ciudad real. Como si esto fuera poco, en 2019 Nazabaiev dejó la presidencia, aunque sigue siendo líder del partido gobernante y Presidente del Consejo de Seguridad Nacional. Es decir que dejó el cargo, pero no el poder. De todas formas, tras su renuncia, el Estado kazajo lo homenajeó renombrando la capital en su honor: hoy Astaná se llama Nursultán.
La idea de construir una nueva identidad de acuerdo a la voluntad del líder fue mucho más lejos en Turkmenistán. Saparmurat Niyazov gobernó desde 1985 y hasta su muerte en 2006. Apenas se presentó a dos elecciones: la primera fue poco antes de la independencia, la segunda fue en 1992. En las dos fue el único candidato. Puso su rostro en cientos de monumentos y cambió los nombres de ciudades para honrarse a sí mismo, como Krasnovodsk, al oeste, que se convirtió en Türkmenbaşy: “líder de los turkmenos”. Creó un nuevo alfabeto para reemplazar al cirílico, estableció nuevas festividades nacionales como el Día del Caballo y el Día del Melón, prohibió el circo, el ballet, la ópera, el karaoke, y hasta reemplazó la palabra “pan” por Gurbansoltan, el nombre de su mamá. La memorización de su libro “Ruhnama” era obligatoria para estudiantes, empleados públicos y cualquier persona que quisiera obtener una licencia de conducir. Además implementó una política de neutralidad permanente, lo que significaba que Turkmenistán no formaría parte de ningún tipo de alianza militar.
Tras la muerte de Niyazov, asumió la presidencia Gurbanguli Berdimujamedov, quien revirtió algunas de las políticas más delirantes de su antecesor. Pero lo más importante que hizo fue reemplazar los monumentos a Niyazov por monumentos a sí mismo. Nada cambiaba demasiado. Recién en 2017 se permitió por primera vez la participación de otros partidos en elecciones. Pero apenas si se trató de una pantomima porque todo el poder recae en Berdimujamedov, un líder que, además, es dentista y DJ, escribe, canta, conduce coches de carrera, cabalga, dispara armamento pesado y le regala pequeños cachorritos a Putin. Esta imagen de hombre fuerte podrá resultar convincente, pero no alcanza para sostener a un país que se encuentra en una pésima situación económica, tan cerrado como Corea del Norte y que apenas puede exportar gas, aunque prácticamente no tenga clientes.
Islam Karimov, presidente de Uzbekistán, también era el líder de su país aún antes de la independencia, también murió en el poder y también llevó adelante elecciones fraudulentas en las que apenas si competía contra sí mismo. Pero, a diferencia de Niyazov, no cerró su país. Se consolidó en el poder a partir de una represión sistemática justificada por el posible avance del terrorismo desde la vecina Afganistán, cosa que le valió el agradecimiento y la simpatía tanto de Estados Unidos como de Rusia. Ni a Washington ni a Moscú les importó demasiado la falta de libertades civiles y mucho menos que casi un 4% de la población uzbeka se encontrara en condiciones de esclavitud, uno de los mayores porcentajes del mundo.
Con la muerte de Karimov en 2016 asumió Shavkat Mirziyoyev y, pese a algunas promesas de apertura y reformas, todo siguió como hasta entonces. Tanto es así que el presidente fue reelecto en octubre pasado con más del 80% de los votos.
El terrorismo vinculado al islam también justificó la represión en la vecina Tayikistán, la república más pobre de la ex URSS. Apenas seis meses después de la independencia, se inició una guerra civil entre el gobierno y una oposición encabezada por el Partido del Renacimiento Islámico con apoyo de, entre otros, la red Al Qaeda. Hubo casi 100 mil muertos y medio millón de desplazados. En 1994 asumió, primero como Presidente de la Asamblea Suprema y luego como presidente del país, Emomali Rajmón, que gobierna hasta hoy. Tres años después firmó un acuerdo de paz que implicaba que la oposición se haría cargo de un tercio de los ministerios, pero eso nunca ocurrió. Rajmón reformó la Constitución antes de las elecciones de 1999, aumentó el poder y el periodo presidencial y ganó con el 98% de los votos.
Poco ha cambiado en Tayikistán desde entonces, además de la Constitución, que fue reformada otras dos veces para que Rajmón pudiera seguir gobernando. La única diferencia es que, con 69 años, está empezando a pensar en un sucesor. Su hijo Rustam Emomali, de 33 años, podría ser el próximo presidente de un país con una economía sumamente débil, considerando que su principal ingreso consiste en remesas enviadas por tayikos desde Rusia y otros países.
Kirguistán es un caso excepcional en Asia Central porque es el país más democrático de la región. O al menos lo era hasta 2020. Con la independencia, llegó al poder Askar Akaiev que, si bien era miembro del Partido Comunista, no lo lideraba a nivel local. Promovió una economía liberal y se ganó el aprecio de occidente, pero lentamente fue convirtiéndose en un líder autócrata como tantos de sus vecinos. Hasta que en 2005 la llamada Revolución de los Tulipanes lo expulsó del poder y lo obligó a exiliarse en Rusia, de donde recién regresó en agosto de 2021.
Cinco años después se repitieron las protestas, que esta vez llevaron a la renuncia del segundo presidente, Kurmanbek Bakiyev, quien también escapó al extranjero. La Justicia de su país lo reclama por la muerte de unos dos mil manifestantes, pero Bakiyev aún vive en Minsk, Bielorrusia, protegido por Lukashenko.
Con dos presidentes expulsados y dos revoluciones, se reformó la Constitución para implementar un sistema parlamentario ¿Resultado? Hubo quince primeros ministros en apenas 10 años. Como si fuera poco, el tercer presidente de Kirguistán, Almazbek Atambayev, fue condenado en 2019 por corrupción y homicidio involuntario. Las reñidas y probablemente fraudulentas elecciones de 2020 llevaron a una tercera ola de protestas, la toma e incendio del Parlamento, liberación de presos y a la consolidación en el poder de Sadir Zhaparov, hasta entonces detenido y condenado a 11 años por secuestrar a un policía. Y la caótica historia política de Kirguistán termina en donde empezó: con un líder fuerte, autócrata, que intenta mostrarse como democrático. Como si tres revoluciones, tres presidentes perseguidos por la Justicia y treinta años de transición no bastaran para consolidar la democracia.
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